sábado, 31 de octubre de 2009

Un futuro incierto


Hace tiempo que no publico y eso no se puede consentir.
Por fortuna, se me ocurrió esta breve historieta (o microrelato), y a aún a pesar de lo manoseado del tema, decidí hacerle un ciberhueco.
No sé si os pasa también a vosotros, amigos lectores - muchos de los cuales también le dais ritmo de batucada a las teclas de vuestro ordenata - pero yo, en lo que respecta a mi manera de enfocar la “vocación”, suelo enredarme bastante a menudo con una idea que de noche y de día me persigue: La obsesión por la verosimilitud.
Ya, es lógico, diréis. Los argumentos han de tener un hilo conductor medianamente inteligible, de forma que el lector no se ahogue en sus propios bostezos.
Pero y digo yo: ¿No será acaso esta obsesión por la verosimilitud, en el fondo ese afán por lograr que la ficción imite lo más fidedignamente a la vida, más bien un contrasentido?
Porque, señores y señoras de este y del otro lado de la pantalla, la vida es una concatenación de situaciones absurdas, una sopa cósmica cuya lógica apenas está en condiciones de soportar el análisis racional. Trazar una línea de separación entre lo real y lo inventado, y ceñirse a ella con terquedad, es causa de grandes desesperaciones.
Por tanto no ha lugar hacerse mala sangre con uno mismo, ni buscar reconciliaciones imposibles con eso tan esotérico que llaman la “inspiración”
El mundo, que es siempre el que va a ser retratado, se disfraza y nos entrega pistas falsas para trabajar. Apenas materiales de desecho. No quiere que le hagamos su caricatura. Pero al final siempre se deja, pues en el fondo es muy presumido, y eso, es lo que le pierde.
Quedáis pues a merced de “Un futuro Incierto”, versión en castellano de su homóloga original “Na furrufu Inchiribita”, que a diferencia del dibujo he creído conveniente que fuera traducida.
Lo aclaro más que nada por aquello de evitar malentendidos con los puristas. Es evidente que la historia ganaría en realismo contada en el idioma propio de su tiempo (esto es, el de la época histórica en que transcurre), pero para no meternos en camisas de once varas, nos permitiremos esta licencia. A fin de cuentas… ¡¡¡ ¿Qué más da, si es todo una trola?!!!

