lunes, 23 de enero de 2017

En la Tierra del Fuego


Por lo visto la Tierra del Fuego está llena de llamas, y aún así hace un frío que pela. Qué cosas, ¿eh?.
Bueno, la verdad es que no tengo ni pajolera idea de cuál es la fauna de esa mítica región sudamericana, pero la imaginación es libre, ¿no es cierto?... Claro que ya puestos, también podría haberme inventado unas llamas tipo "unicornio", y hacerlo aún más kitsch...
Para el próximo post.

sábado, 7 de enero de 2017

Sin compromiso de permanencia









Vivimos en un mundo en el que en ocasiones, sólo en contadas ocasiones, tenemos la suerte de recrearnos con su belleza natural. Antaño tan presente, y hoy completamente alejada de nosotros. Y ello siempre en contraposición con la sobreabundancia y el bombardeo de propaganda con la que se cacarean e inflan las virtudes de las cosas artificiales.

Así, y sólo así, es que hemos llegado al absurdo de encontrarnos en los supermercados con naranjas peladas y embaladas en estuches de polietileno. En mi opinión, la cuadratura de la estupidez humana.

Desde luego que esto es lo que nos merecemos, en nuestro afán por cambiarlo todo (supuestamente para mejor), y adaptarlo al estándar del capricho y el confort momentáneo.
Llevamos siglos haciéndonos la vida más sencilla, teóricamente, a base de ir limpiando de nuestro entorno inmediato todo aquello que nos remita a la naturaleza tal cual, y por ahora, se supone que la cosa funciona aparentemente bien… ¿Sucederá en cambio que llegue el día en que esta desconexión sea total,  se revele entonces como nefasta, y no haya ya manera de dar marcha atrás?

Por suerte para nosotros, la naturaleza no piensa, no siente, ni se enfurece con nuestra actitud, ni está por tomarse revanchas (al menos no definitivas). Pero a veces sí que se echa en falta una buena colleja por su parte.


Un pequeño toque de atención. Un decir “Esto se ha acabado, amigos”, y retirar de la circulación, qué se yo, por ejemplo las flores, o las nubes, o los arroyos, o el blanco impoluto de la nieve. Que de pronto recibiéramos un servicio de segunda, y no la fórmula Premium de la que disfrutamos ahora. Quizás entonces aprenderíamos a valorar todo eso que ni se compra ni se vende, ni se puede envolver en papel de regalo, ni cabe debajo de un arbolito de plástico made in la Cochinchina.