jueves, 30 de diciembre de 2010

Fin de año divino de la muerte


Es la misma historia de siempre. El año, como suele venir sucediendo de un tiempo a esta parte, se nos ha vuelto a quedar como un pajarito.
Naturaleza débil esta, la de los años. Al poco que cogen algo de frío se nos van, visto y no visto, a ese sitio del que nadie vuelve.
Claro que, nada hay en ello de antinatural, hasta el más pintado sabe que estos, los años, pese a ir cargados de meses, de estaciones alegres y joviales como la primavera o el verano, nunca fueron concebidos con la intención de durar. Son como los juguetes de un niño. Una vez abierta la caja que les sirve de envoltorio, lo mismo da lo que lleven dentro, toda la ilusión se desvanece.
Quizás sea por eso que, a esta última noche del año que expira, o si se prefiere, primera del año entrante, se le conceda este estatus especial.
Sea cual sea la explicación, lo cierto es que la madrugada del uno de enero todo ha de ser superlativo, y por qué no decirlo, también exasperántemente cursi y relamido. Es como si el cuento de la Cenicienta, en un esfuerzo desesperado por adaptarse al cambio, se reinventara a sí mismo, sin reparar demasiado en sus efectos secundarios. Todo ello engarzado en una tradición de nuevo cuño, deudora en gran medida del Carnaval, y a la que – esa es la sensación que yo tengo – poco serio se puede oponer, sin caer en su remolino de pasiones terrenales. Una moda o costumbre que, por otra parte, ha hecho fortuna en tanto en cuanto que los cultos religiosos han ido cediendo terreno, como no podía ser de otra forma, a los cultos paganos.
Así las peluquerías de señoras, con la proximidad de las campanadas, se convierten en centros de experimentación artística y sociocultural, que nada tienen que envidiar ni a Miquel Barceló ni a la Bauhaus berlinesa en sus momentos álgidos. El trabajo de estas profesionales se desarrolla, además, en unas condiciones en absoluto propicias a las musas. Más aún, a contra reloj y en medio de la histeria que caracteriza a los acontecimientos de masas. Sujetas a los caprichos de clientas a las que, una vez finalizada la obra, todo parecido de sus rostros con la realidad, podría ser interpretado como una ofensa gravísima.
Es en cualquier caso un comportamiento absolutamente inherente a la condición humana. Pocos de hecho son los que en tan señalada fecha no se dejan llevar por esa tentación ilusoria de soñar, por improbable que ello resulte, con un cambio a mejor.
¿Y si el 2011 es el año en el que suena la flauta?
La esperanza de hecho es, si no el que más, uno de los bienes no tangibles más profusamente involucrados en las transacciones afectivas de esa noche, la más larga del año. Una esperanza simbolizada preferentemente en las doce uvas de la suerte.
Uvas estas de las que, en todo caso, con o sin pepitas, peladas o no, una vez atravesada la crítica confluencia del esófago y la traquea, y ya felizmente encarriladas camino del estómago, poco bueno más se puede esperar.
Es como si una vez engullidas, sus presuntos poderes mágicos se diluyesen en los jugos gástricos. Digeridos como vulgares moléculas orgánicas de las de a diario. Fructosa, glucosa, riboflavinas, transaminasas y zarandajas de esas, que más conocidas son por las preocupaciones que acarrean, que por sus supuestas bondades.
Con todo, queda al menos esa sensación de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos, por recibir al nuevo año en la mejor de las disposiciones. Preparados y perfectamente bien pertrechados para sufrir sus rabietas y calentones sin despeinarnos. Pacientemente esperando a que el ambiente se enfríe de nuevo, y que su mala salud de hierro se lo vuelva a llevar por delante.
Pacientemente esperando - otra vez, otro año más - a tener la excusa de festejar algo por todo lo alto.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Locura Navideña Transitoria