Un futuro incierto

Es el año 21900 d.c. y la humanidad ha sufrido grandes transformaciones a lo largo de este periodo elefantiásico de tiempo.
Una de ellas, la más notable, es la que la condujo a abandonar su madre planeta, la “Tierra”, y a colonizar otros mundos allende los espacios siderales.
Por supuesto, mucho han cambiando estos nuevos seres humanos en cuanto a su fisonomía, y por tanto, en cuanto a su longevidad, su forma de respirar, de comer y de relacionarse con su hábitat. Por ejemplo, no tienen necesidad de orinar ni de defecar, al estar sus raciones de alimento científicamente milimetradas, y por tanto ambas prácticas son consideradas un pecado de entre los más horrendos, pero eso es harina de otro costal. En general, su forma de ver la vida, su pensamiento, se podría decir que apenas habrían experimentado modificaciones. Y así, en lo referente a su aspecto exterior serían irreconocibles en comparación con los de hoy día, pero no así de cráneo para adentro, que continuarían sujetos al clásico esquema sota, caballo y rey.
Pero vayamos a nuestro relato.
La estrella Zeta-Pétalus había asomado un día más su brillante corona de rayos gamma por el horizonte, y, a esa hora de la mañana, la normalidad era la tónica dominante en la ciudad burbuja de Nueva Pangea.
Era pues el comienzo de una nueva jornada de clases en el colegio San Gagarin de Sputnik, donde los frailes gagarianos impartían sus lecciones magistrales. Uno de ellos, don Estroncioπ, se ocupaba del 5 º curso, y a fe mía que era tenido por muy buen maestro, querido tanto por el alumnado como por los padres, e incluso reconocido y muy admirado entre sus colegas.
Don Estroncioπ era un amante de su profesión y veneraba todo lo relacionado con el aprendizaje. No es pues de extrañar que la gente lo adorase. Digamos que conseguía transmitir su pasión a todo lo que hacía.
Por ejemplo, entre sus alumnas, no le faltaban aspirantes a ser la favorita a la hora de escoger. Todas las niñas se peleaban por ser la más lista y la más estudiosa. Y los niños, tres cuartos de lo mismo.
- ¿Cuáles son los principales ríos de lava del asteroride Epherus? – inquiría.
Y sin dejar que terminara de verbalizar su pregunta, tres o cuatro voces se alzaban desde todas las esquinas apuntando:
- El Thinca, el Ghallego y el Xegre.
- Perfecto, perfecto, niñas…
Sin embargo, siempre, todos los años, a don Estroncioπ le tocaba lidiar con alguna manzana podrida. Tal vez más gusano que fruta, bien es verdad que sí, pero desde luego cien por cien sospechosa de querer pudrir el cesto.
Y en esta ocasión este se llamaba Pfodnix5. Un jovenzuelo imberbe, el cual había hecho de la impertinencia su principal seña de identidad.
Su condición de repetidor y el hallarse ya de lleno inmerso en la adolescencia, en tanto que sus compañeros apenas habían aprendido todavía a sonarse los mocos, le convertía en un continuo foco de problemas.
Y como ya digo, don Estroncioπ, era un genio en el manejo de la mano izquierda, y sus dotes de psicólogo eran bien conocidas, pero con el tal Pfodnix5 no le valían de nada.
Así, durante todo el curso se habría tenido que resignar con dejarlo por imposible. Pero esa misma mañana, ni siquiera él mismo sabría decir por qué, se hartó de transigir.
- ¡Hale, Pfodnix5, a la pizarra de plasma!
- ¿Quién? ¿Yo?
- ¡Sí, tú! ¡Te ha tocado!
Pfodnix5 remoloneó un poco al principio, pero enseguida aceptó el reto, y haciendo muecas de extrañeza, destinadas obviamente a ridiculizar la ocurrencia de don Estroncioπ, se fue deslizando hasta allí por entre los pupitres de carbono cristalizado.
- Bien. Me vas a decir la composición geológica de la Tierra.
- ¿La Tierra? ¿Pero qué tierra? ¿La de las películas?
- Olvídate ahora de las películas. Deja a un lado toda esa bazofia que echan por la televisión. Di, núcleo, manto y corteza.
Pfodnix5 se encogió de hombros.
- Sí. Venga. Di de que están formados cada cual.
- Pues yo que sé – a Pfodnix5 le gustaba mucho hacer el payaso – ¿De rocas y pedruscos amontonaos?
- Está bien. ¿Quieres que te expulse de clase? Sería la tercera vez, y dudo mucho de que el director te fuera a conceder una siguiente oportunidad. He hablado con él, y lo mismo da ya que tu padre sea el vicecanciller de navegación aerospacial del hemisferio bipolar o barrendero… Todo tiene un límite.
Entonces por un momento Pfodnix5 rememoró el zipizape que se había formado la vez anterior, y las amenazas de su progenitor de enviarle a un satélite perdido en el mapa celeste. Y el cuello de la camisa, aunque tampoco demasiado, pareció como que le apretase un poco. Lo suficiente, si bien, como para obligarle a hacer un mediano esfuerzo.
- Veamos – dijo el muchacho – Está el núcleo, que tiene Hierro, y la corteza, donde se hallan los vegetales y las plantas. Y en el manto…
- ¡No, señor! ¡No! ¡Lo ves como no te da la gana de estudiar nada!
- ¿De lignito, antracita y hulla?
- Basta. No quiero oírte más. Vuelve a tu sitio, zoquete… ¿Zignya2?
- El núcleo está compuesto de cemento y hormigón armado – recitó Zygnia2 de carrerilla - el manto de residuos nucleares de alta radiactividad, y la corteza de plásticos no biodegradables, aguas fecales y tetra briks de vino peleón.
- ¿Has visto? ¡Toma ejemplo!
- Bah, Zignya2 es una empollona.
- Ya quisieras tu algún día ser la décima parte de inteligente que ella.
- Bien. Ella se aprende al dedillo lo que viene en los libros, y feliz de la vida ¿Pero… Por qué yo he de aceptar que es cierto, si en las películas…?
- Calla, ignorante. Y además de ignorante, blasfemo. Pones en duda la historia sagrada, lo que observaron los santos telescopios de la nave Diluvius antes de dejar atrás las elipsoides orbitales jupiterianas. Y todo por culpa de todas esas leyendas embutidas en dvd’s pixelizados, que no son más que un entretenimiento barato plagado de anacronismos. Entretenimiento para incultos como tú.
- Pero don Estroncioπ
- No hay peros que valgan. ¿Quieres que te expulse? ¿Eh?
- No pero…
- Pues entonces no me lleves la contraria. ¡Siguiente tema: La conquista de las constelaciones de Sagitario y Capricornio por los metacarpos y la guerra de los cien años con los metatarsianos!
Y Pfodnix5 no volvió a ser llamado a la pizarra de plasma durante ese curso, con lo que al año siguiente volvería a ser repetidor.
Al fin y al cabo, ¿para qué se iba a esforzar, siendo hijo de un pez gordo…? ¿…Parte integrante de una de las familias mejor situadas de la colonia?
Eran los demás, los que nunca llegarían a nada, los que debían dar el callo. Ellos tendrían que sostener la base de la pirámide, y sus convicciones habían de ser lo más sólidas posibles.
Y todos contentos de que se repitiese un año más la historia, pues como ya dije, las mentes de la época tampoco eran afines a las grandes variaciones idiosincrásicas.
Mentalidades estáticas para una humanidad repetidora.

