viernes, 29 de enero de 2010

Desde Prusia con amor


Sí, así es. Esta vez me he propuesto la insensata tarea (qué digo tarea, el desafío) de abordar la siempre peliaguda cuestión del amor. Ahí es nada. Pero por si con esto fuero poco, en su modalidad más inaprensible, es decir, la del amor inter-internautas.
Para ello, pues, como ya habréis podido constatar no eludiré el darle cuantas patadas al diccionario sean precisas. La claridad y la concisión son las dos máximas por las que me rijo a la hora de redactar mis desvaríos, pero del mismo modo aseguro que me despojaré de ellas sin ningún miramiento, si por causa de tener que atenerme a sus reglas, dejo escapar alguna nebulosa idea, que solamente así, y nunca por interacción directa, pueda ser expresada.
Y es que esta es una premisa fundamental para comprender los flujos emocionales en internet.
Todo aquel, de hecho, que trate de plasmar en papel, o de tomar una fotografía de lo que cree que existe más allá de la pantalla de su monitor, se topará sin remedio con el sonido huérfano del caos, con el zumbido de lo no inteligible.
Todos los grandes consumidores de algo, en este caso internet, al final acaban haciéndose depositarios de su filosofía. Es como el que acude diariamente a desayunar a una cafetería en la que toda su clientela son chóferes de camiones. Al cabo de unos meses, si no antes, en sus sueños, cruzará las planicies del medio oeste americano al volante del diablo sobre ruedas.
Y es que todos somos susceptibles al desenfreno melodioso de lo que pulula por nuestra imaginación. Y a este respecto, internet, y más en particular, la blogosfera, son el territorio sagrado de lo mundanal, pero también de lo inimaginable. Un pozo sin fondo, donde hasta las más caprichosas formas en las que las introspecciones se manifiestan, encuentran su eco.
Lógicamente, este toma y daca que a veces se entabla entre usuarios, (blogueros, foreros, chateadores compulsivos saben bien de lo que hablo) produce hermosas sinfonías, que en su dar palos de ciego, describen sin embargo presencias a veces muy reales, y paisajes de una gran proximidad al tacto.
Y el amor, que es un sentimiento nacido para ser libre, enseguida bulle por lanzarse a explorarlos.
Nadie en su sano juicio es tan necio, de hecho, de tomar a broma sus arrebatos.
En realidad, es muy difícil no dejarse encandilar por este atavismo del alma, que bruñido en la más tierna infancia, anhela poseer todo aquello por lo que se siente deslumbrado.
Si bien, yo no recomendaría a nadie imbuirse de un excesivo aventurerismo en este terreno, a todas luces opaco, de la red. Es como querer rozar con la yema de los dedos la hermosa imagen de lo que se refleja en la superficie de un lago. Al menor contacto, las ondas provocadas la engullirían implacablemente, y la deformarían hasta dejarla irreconocible.
Algunas cosas, por más que nos pese, solo se pueden disfrutar con ese sexto sentido que, quienes lo cultivan con dedicación, han en cambio aceptado de antemano que jamás rendirá sus frutos.
Aún así, con esto y con todo, nadie nos puede acusar jamás de intentar amalgamar una supuesta debilidad por los romances inverosímiles, con nuestra en todo caso irrenunciable libertad de fantaseo, o de pintar la realidad de color de rosa, si es que se prefiere expresar de esta forma.
A fin de cuentas, en cierta manera, esta es la madre del cordero, como si dijéramos… La reivindicación de nuestro universal e inalienable derecho al pataleo.
Sea por lo civil o por lo penal.

