martes, 29 de julio de 2008

Violencia doméstica


Este me parece un tema lo bastante serio como para andar haciendo bromas con él y sacándole punta, por lo que desde luego coincido plenamente con la opinión de aquellos que piensen que este no es el momento, ni el lugar de tratarlo.

Pero antes de que se saquen las cosas de contexto, aclararé que no es a la violencia doméstica con mayúsculas a la que me refiero, no a la que provoca más de un centenar de muertes al año, y que se suele dar entre conyuges y ex-conyuges, generalmente el hombre contra la mujer, o bien padres contra hijos e hijas, con todo tipo de formas de acoso y espantosas vejaciones.

La violencia que a mi me ocupa es la "con minúsculas", la que día a día sacude la unidad familiar, o según se mire, la fortalece.

En todos los hogares hay roces más tarde o más temprano. Eso es un hecho. A partir del momento mismo en que una pareja abandona el juzgado o la iglesia, en este último caso después de haberse jurado amor y fidelidad hasta que la muerte los separe, y etcétera, etcétera, las tiranteces y los conflictos de baja intensidad comienzan a aflorar. Es cuando se definen las parcelas de poder, la extensión y sus atribuciones, y es por tanto una necesidad de primer orden, que al igual que hicieron Stalin, Churchill y Roosevelt al finalizar la II guerra mundial, el reparto sea lo más justo y equitativo, con el fin de obtener una estabilidad confiable y duradera.

He aquí, pues la necesidad de negociar. Y para negociar son necesarias discusiones muchas veces más acaloradas y tensas de lo esperado.

El que crea que esos tres señores que he mencionado antes, ellos o sus ayudantes y demás adláteres, no tuvieron algún momento, o momentos de ofuscación, un que si Albania no la quiero, que si para mi iba a ser el imperio Austro-húngaro, que si o te conformas con Albania o vete haciendo el cuerpo para cargar con Yugoslavia... El que sinceramente crea eso, que no se produjeron rifi-rafes, en absoluto diplomáticamente correctos, es simplemente porque se ha empeñado en ver la historia como un cuento de hadas, que solo se empezó a fastidiar un poco cuando Bin Laden echó abajo las torres gemelas.

¿Con esto que quiero decir? Pues ni más ni menos que la salud de las relaciones de pareja se mide por el número de microconflictos en que se ven involucrados sus protagonistas.

Lejos de ser malo, en mi modesta opinión, previene la formación y el desarrollo de rencores y desafectos que con el paso de los años, y tras permanecer largo tiempo larvados en los subconscientes, podrían desbordarse, sucediendo como en un dique que se hubiera vencido por el empuje de un volumen de agua para el que no estaría preparado.

La riada subsecuente lo inundaría todo, y arramblaría con aquello cuanto se encontrase a su paso.

No se trata, sin embargo, de señalarse unos a otros las faltas y defectos, a todas horas, y sin callarse uno solo, ni de desvelar esa verdad tan manifiesta acerca de la propia suegra o las cuñadas, pero sí de mantener siempre una postura de sinceridad y, casi tan o más importante, la voluntad de compartir las experiencias.

De lo contrario, el fracaso está garantizado.

Y lo mismo se puede aplicar a la relación con los vástagos. Ni demasiada mano dura, ni demasiada manga ancha. Saber encontrar el equilibrio adecuado es empresa para auténticos sabios de monasterio sintoísta.

Y por supuesto, que nadie se haga ilusiones pensando que una buena estrategia le librará de lidiar en muchas ocasiones con terribles pataletas que le avergonzaran ante todo el vecindario.

El objetivo es salvar a la prole de un futuro de vagos y maleantes, y lo que les divierta a otros, escuchando los follones con fruición a través de los tabiques, ha de ser considerado simplemente un daño colateral. Uno de tantos que nos aguardan.

No queda pues más remedio que hacer de tripas corazón y estar en todo momento preparado y bien dispuesto para blandirse en un duelo de espadachines con algún familiar. Esa persona a la que en la calle y frente a extraños defenderías hasta la última gota de tu sangre, llega también a veces a cargar en demasía, y en algún momento será la hora de llamarle caradura y acusarlo de estarte chupando esa misma sangre... Pero sin que esta llegue al río.

Ya lo decía el refrán, los amores reñidos son los más queridos.

Eso sí, siempre de forma natural, sin provocar las situaciones. Las intenciones pueden ser buenas pero hay familias en las que una simple partida de parchís, por causa de una enajenación mental transitoria, puede conducir a una tragedia shakespeariana.

Hay que evaluar siempre, evidentemente, el material del que están hechos los propios genes, si son apropiados para actuar bajo presión. No todos valemos para negociar la paz de Yalta.


5 comentarios:

Unknown dijo...

You always have fun and clever ideas!! Thanks for writing your insightful opinion about weight and self image on my blog. :) Have a wonderful day!

perdidaenlaciudad dijo...

He llegado por casualidad y me he perdido en tus palabras y tus dibujos... creo que me quedaré un ratito por akí... Salu2!

Joseph Lee dijo...

Love the image! Funny!

Ester García dijo...

Pues enhorabuena por ese añito también de blog! Y que sean muchos más!
Gracias por tu paso :)

Guillôm dijo...

algunas veces pienso de dónde sacas la inspiración para escribir tan empírica y terrenalmente sobre temas tan diversos y cotidianos, otras veces sólo te admiro.