Empecemos por decirnos las verdades. Aquellos que reniegan de la Navidad, cual Mister Scrooge, y que afirman odiarla con todas sus fuerzas, es porque antes, en un tiempo remoto y pretérito, la amaron apasionadamente y a calzón quitado, sin recato ni censuras, apurándola hasta los posos.
Sí, no es infrecuente que un amor despendolado se transforme, merced a un brutal desengaño, en un odio visceral y engangrenado. Más aún, yo diría que es el pan nuestro de cada día.
Con todo, y después de haber dicho lo dicho, no sería justo que yo me situase por encima de fieles e infieles, en una atalaya moral, desde la cual arrojar mis juicios sobre el resto del orbe mundial, cual ollas de aceite hirviendo.
Porque sí, amigos míos, yo también fui una víctima de la Navidad. Comprobar que los reyes magos eran mis padres, y que por tanto, en virtud de sus limitaciones pecuniarias, jamás podrían traerme todos los scalextrix, todos los airgamboys, todos los exin-castillos, todos los Super-humores, y todos los balones de reglamento que había en mi cartera de pedidos, supuso una enorme frustración. Vamos, que si no la mayor, de entre las más grandes.
Si bien, y pese a que ha transcurrido tiempo suficiente ya desde que recibí la fatal noticia, de sobra para haberlo asumido, yo, en mi empecinamiento vital, todavía sigo creyendo en ellos, y todas las noches a esa creencia me sigo encomendando cuando les solicito que alguna Navidad, aunque solo sea una, me dejen debajo de la almohada un yate parecido al de Roman Abramovich.
Es posible que muchos os riáis de alguien que, con su edad, todavía se habla con los monarcas de Oriente, alguien que, para ser más exactos, llama a su línea novecientos y les cuenta entre excitado y contrito sus penurias existenciales. Pero es que en el fondo, he de admitir que estos señores, sus altezas de las mil y una noches, han cumplido con lo que se les encargaba. De hecho, ahí está el yate, debajo de la almohada, y ahí seguirá, con toda probabilidad, por los siglos de los siglos, amén.

Naturalmente, como habéis podido comprobar tras leer estas líneas, yo no odio la Navidad, ni muchísimo menos. Es más, siendo, como soy, un eterno escritor en ciernes, no puedo por menos sino admirar la bella factura de un cuento que está bien contado. Yo, como tantos otros que tenemos el vicio de sentarnos a teclear en un ordenador cuando estamos aburridos, sabemos de buena tinta lo mucho que eso cuesta. Es por tanto casi una obligación, el tener un reconocimiento para con su autor o autores, sea o no esta una obra coral, que en cualquier caso no está sujeta a derechos relativos a la propiedad intelectual, pues como los anuncios de colonia, fue ideada para vender embelesadoras fragancias.

Otra de las complicaciones que estas fiestas suelen llevar aparejadas son las temidas, y temibles, reuniones familiares. Encontrarse de pronto encarcelado en torno a una mesa con gran parte de sus genes, o cuando menos de una muestra representativa, expuestos a un escrutinio directo y desapasionado, sume muchas veces a uno en la desolación más absoluta.
Pero hemos de ser realistas. Lo que uno tiene delante no son sino los mismos ingredientes de los que se halla compuesto, si acaso mezclados de una manera un poco diferente y con el adorno de una ramita de perejil. Si estos son unos zafios, unos fantasmas, unos patanes, unos impresentables, unos plastas o unos amargados, la seguridad de que uno mismo también lo pueda ser adquiere proporciones cósmicas. O eso, o que nuestras madres hubieran mantenido en el pasado una relación con el butanero más allá de la simple y sana camaradería. Lo que tampoco es en absoluto deseable.

En cualquier caso, ya provenga nuestra sangre del palacio de Buckhingham, o del pozo del tío Raimundo, está el prurito que todos albergamos dentro de nuestro ser más rancio, en unos más desarrollado que en otros, de llegar a convertirnos algún día en los pares de Belén Esteban, o sea de ganar dinero sin darle un palo al agua. En este caso por medio del único pelotazo considerado santo y cabal en la sociedad de nuestros días, a través del Gordo de navidad.
Es lógico pues que para muchos, saber que sus ilusiones habrán de demorarse un año más, condicione muy mucho su percepción del asunto, y hasta dé al traste con toda la gana de festejos y alharacas.

Unas fiestas cuyo efecto más pernicioso, no lo olvidemos, es lo mucho que tiran del bolsillo. Ni que decir tiene pues que entre los detractores más recalcitrantes de la Navidad ocupan un lugar preeminente los tacaños. En efecto, la racanería y las compras navideñas se llevan a matar.
Muchos de estos, de hecho, son los niños que en el pasado recibían con júbilo y entusiasmo sus regalos, que sin embargo no han terminado de encajar que, con los años, los términos se han invertido, y que ahora son ellos los que han de aportar la financiación de la broma.