domingo, 3 de enero de 2010

A destiempo


Bueno, esta entrada se supone que tendría que haber coincidido con las celebraciones de la Nochevieja, no en balde está inspirada en ella, y su objeto era el de hacer una crítica a toda esa algarabía fermentada en barrica de roble que, durante un breve lapso de tiempo, apenas unos instantes, se descorcha para festejar el deshoje de la última de las páginas del calendario del 2009. Un desfogue simultáneo en todo el mundo de buenos deseos y voluntades conciliadoras, que solo diez minutos más tarde da paso, de nuevo, al habitual egoísmo, aspereza e indolencia de la gente.
Sin embargo, como su título indica, llega un poco a destiempo.
Si, y no es que yo sea una persona poco previsora, o impuntual - nada de eso – pero sí he de reconocer que como gestor del tiempo, cuando se trata de calcular y cumplir plazos, soy un auténtico desastre, e irremisiblemente me dejo llevar por la pasión del momento.
Cuando disfruto haciendo algo, ese algo procuro que se prolongue en el tiempo hasta que la propia llama que lo alimenta, se extingue por completo.
Otros dicen que me pierdo en los detalles, que naufrago en la banalidad, pero son distintas formas de juzgar los hechos, y desde luego, visto desde fuera, admito que muy probablemente esa sea la apariencia que el asunto pueda dar.
Afortunadamente, a mi las apariencias, en toda la extensión de la palabra, me traen sin cuidado.
Además, la inspiración llega cuando buenamente puede, muchas veces a traición, y un artista, se debe por entero a ella. La búsqueda de la excelencia no es tarea – desde luego que no - que pueda someterse a los constreñimientos de un cronometraje.
De hecho, fue justamente tras engullir atropelladamente las doce uvas famosas, cuando obtuve el hilo conductor, cuando recibí el chispazo, acerca de lo que contar esta vez, para decir lo que me apetecía decir.
Y esto fue contemplando el espectáculo de luces con que se adornaba, como no, la puerta del sol de Madrid. Un juego de láseres e infografía, con ayuda del cual se iban dibujando sobre la fachada del archiconocido edificio de correos de la capital, los perfiles de algunos de los monumentos más célebres de Europa. Cada país con su nombre escrito en su propio idioma, aparte del nuestro, y su bandera al lado, ondeando en virtud de la magia de la tecnología globalizadora.
Así, cegados por los muchos vatios de luz desplegados, tal vez nadie reparó en las caras de una pareja de jóvenes que, confundidos entre la multitud, asistían ellos también a la fastuosidad de este acto, no otra cosa que propaganda institucional.
Yo, sí. Y aunque los vi a través de la tele, con toda la distorsión que ello comporta, enseguida me di cuenta de que sus rostros, más que alegría, más que felicidad, lo que en realidad destilaban, era decepción. Tristeza y una profunda decepción.
Aquellas caras, portadoras de rasgos amerindios, eran probablemente las de dos inmigrantes ecuatorianos. Las caras de dos trabajadores en régimen prácticamente de semiesclavitud, que, no sería descabellado imaginárselo, quizás formaran parte de ese grupo de compatriotas suyos que, en la única época del año en la que se les conceden vacaciones, y que pueden viajar a su país para estar con sus seres queridos, tuvieron que quedarse en tierra por la quiebra de la aerolínea Air Comet.
Una aerolínea, la cometa blanca esta de las narices, propiedad del presidente de la confederación de empresarios española y consejero de Cajamadrid, Gerardo Díaz-Ferrán, que curiosamente resultó ser no otra cosa que una empresa fantasma más, creada y destinada a emplearse, como se ha revelado recientemente, cual palanqueta de la que se valen estos adinerados y respetables señores, para afanarles sus magros ahorros a la gente honrada. Herramienta al mismo tiempo, con la que sustraerle al estado, por unas vías o por otras, ese mismo estado que esta gente esforzada y humilde sufraga con sus impuestos, millones y millones de euros en concepto de rescates financieros. Y lo que es peor, despojándonos a todos de nuestra confianza, de nuestras ilusiones y de nuestras esperanzas para el futuro.
Tenía gracia pues que, a estos dos jóvenes de la puerta del sol, les restregáramos por las narices la autocomplacencia y soberbia de una España europea como la que más. Una España, en realidad, que es hoy por hoy un solar vacío, tomado al asalto por chulos y hampones, todos ellos embrutecidos por un pasado de dinero fácil, y que hace tiempo ya que volvió la espalda a sus otras naciones hermanas de la orilla oeste del Atlántico. Un abandono motivado, entre otras razones, porque odia verse reflejada en los males de estas, en las lacras endémicas que las atenazan y depauperan, y de las que nosotros, aunque nos disguste aceptarlo, solo estamos libres por obra y gracia del influjo de lo europeo y su cercanía geográfica.
En fin, tal vez estos problemas jamás puedan resolverse y sean algo que vaya ligado a la propia condición humana, pero opino yo, que con el mero acto de denunciarlos ya se obtiene algún beneficio, si acaso un cierto impulso positivo, y que en esa onda hemos de movernos si realmente queremos que el 2010 sea un año más feliz y más próspero para todos.
Tenemos de hecho por delante grandes desafíos, como por ejemplo salvar al planeta de nuestras propias tendencias autodestructivas. Eso que llaman la catástrofe maltusiana, y que el propio investigador que le dio nombre, el economista inglés Thomas Malthus, observó por primera vez en un pequeño rebaño de renos transplantados artificialmente a una isla del estrecho de Bering.
Una historia muy ilustradora de lo que a nosotros nos puede suceder, si no actuamos a tiempo y con verdadera responsabilidad colectiva.
Allí, en su nuevo hogar - como digo algo muy parecido a nuestro caso - los renos se encontraron con un hábitat propicio, sin depredadores y con comida en abundancia.
Lógicamente, estos rumiantes, más conocidos por ser los que se encargan de mantener en vuelo el trineo de Papá Noel, aprovecharon, con todo a su favor, para copular y reproducirse a lo bestia, dando luz en cada generación a más y más camadas de nuevas crías de reno, ansiosos los pequeñines por llenar el buche y por relacionarse, ellos a su vez, con el género opuesto de su misma especie.
Al cabo de unos años, cuando Malthus visitó de nuevo la isla, se encontró de bruces con el pastel. Un erial desertizado donde si sobrevivían algunas pocas hembras de reno era de casualidad, y donde el resto de las especies autóctonas habían sido diezmadas o aniquiladas.
Algo habremos de hacer, entonces, sobre todo ahora que le estamos viendo las orejas al lobo, por revertir esta dinámica suicida. Y por supuesto sin andarnos por las ramas, porque algunas cosas, esto está claro, no pueden esperar a mañana, ni por que un halo inspirador baje del cielo, para ser corregidas.
La principal característica que nos diferencia de las bestias salvajes, es nuestra capacidad para anticiparnos a los acontecimientos y planificar de antemano las estrategias a seguir. No se puede ir siempre a remolque de lo que dicta una libertad mal entendida, y, menos que en cualquier otro ámbito, en el de la economía.
Los artistas y similares buscamos ante todo el aplauso del público, pero los que en realidad dirigen el cotarro, no pueden limitarse, única y exclusivamente, a ejercer su turno de coros y danzas en el festival de Eurovisión. No se les eligió, ni se les mantiene en la poltrona a expensas del erario público, para eso.
Ya veremos este año que empieza, si por fin, se avienen a darle cuerda al reloj.