lunes, 26 de octubre de 2009

¡Que grande es el cine!

No se si José Luis Garci habría emitido nuestras peliculillas cutre-salchicheras (de mi hermano y mías,... aunque más de él que mías, todo sea dicho) en aquel espacio suyo llamado ¡Qué grande es el cine!, pero de lo que si estoy seguro es que, de hacerlo, al coloquio subsiguiente solo habrían asistido comentaristas deportivos.
Lo que daría en cualquier caso, por que Héctor Quiroga, Ramón Trecet, José Angel de la Casa, Andrés Montes, Juan Carlos Rivero o Paloma del Río (entre otros) se sentasen alrededor de una mesa para comentar este humilde video, que no es sino el trailer de la III Maratón do Miño (en Ourense)...
Por cierto, tanto mi hermano como yo corrimos la prueba en la modalidad de relevos. ¡¡¡Deslomaos acabamos!!!... aunque como decía el chiste de Gila, ¡¡¡Pero nos reímos...!!!

Lo podeis ver en HD en You Tube, picando aquí

domingo, 4 de octubre de 2009

¿Somos animales sociales?


Cualquiera con un grado mínimo de conocimientos en cuanto a lo que se refiere a las ciencias naturales sabe que el hombre, la especie Homo Sapiens, es un animal social, o al menos eso es lo que se oye decir por ahí.
Yo en cambio, tengo una teoría alternativa, y me inclino más a pensar que la sociabilidad humana es más que nada un mito, una feliz coincidencia, y que si en realidad vivimos hacinados y apiñados en ciudades y pueblos, es más por inercia, que por el anhelo de compartir nuestras existencias.
Bromas aparte, la teoría - mi teoría - he de admitir, es ciertamente fácil de refutar para alguien con dos dedos de frente y que no tenga el día para andar con chuminadas. No obstante, por más que se esforzase, siempre se dejaría colgando algunos flecos. Pequeñas evidencias ante las que este sesudo personaje figurado no tendría más remedio que doblar la cerviz, y reconocer muy a su pesar, que no existe un razonamiento o explicación, completa y cerrada, que las arrincone definitivamente.