Pero no vamos a meter a todo el mundo en el mismo saco, pues es cierto que si todo es una gran mentira, únicamente concebida con la finalidad de elevar el consumismo al grado de religión, aquellos que no comulgan con ruedas de molino, están en su perfecto derecho de sentirse burlados y estafados, y de propagarlo a los cuatro vientos. No obstante, para estos, generalmente espíritus libres y que no renuncian a su visión romántica de la vida, recordarles que no todo está perdido. Que aún hay una oportunidad de chinchar al malo de la película, y de plantarse, contra todo pronóstico, en el mismísimo final feliz.
No tienen más que echar la vista a su alrededor, para comprobar que, la posibilidad de convertir a la Navidad en algo real, existe. De hecho, millones de personas en el mundo, la mayor parte de ellas niños, pasarán estos días en el más absoluto olvido y abandono, sin nadie que se moleste en ni tan siquiera regalarles un muñeco de trapo. Como veis, recuperar la ilusión de antaño, requiere tan solo de un pequeño esfuerzo.
Yo, por mi parte ya lo he hecho, comprando el bolígrafo solidario que anuncia Iniesta por la tele, y con el que he escrito parte de este texto.
Claro que a mi me lo ha colado, no porque un servidor sea mejor ni peor persona, sino por el simple hecho de haber colado el gol de la final del mundial. Para qué nos vamos a engañar.
Voy ahora a dármelas de altruista y benefactor, al estilo magnate podrido de millones, cuando la realidad es que he actuado por puro borreguismo.

Pero volvamos al tema y terminemos diciendo, ya por último, que si estas fechas levantan sarpullidos por alguna razón concreta, por encima de todas las demás, es por esa costumbre malsana de marcarse objetivos y hacerse propósitos de año nuevo que, con el paso de los meses, y salvo raras excepciones, suelen convertirse en pesados fardos con los que cargar, cual costaleros de semana santa, y de los que, en verdad, todo intento de expiación se acaba haciendo insuficiente.

Pero nuevamente, y pues este post podría pecar en exceso de beato y meapilas, me atreveré a animaros a que tampoco renunciéis a ello.
Si vuestra idea para el 2011 es beneficiaros a la vecinita del quinto, o al uniformado que monta guardia a las puertas del palacio de Justicia, o desvalijar la caja fuerte de la empresa y largaros, en régimen de indefinidos, a las Bahamas... ¡Adelante!
Pensad en la huelga de los controladores aéreos, y jugad vuestras bazas sin complejos de ninguna clase. No dudéis de que si lo dejáis correr, luego puede ser demasiado tarde. ¿A ver por qué van a ser ellos los únicos en este país que vivan del chantaje?
No en vano, el otro día en un pueblo de la provincia de Ourense - o no me acuerdo si en la de Pontevedra - los operarios del matadero municipal anunciaron una huelga parecida, con el sacrificio de los pavos de Navidad como arma negociadora, y no les debió ir tan mal.
A fin de cuentas, el ejemplo a seguir esta claro, y el mensaje ha calado.

Y así hemos llegado al final del post, y del 2010. Desearos por fin a todos los asiduos de este blog: Merce, Arancha, Nefertiti, Lola (Fiebre), Ester, Eva, Natalí, Chinaski, Jimmy, Álvaro, Juanjo, Tomás, Genín, Eric, Lagarto, Miguel, Tordón, y todos cuantos me honráis con vuestra amistad ciberespacial de una forma más ocasional - que espero así no dejarme a nadie en el tintero – un espléndido año 2011, y que paséis una agradable Navidad en compañía de vuestros seres queridos. Deseo que hago extensible a todos los autores de los otros blogs por los que también suelo pulular.

Zampémonos los turrones tranquilamente y olvidémonos por un tiempo de los problemas. La navidad, no es una imposición cerrada y excluyente, sino que por el contrario, es una experiencia voluntaria y tiene hueco de sobra para acogernos a todos. Y al que opine lo contrario le invito a que vea este videoclip, del año de la pera, de Bony M. Así se convencerá de que las peculiaridades del gusto en el vestir, la polémica sobre los idiomas vernáculos, las orientaciones sexuales difusas y multicolores, y el espíritu navideño, aunque parezca mentira, se pueden compatibilizar perfectamente.

