lunes, 22 de octubre de 2012

El sino Neandertal



Hurgando por la red uno se puede encontrar de todo, no es verdad amigos. Unas veces cosas interesantes, y otras no tanto.

Con lo que, aquella tarde maravillosa que un día te tiraste en Internet, agenciándote películas, música y programas piratas, viendo videos asombrosos en YouTube, leyendo artículos de medio mundo, en noticieros verdaderamente independientes, en los que las opiniones no siguen los mismos patrones preestablecidos de siempre, marcados indefectiblemente por esa bipolaridad hispana tan arraigada, derecha-izquierda, monarquía-república, Madrí-Barça o ColaCao-Nesquik, por poner solo unos cuantos ejemplos… Aquella tarde maravillosa, decía, se convierte al día siguiente en un aburrimiento monumental, yendo y viniendo de acá para allá por enlaces de lo más absurdo, descerebrado, anodino, barato, necio y hasta si se me apura, soez y de mala reputación, que generalmente es donde acaba uno dando con sus huesos.

Pero por suerte para mí, eso no suele ser lo más habitual, y así, una de esas ocasiones en las que la conexión está de buenas, encontré un documental que hablaba de un tema para mí muy grato y atrayente, y que sin embargo, ignoraba por completo.
Digamos que el susodicho documental tampoco era nada del otro jueves, pero, no obstante, planteaba una cuestión realmente inquietante. El descubrimiento, recientemente constatado, de nuestro parentesco genético con los Neandertales.
Sí, con los Neandertales, aquellos homínidos que nos precedieron en la escala evolutiva, y que si bien se dijo en su momento eran una especie distinta, que poco o nada tuvo que ver con la nuestra, o por mejor decir, con aquella de la que procedemos, ahora resulta que no, que mantuvieron relaciones estrechas, y a juzgar por los datos obtenidos, no siempre del todo correctas.

¡Pues ya ves tú! De buenas a primeras, enterarse que una parte de tu ADN lo has heredado de aquellos brutos simiescos con cara de boxeador sonado, de prominentes arcos superciliares y recias mandíbulas, no es nada halagador. Digamos que la autoestima se te desparrama por los suelos.

Si bien, no sólo ha de ser considerado el aspecto troglodítico de aquellas buenas gentes que, nos guste o no, hibridaron con nuestros antepasados vigorosa y abundantemente.
Por lo visto también tenían sus cosas buenas, como por citar tan sólo una - aunque la más destacable - su extraordinaria fuerza física.
No en vano, los científicos, que los conocen bien por el estudio de sus restos fósiles, aseguran que, de competir con nosotros en las olimpiadas, apenas dejarían disciplina alguna en la que no coparan todos los podiums y medallas.
En otras palabras, que a nosotros nos reservarían plaza únicamente en el palmarés de los paralímpicos.
Y es que anatómicamente eran unos, y unas, bestias. Verdaderas máquinas de cazar y de combatir con las alimañas de la espesura salvaje. Por eso que su desaparición fuera un completo misterio.

¿De hecho, cómo es posible que cedieran terreno ante sus rivales más debiluchos? ¿Es posible que se dejaran acogotar simplemente por una cuestión de más o menos centímetros cúbicos en el cerebro, en una época en la que, seamos realistas, todo se resolvía con dos piedras y tres palos?

Pues bien, lo único que se me ocurre es que dicha extinción nunca fuera algo repentino ni dramático, como muchas veces se nos ha pintado en los libros de historia, sino por el contrario, paulatina e indolora. Más aún, incluso placentera.
De hecho mi teoría es que, seducidos por la mayor belleza de las hembras sapiens, los machos neandertales dejaron de ser cariñosos con sus parejas de toda la vida, y cayeron en la ominosa tentación de buscarse líos con la mujer del prójimo. (O viceversa, en este caso ellas, con los miembros de la especie prójima.)
De ahí que, poco a poco, y a base de ir procreando siglo tras siglo al amparo de esta dinámica, los rasgos neandertales se fueran diluyendo.
Ello, claro, a pesar de que decenas de miles de años después, estos puedan o no volver puntualmente a aflorar, como es el caso, entre otros, del actor norteamericano Ron Pearlman, quien de hecho protagonizó el film “En busca del fuego”, o del “cholo” Simeone, el actual entrenador del Atlético de Madrid. Pero esa es otra historia.

Pues esto es lo que hay, señores. En nuestro fuero más interno todos tenemos algo que nos retrotrae a aquellos tan denostados y, sin embargo, interesantísimos cavernícolas. Y encima, más que ninguna, esa pretendida raza superior aria o caucásica, a la que por lo visto, en el tema de los intercambios cromosómicos le tocó la parte del león.

Pues eso… Que usted, amigo lector, no es tan puro, ni inteligente, ni civilizado como creía… Pero ni usted, ni su vecino, ni su quiosquero, y menos aún Hitler o Anders Behring Breivik, el carnicero de Utoya, quienes jamás se lo hubieran imaginado, pero que tampoco se ven o vieron libres, en algún pequeño porcentaje, de esa mácula, de ese lamparón en la camisa de los domingos, de ese atentado al honor y al abolengo. Verdadera plaga devastadora de cualquier árbol genealógico que se precie.