El hecho es pues - como iba diciendo - que somos un animal social, como las hormigas, como las abejas, como los ñus… Y sin embargo, a ninguno de nosotros nos gusta reconocernos en ellos. Ni siquiera a todos nosotros, como conjunto, nos gusta hacerlo.
Pondré un ejemplo sencillo: Las banderas y escudos de los países.
Se ven muchas en las que la nación o el estado aparece representado por un animal. Pero en todos los casos estos suelen ser animales solitarios, y muy rara vez pertenecientes o integrados en manadas, grupos o bandadas.
Proliferan los leones, que aún sin haber puesto un pie en el viejo continente, excepción hecha de circos y zoológicos, campan a sus anchas por blasones y estandartes de media Europa. También son un éxito las aves, por lo general las rapaces: Águilas (alguna que otra de infausto recuerdo), halcones, pero también pajarillos como el Quetzal (Guatemala) aunque en este caso ya no hay una discrepancia tan grande, geográficamente hablando. Es también el caso de los cóndores en los países andinos, del águila culebrera en México, o de la de cabeza blanca en algunos estados de los EE.UU. En este reparto, en cambio, las gaviotas saldrían muy mal paradas, y únicamente un pequeño islote del Pacífico, Kiribati, la desplegaría en su enseña, y para eso de refilón, y como que pasaba por allí.
Osos (en algún lander alemán, creo que Berlín, y en California!!!), toros (en la versión forofo-pachanguera de la de la España cañí), lobos, etcétera, etcétera.
Por supuesto, capítulo aparte merecerían los animales mitológicos, águilas bicéfalas, unicornios o dragones (caso del País de Gales), cuya presencia en este cotarro, en detrimento de la de perros, gatos o hamsters, tanta amistad y cariño que decimos profesarles, da desde luego para muchas y muy críticas reflexiones.
Pero resumiendo, ni hormigas, ni abejas, ni ñus.
Los escogidos son siempre animales muy susceptibles y en absoluto dispuestos a ceder el más mínimo palmo de terreno en sus posturas. Nunca bichitos colaborativos y entregados en cuerpo y alma al bien común de la colonia.
El odio - la inquina que todos sentimos por estos animales sociales - se incrementa de hecho exponencialmente, cada vez que nos tenemos que relacionar con alguna de estas especies malditas, cuyos hábitos y costumbres, entran en conflicto con nuestro concepto de lo que sería un entorno ideal, y en muchos casos claras enemigas y competidoras: Ratas, cucarachas, polillas, piojos y liendres. Entre otros/as.
Si bien, todos estos desafectos tienen su justificación. La mayoría de estos bichos son muy marranos, y generalmente son portadores de enfermedades, o arruinan nuestro patrimonio, como la carcoma.
Lo que ya no es tan fácil de comprender es la antipatía que todos sentimos en mayor o menor grado por las hormigas, el animal social por excelencia.
Sí, las hormigas nos inspiran a todos recuerdos vagos de la infancia, en cuyo contexto, estos seres diminutos ejercieron en cambio una enorme influencia. Cómo olvidar a aquella hormiguita de la fábula que, implacable, dejaba morir de hambre y frío a la extrovertida y dicharachera cigarra. Aquel personajillo corroyó mi alma infantil, apenas en proceso de formación, durante muchos años, convirtiéndome en un ubicuo asesino (peor aún, genocida) de estos negros artrópodos. Era solo toparme con una hilera de ellos y agacharme a poner fin a sus vidas, dedo índice y pulgar actuando a toque de tambor. Hormigueros enteros sufrieron cuantiosas pérdidas en aquellas desiguales y cruentas batallas, mis manos convertidas en aeroplanos de la Luftwaffe por las orillas del Ebro o del Jarama.
Afortunadamente, hoy es el día en que mi forma de ser y de pensar se ha corregido radicalmente, pero eso no les devolverá la vida a aquellas pobres infortunadas, brutalmente masacradas, víctimas colaterales del rechazo y el odio que por entonces se me había inculcado.
Aprendí más tarde que aquel olor acre que despedían una vez despachurradas, era en realidad consecuencia de la presencia en sus fluidos corporales de una sustancia, el ácido fórmico, bastante popular en los laboratorios de institutos y universidades. Seguramente si de ellas hubiera brotado sangre, una cosa más parecida a la nuestra, roja y más espesa, algún sentimiento de piedad se habría podido despertar en lo más hondo de mi corazón. Aquel líquido, en cambio, me convencía más de lo estéril de sus vidas.
Y no iba desencaminado. La mayor parte de las hormigas, o poco menos que la práctica totalidad de ellas, son obreras. Meras súbditas de una reina para la que se encargan de despachar todas las faenas engorrosas, como la de conseguir comida y cavar túneles. De hecho su quehacer diario se reduce a eso, trabajar sin parar.
Una reina a la que únicamente unos pocos machos alados, apenas una vez al año, tienen el privilegio de fecundar (si es que se puede decir así, ya que sus opciones de elegir pareja son nulas).
Como se ve todo muy organizado y planificado de antemano, y desde luego no dejando margen alguno para la improvisación o la creatividad.