¡¡¡Feliz Navidad!!!

martes, 7 de diciembre de 2010

Colapso Joviano


Hola amigos lectores.
Se que me estoy volviendo algo perezoso y que no me he tomado esta vez tampoco la molestia de traducir mis viñetas - de sus idiomas extraterrestes en la versión original - al castellano.
Comprendo, por supuesto, que no todos tenéis porque conocer esas lenguas de otros mundos. No todos tuvisteis la academia como yo, a dos portales de vuestra casa.
En fin, para que no protestéis, os dejaré el cuento al que sirve de pretexto, este sí, con métrica y gramática cervantina full edition. Para que no se diga.

Con todos ustedes:


Colapso Joviano.

Sipi amaba a su novia Nopi, y tenía desde luego la firme intención de casarse con ella, y poder por fin reproducirse por esporas como la gente normal, formar una familia, y en fin, todas esas cosas…
Pero los tiempos no estaban como para andarse con algarabías ni festejos.
La situación económica del planeta Ups era francamente mala, y el temor a peder su puesto de trabajo en la churrería de alta densidad molecular era permanente. Digamos que su suerte pendía de un hilo.
No era pues el momento de plantearse una boda, con todos los gastos que ello acarrearía.
Pero cómo explicárselo a la dulce e inocente Nopi, apenas una tierna muchacha que no entendía de balances macroeconómicos, y a la que los continuos retrasos y aplazamientos sólo inspiraban desconfianza y recelo.
Ella bajo ningún concepto quería correr la suerte de su prima Mimi a la que su prometido Piriqui la había abandonado a los pies mismos del altar, con toda la parentela vestida de gala, y esperando impacientes para sacarles muchas fotos y videos domésticos, bailando el vals por bulerías e hincándole el cuchillo a la tarta nupcial.
Despejar todos esos fantasmas de la mente de Nopi, era la dura faena de todos los días de Sipi. Convencerla de que no había nada que temer. Que él estaba limpio de sospecha.

- Princesita – le dijo una noche a la luz de los astros errantes y otros cuerpos de órbitas irregulares en trayectoria de colisión – Tú sabes que eres para mí lo más importante del universo.
- Lo sé.
- Entonces… ¿Por qué dudas de mi palabra?
- Porque sólo son eso, palabras. Y las palabras se las lleva el viento.
- Sé que quieres que lo hagamos, amor mío, que nos casemos… Pero de hacerlo ahora no funcionaría. Estamos en el ojo del huracán y los especuladores cosmogónico-librecambistas, por absurdo que pueda sonarte, parecen haberse conjurado para acabar conmigo, y por ende con lo nuestro.
- Excusas. Siempre excusas.
- No son excusas, princesita, es la realidad. Y sabes que lucho con todas mis fuerzas todos los días para cambiarla.
- No es suficiente. Tengo ya tres años jovianos y si sigo dilatando el momento, se me pasará el arroz.
- No dramatices Nopi, por favor. Por esto ya hemos pasado antes y no conduce a nada bueno.
- Te quiero Sipi, eres el alienígena de mi vida, mi media galaxia espiral… Pero has de saber que también tengo otros pretendientes. Pretendientes que no se andarían por las ramas en este asunto al poco que se les diera la más mínima oportunidad.
- ¡No!… No, Nopi. No te tolero que me chantajees con eso. Vete con ellos… Con ese que es dueño de la cadena de analgésicos basura, Happy Píldora… Si es eso lo que en el fondo deseas.

Nopi se fue a una esquina y rompió a llorar. Salió al balcón y contempló las luces titilantes de la ciudad brillar en la lejanía. El mundo no se detenía. Aún más, parecía ajeno a sus cuitas. Sipi podría estar perfectamente utilizándola, contándole una batallita para ganar tiempo. Sus intenciones para con ella eran todo un misterio que solo se disiparía en el momento de la firma ante el juez. Momento que cada vez se le antojaba más incierto.
Todo era tan confuso, y el panorama tan sombrío…
Entonces Sipi salió él también afuera y la rodeó con sus brazos.