Ya lo decía, entre otros muchos textos sagrados, la Biblia: Procedemos del barro. Y es que, hasta la fecha, esa es la verdad desnuda, nadie ha bajado del cielo para contradecirlo.
Todos tenemos un “algo” en nuestro pasado, en nuestras raíces, capaz de avergonzar al más pintado.
No tiene sentido pues esconderlo. Reconozcámoslo.
Es el precio de estar vivos.
Y dado que de la supervivencia se trata, estimados lectores y amigos, la carne cruda es lo que manda.
Lo demás es guarnición y trucos de repostería.
Y desde luego - por hacer de ello una analogía perfectamente vigente hoy en día, en lo que a nuestras penurias financiero-morales se refiere - antes es preferible un ignominioso, aunque alimenticio rescate, que una virginal, inmaculada y raquíticamente pura, austeridad.

Ya lo insinuaba Constantino Cavafis en su poema Esperando a los bárbaros”: Para salir adelante en una situación de crisis, a veces la propia consideración de una sociedad - incluso la de uno mismo - generalmente anquilosada en la evocación de los buenos viejos tiempos, es el mayor de los estorbos.
Ha de entrar aire nuevo, aire limpio de la montaña, por muy gélido que lo sintamos, o destemplados que nos coja.
Es nuestro sino.

domingo, 7 de octubre de 2012

Histeroide



¡Qué gran misterio es el futuro!

Da igual que haya cientos o miles de profecías acerca de él, cientos o miles de sesudos estudios de las más prestigiosas universidades del mundo, cientos o miles de predicciones basadas en algoritmos pseudoaleatorios de base piramidal... A medio y largo plazo, el destino, sigue siendo inextricable.
Terco y caprichoso como él solo.
Tan pronto el inesperado ramo de rosas rojas de un admirador secreto, como la maceta que baja rauda a tu encuentro desde un quinto piso, sin molestarse en coger el ascensor o las escaleras.
Afortunadamente, y por lo que a nosotros, el ciudadano medio, respecta, la realidad del día a día es lo suficientemente previsible como para ir adaptándonos sin demasiados sobresaltos.

¿Quiere esto decir sin embargo que no hay grandes alicientes?
¿Que está todo inventado, todo descubierto?

Eso pensábamos, pero de pronto va y aparece el huidizo “lesula”, una nueva especie de primate, que al parecer permanecía oculta en la selva congolesa más impenetrable, quizás, quien sabe, para no tener que cruzarse con nosotros, los humanos, a quienes, de ser así, no me cabe duda, tendría que conocernos bien de antemano.
Sería, de hecho, el primer caso en la historia de la biología en que esto sucede así y no a la inversa.
Por eso que nunca es bueno anhelar una fama excesiva.

Los pobres tenían la suerte de hallarse todavía lejos del alcance de nuestras manazas, beneficio del que a partir de ahora ya no podrán gozar. ¡Y quien sabe qué será lo que el porvenir les deparará!
¿Sustituirán a los macacos en las jaulas de los laboratorios?

Sin duda esa cara de pánfilos que tienen, a la que unos encuentran un aire a Jesús de Nazaret, y otros a John Lennon, los hará más susceptibles de ser sometidos a todo tipo de atentados y crucifixiones, por medio de experimentos científicos de toda ralea. Experimentos como el que, valga el inciso, llevó a cabo Cecilia Giménez, la octogenaria pintora de la localidad aragonesa de Borja, con el fresco del Ecce Homo de su parroquia.

El ser humano es un sujeto harto fastidioso, esa es la verdad. Le dejas algo hermoso entre las manos y te lo devuelve hecho un pringue.
Si les preguntáramos a todas las demás especies del planeta que conviven con él, pocas serían las que hablarían bien. Quizás las palomas, los perros y con un poco de suerte los gatos… Las ratas y las cucarachas se abstendrían por razones sentimentales e ideológicas, pero desde luego sin perder de vista los beneficios e intereses que para ambas se derivan de su febril actividad generadora de basuras. El resto, en cambio, no se andaría por las ramas… El día que el primer mono se bajó del árbol, habría que haberlo linchado.

En fin, que no hace falta ser un iluminado, ni un gran profeta místico, ni someterse a brutales ayunos para alcanzar la revelación sobre lo que nos espera como civilización, e incluso como especie u organismo viviente mínimamente viable.
Y no tan a largo o medio plazo como mucha gente cree.
La carrera que llevamos, eso es más que evidente, es la de darnos de bruces contra nuestro propio afán transformista y depredador.
Será que a diferencia de lo que solemos aceptar como cierto, seguimos siendo como esos otros animales incapaces de reconocerse en el reflejo del agua de un estanque.
Nosotros, equivocadamente, seguimos viendo a un ser inteligente, estilizado y armonioso, el elegido de los dioses como cúspide y consumación de su gran obra, y no, como en realidad correspondería, al que por desgracia ahí se oculta, mimetizado con el fango del fondo: El monstruo de las galletas.


Resumiendo, que no hay tal misterio acerca del futuro. Que tal vez lo único misterioso sea el averiguar de donde sale esa manía nuestra de, a pesar de todo, seguir siendo tan enfermizamente optimistas, y de creernos que a la vuelta de la esquina todavía nos espera un universo entero por descubrir, libre de profecías apocalípticas, torvos asteroides, silos radiactivos, cabezas nucleares, y así una larga lista…
Poblado, en su lugar, por miles y miles de millones de comedidos, respetuosos y pacíficos lesulas.
Tantos como estrellas en el firmamento.