Está pues asumido que la tirria que sentimos por las hormigas y todas sus parientes biológicas tiene un por qué razonado. Y sin embargo, nosotros, los humanos, somos un espejo de ellas. Nosotros, por más que tratemos de disimularlo también nos necesitamos. No importa el número de reuniones de vecinos a las que uno asista, ni las veces que salga de ellas escaldado. No importan los atascos del tráfico, el repelús en los ascensores cuando se abarrotan… Solo es necesario ver la reacción que tenemos ante una catástrofe natural, un terremoto o una inundación, para convencernos de lo contrario.
Y dicho esto, ¿No es mejor que en el fondo sea así? ¿No es una suerte el que podamos ayudarnos entre todos, aún cuando haya siempre algún aprovechado que se lleve la parte del león, en lugar de merodear sin rumbo por la sabana, como hienas salvajes que buscaran cada una la carroña por su cuenta?
Yo lo he meditado mucho, y aunque, como se infiere de lo expuesto a lo largo de esta disertación, sigo sintiéndome incómodo en el pellejo oscuro y quebradizo de la hormiga, lo prefiero mil veces al plumaje sucio y maloliente del buitre.
A fin de cuentas, eso que hacen las hormigas, de comunicarse poniendo en contacto sus antenitas, es exactamente lo mismo que nosotros estamos haciendo ahora mismo. Con permiso, claro está, del satélite de rigor, que también se lleva su parte.
Resumiendo ¿Que a qué viene todo este rollo patatero?
Pues a una cuestión muy simple. En todo momento, cada vez que enciendo mi ordenador y accedo a mi blog, me interrogo a mí mismo sobre la importancia de la comunicación, el comunicarme con otras personas, y si en realidad hacerlo a través de internet produce un impacto real en mi forma de ser o de comportarme. Y sobre todo, si obra un beneficio o un perjuicio.
Veámoslo de otra forma: Antes de existir la blogosfera, uno carecía de la posibilidad de algo tan simple como, por ejemplo, escoger conversación y tema en el que participar, o a su vez, de mostrar sus habilidades, conocimientos, ideas y/o gustos a los demás, sin por ello necesariamente exponerlos al siempre temible rechazo. Aparte de poder hacerlo como, cuando y desde donde a uno mejor le parezca.
Cada uno cultiva su parcela, y quien la encuentra agradable se suma, y el que no, se puede volver por donde vino tranquilamente, sin por ello tener que justificarse ante nada ni ante nadie.
Por un lado es maravilloso, pero… ¿Este tipo de comunicación no nos estará haciendo perder nervio, no debilitará el músculo que necesitamos para desenvolvernos con el mucho más crudo y farragoso tira y afloja de la vida real?
No hay que olvidar que en las situaciones del día a día, no hay casi tiempo para pensar lo que se va a decir. Las personas a las que nos dirigimos carecen asimismo de tiempo para escucharnos, o a la inversa, justo vienen a buscarnos cuando somos nosotros los que andamos apurados.
La mayor parte de los mensajes que los humanos intercambiamos son instrucciones simples del tipo “Pásame la sal”, “¿Están ya listos los informes del mes?”, “Se ha acabado la bombona de butano”, “Cuando bajes al supermercado no te olvides de coger mis yogures”, “¿Cuáles eran tus yogures?”…
Transformar esto en algo de más enjundia, es decir, en algo más parecido a lo que nosotros procuramos a través de estos, nuestros ciberespacios personales, es una tarea dificilísima. Yo diría que como la de enriquecer uranio, pero sin el uranio y sin las centrifugadoras necesarias para llevarlo a cabo.
De hecho, opino que elevar el tono intelectual de la sociedad actual es una utopía. Y muchos de los que fuimos educados en esa premisa, hoy por hoy, lo vivimos con una gran sensación de aturdimiento.
Cada vez más gente está más instruida y mejor formada, y sin embargo parece avergonzarse de ello o como que le agobiase. Buscan constantemente válvulas de escape en la telebasura y adoptan los modos y maneras de lo que en ella ven, como si ese aprendizaje, esa coraza de vulgaridad con la que se recubren, les proporcionase alguna clase de protección o de herramienta ante los retos cotidianos que se les plantean.
Después entras en su blog (no me refiero a ninguno en concreto), y ahí sí, de pronto te encuentras con que ¡¡¡Los demás también piensan. No eras tú solo!!!
Esa gente pasota e inhibida también aspira a lo sublime, también quiere mostrar lo que hay dentro del estuche, no el plástico duro del exterior, sino su interior aterciopelado.
Y está bien, pero, volviendo a lo de antes ¿No estaremos en exceso polarizando nuestro modo de conducirnos por la vida?
Nuestro mundo real, escueto y reducido a un mero trámite, se vuelve demasiado pobre cuando únicamente reservamos toda la ornamentación para el virtual.
La comunicación, queridos compañeros de ruta, como animales sociales que somos, es un aspecto muy importante de nuestras vidas, y como en todo, saberle encontrar el punto de equilibrio es la clave para impulsar su fertilidad.
No nos retiremos a dormitar en espléndidos jardines botánicos, bajo sombras embriagadoras mientras el desierto se come nuestra vegetación autóctona. Traslademos un poco, una pizca tan solo, de esa hermosura a nuestros paisajes inmediatos, a lo que todas las mañanas primero contemplamos desde nuestra ventana. Combatámosle también a la marrullería en su terreno. Hablémosle en nuestro idioma.

P.D.: Mi animal nacional es la ardilla. Sí, ya sé que os lo suponíais. Ja,ja,ja…