lunes, 23 de noviembre de 2009

Justo de juicio


Bueno, me he metido otra vez con un relato. Y no sé si será bueno o malo, pero lo cierto es que le estoy cogiendo el gusto al tema, y esto ya parece una máquina de hacer churros (bueno, no exactamente, el símil desde luego no es el mejor).
En esta ocasión la cosa se dirime en los juzgados, lo que no tendría nada de particular, si no fuera porque en lo referente a los aspectos jurídicos yo estoy completamente pez.
Fue entonces que estimé conveniente solicitar asesoramiento por parte de un familiar muy querido mío, mi pater ad hoc, de jure y de facto, quod erat demostrandum. Este más versado en la materia, al ser licenciado en derecho.
¡En buena hora!
El borrador de mi historia fue como un novillero recién vestido de luces que se enfrentara a un Victorino, y al que le esperara la misma suerte que al del poema de García Lorca. Sí, también eran las cinco en sombra de la tarde, cuando le entregué a mi padre el manojo de folios para que lo revisara.
Tomó entre sus manos un bolígrafo, y entre ambos convinimos en que cada renglón, cada párrafo, cada cuartilla que mostrase una incorrección, por nimia que esta fuera, fuese subrayada o tachada, y si había lugar, que se le adjuntase la pertinente nota o aclaración.
De cómo volvió a mis manos la obra, congoja me da recordarlo. Uno detrás de otro, los folios fueron violentamente empitonados por aquel bolígrafo. Las correcciones presentaban múltiples trayectorias, y por cada párrafo, una nota al margen lo desangraba de contenido.
Recomponer aquel tejido hecho jirones, ya no era cosa de la medicina humana, sino más bien de encomendarse a los poderes sobrenaturales.
Recordé a mi padre que el asunto tenía un propósito humorístico, pero no sirvió de nada. Él insistía en que era como uno de esos fetos que no nacen a su tiempo, y al que, aunque le palpita el corazón, y la sangre corre por sus venas, ha venido al mundo sin cerebro, y por lo tanto está clínicamente muerto.
Su pequeña cabecita de macaco, más que de homo sapiens, aún así me inspiraba una gran ternura, y no pude evitar, pese a tratarse de una quimera imposible, el luchar por salvarle la vida.
Naturalmente llevé lo antes que pude mi cuento a la UCI, sabedor de que necesitaba cirugía mayor. Allí se le sometería a una intervención que duraría horas, despertándose incluso varias veces de la anestesia en pleno proceso operatorio. Vamos, una pesadilla.
Y eso fue lo sucedido.
En estos momentos lo he pasado a planta, y si lo deseáis, podréis acercaros a mi otro blog Status: Playing para visitarlo. Pero os recuerdo que está muy malito el pobre, más para allá que para acá, y que ni ha salido del coma en que se encuentra actualmente, ni se espera que salga.
Las técnicas de resucitación que se le practicaron fueron demasiado agresivas, la mayor parte de las lesiones y heridas inciso-contusas, apenas pudieron ser abordadas. Fue como a esos enfermos de cáncer que los abren y, visto el panorama, los vuelven a cerrar de inmediato.
En cualquier momento lo podría desconectar de la ventilación asistida, así como retirarle el gotero que le suministra el suero de la verdad, y demás catéteres intravesiculares.
Y así estoy, ahora, esperando a ver si este cacao mental que tengo, sale o no sale adelante. Dispuesto, en cualquier caso a telefonear al servicio municipal de recogida de relatos muertos, y librarme de una vez por todas de esta insoportable angustia que me causa la depresión post-parto.
Hételo aquí, si os encontráis con ánimo suficiente, en este enlace, “El banquillo de las sinrazones”.
Yo por mi parte reconozco mi fallo, aunque también me refugiaré en que es un fallo que no admite recurso, y que cierra todas las vías de lo contencioso-administrativo.
Que lo disfrutéis, aunque sea ilegítimamente.