domingo, 8 de febrero de 2015

La fibra sensible


Sí, no me miréis así. De no ser por cosas como el balompié, las nuestras serían unas vidas completamente intrascendentes y carentes de emociones.
Para que luego digan que si los sueldos del delantero tal, o el centrocampista cual, son desorbitados…
Cierto es que no curan el cáncer, pero es que todo en esta vida se reduce a una cuestión de prioridades.
De hecho, que nadie dude de que si se pusieran a ello - si realmente de eso fuera el juego - lo conseguirían. Vamos, que si todo el dinero, recursos e investigación que se dedica a curar las lesiones deportivas, se destinase a la medicina de verdad, otro gallo cantaría.
Pero entonces el mundo sería mucho más soso y aburrido.
Seamos realistas, un científico nunca será capaz de poner en pie a todo un estadio, de provocar un estallido de felicidad global y transfronterizo, retransmitido a las cuatro esquinas del planeta vía satélite. Sus únicos espectadores son las propias ratas del laboratorio, y la verdad sea dicha, nunca acaban satisfechas con el espectáculo. Vive el cielo que no.
Francamente, si yo fuera una pobre rata en el trance de diñarla en uno de esos escalofriantes experimentos a los que las someten, y, repentinamente, me dieran la oportunidad de cambiar mi vida por la de un futbolista de primera división, podéis estar seguros de que no necesitaría disponer de un sofisticado sistema nervioso central, abundante en materia gris y circunvoluciones, para instantáneamente tomar la decisión acertada.

Pisaría con mi peluda patita la palanquita de OK, y a vivir, que son dos días.