- Cielito, ¿Cómo puedes dudar de que seas mi chica? La una y única.
- Aquí y ahora – respondió Nopi - bajo la pálida luz del crepúsculo, mi corazón te cree, pero las diástoles y sístoles que lo animan se me alborotan en tu ausencia. Con la oscuridad de la noche, las aguas se retiran y ponen al descubierto los escollos de la bajamar y los esqueletos de los sueños naufragados. No lo puedo disimular. En lo más profundo de mí ser la desazón y sus premuras son, con cada día que pasa, más y más manifiestas.
- ¡Tonterías!
- No son tonterías. Mi vida se aboca a una encrucijada. Esto es como un angustioso reparto de víveres, en el que una se hallase haciendo cola, al final de todo, mientras contempla como se agotan las existencias.
- No podemos. Sin las imprescindibles seguridades monetarias el fracaso estaría garantizado. Sería como empezar la casa por el tejado.
- Vivamos como nuestros ancestros, con la luz de las Perseidas por único techo. Ellos nunca fueron rehenes de las comodidades de esta sociedad nuestra enferma.
- No, Nopi. No sabes de lo que hablas.
- Sí, lo sé Sipi. Y ya no hay lugar para las medias tintas. Habla ahora o calla para siempre.
- Esta bien, Nopi. Tú lo has querido. De nada sirve ocultarlo por más tiempo. Quitémonos las caretas… Me gustan las mujeres.
- Aaaaaah. No. No es cierto. Me pones a prueba.
- Sí, lo es. Lo siento.
- Pero ¿Las mujeres? ¿Las hembras del ser humano? ¿Me estás diciendo que le he entregado mis mejores lunas a un zoófilo intergaláctico? ¿Cómo he podido ser tan imbécil?
- No, princesita. Yo soy el único culpable.
- No me vuelvas a llamar así o te corto el pistilo. Te juro que te lo corto.
- ¿Qué otra cosa podía hacer? Yo también soy una víctima de la hipocresía de este cosmos esquizofrénico.
- Tú lo que eres es un depravado. Un marrano. Un monstruo.
- De acuerdo, tienes derecho a estar enojada. Me obsesioné con la Ufología, y llegó un momento en que no supe desconectar. Esa afición ha arruinado mi vida, pero odiaría que hubiera arruinado también lo nuestro.
- ¿Lo nuestro? Por mi te puedes ir a freír churros.
- Sí, churros… Ya… Esa es la única certeza que se me permite en este mundo de egoísmos y amores interesados.
- Te está bien por mentiroso. Por jugar con los sentimientos de las personas.
- Yo nunca quise hacerte daño. En cuanto comprendí que tenía un problema traté de hablarlo contigo. Pero lo pasábamos tan bien juntos… Eras tan feliz. Todo lo que yo decía o proponía era recibido con entusiasmo… Tenía tanto miedo a estropearlo, como en efecto así ha sucedido. Tú me sacaste de la irrelevancia absoluta. Y ahora me devuelves a ella.
- Has de pagar.
- ¿Pagar?… ¿Pagar por seguir queriéndote, aunque sea de esta manera más madura y menos fantasiosa? ¿Por no haber dejado de amarte, aún habiendo quedado involuntariamente atrapado en esta sucia y humillante trampa del destino?
- El amor verdadero es incompatible con el vicio.
- ¿Ni aún con la promesa de buscar una curación?
- Lo siento, Sipi, pero el alienígena que me quiera habrá de ser capaz de entregarse al ciento por ciento. Sin zonas oscuras. Yo no puedo compartir mi lecho con alguien que sueñe todas las noches con abducir a una hembra humana. No puedo.
- Nunca conseguiré curarme sin tu ayuda, Nopi. Te necesito.
- No. No me necesitas a mí. En realidad solo Dios sabe quien puede ayudarte… ¡Hembras humanas! ¿Cómo has podido caer tan bajo, Sipi? ¿Cómo nos has hecho esto? Te odio… Te odiaré toda mi vida.

Nopi entró en la casa, recogió sus llaves y su comunicador portátil y se dirigió hacia la salida, donde le esperaba su teletransportador automático.

- ¿A dónde vas Nopi? ¡No me abandones!
- Adios, Sipi. Fue bonito mientras duró.

Nopi activó su teletransportador, como de costumbre, pero algo falló en el mecanismo de encendido, y este se volvió inmanejable.

- Noooopi. Noooopiiii. Noooooooo.

Después de dar varias vueltas de campana en la atmósfera, envuelto en llamas, acabó estrellándose contra una de las charcas de aguas termales poco profundas, que, en su mayor parte, constituían la pantanosa superficie de aquel lúgubre y traicionero planeta.
Planeta vivo y al mismo tiempo letal, el tal Ups.
Hogar, por demás, de tantos y tantos otros dramas individuales, esparcidos por la vasta curvatura de su inmensidad sideral.