lunes, 30 de enero de 2012

Capturas deshonestas


Megaupload jugó con fuego y se quemó.
A algunos les sorprenderá que el FBI se haya ido precisamente ahora a por ellos, a por los piratas de la red, llámese hoy Megaupload, mañana Kazaa, y el jueves que viene Emule. Sobre todo, después de tantos y tantos años de dilaciones e impunidad.
Sucede si bien que, de pronto a las autoridades yanquis les vence la mala conciencia, y, como en esas películas de Hollywood tan suyas, y que sin embargo durante tanto tiempo dejaron a su suerte, se levantan un buen día del sillón orejudo de su despacho y deciden enfrentarse al malvado.
Demasiado épico, ¿no?
¿Realmente al FBI, al poder - sea este del país que sea - a sus élites represoras, les ha importado alguna vez la cultura, el arte, o las personas que de ello viven y respiran?
Todo lo contrario.
Como en su día hizo Pilatos, se lavaron las manos y entregaron al reo a las turbas fanáticas.
El final de la historia, es de todos conocido.
Sería esto de las descargas ilegales algo parecido a lo que está ocurriendo con la flota faenera y los océanos, despojados estos últimos de vida por el abusivo volumen de capturas.
Es pues que el daño hecho a la industria audiovisual, ya no es remediable. Como quien dice, una década perdida. Con el agravante de que esta decisión de ahora, de erradicar toda la estirpe de webs de intercambio de archivos, además de llegar tarde, no resolverá, y ni siquiera paliará, su dramática deriva.
Pero es que no seamos ingenuos, no han ido a protegerlos a ellos. Ellos, los creadores de contenidos, los cantantes, los actores, compositores, guionistas, cámaras, iluminadores, percusionistas, mezcladores, tramoyistas, e incluso la señora que friega los platós, seguirán siendo las víctimas del Internet, los que pierdan dinero, o más exactamente, los que pierdan sus puestos de trabajo, y por tanto lo dejen de ganar.
Ellos tenían su negocio fuera bien montado, unos se hacían ricos, otros se compraban algún que otro caprichito y a los más les daba para ir tirando. Y así hasta que vino la banda ancha, y se los llevó, sobre todo a los más débiles, por delante.
Entonces nadie movió un dedo, y en su lugar gobiernos e instituciones optaron por subvencionar a cuatro advenedizos, léase la SGAE, que desde entonces se limitarían a cerrar bocas a derechas e izquierdas con tal de cobrar su suculento impuesto revolucionario.
Ellos, garantes de la legalidad, paladines de la propiedad intelectual, serían los que se repartirían las treinta monedas de oro.
Nada nuevo hasta ahí.
¿Por qué preocuparse entonces? ¿Por qué ahora este arrebato de decencia?
Pues justamente, señores, por todo lo opuesto.
Dice el refrán: Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
El FBI no ha hecho otra cosa que salir en defensa del verdadero gran negocio de Internet. De su amo y señor, del que se lucra a manos llenas con las bajezas y miserias de los que se ocultan detrás de una pantalla de ordenador.
La policía ha acudido a la llamada de socorro de la pornografía.
Sí, así es. Internet ha popularizado la cultura, cierto es, pero a costa de empobrecerla, y otro tanto ha hecho con la subcultura, poniéndola al alcance tan sólo de un clic de millones y millones de potenciales clientes, para si bien, en este caso, enriquecer a unas cuantas mafias ignominiosas y abyectas, autoras y distribuidoras de todo tipo de execraciones, de entre las cuales la pederastia y el bestialismo, no serían sino tan sólo la punta del iceberg.
Esa gentuza ha paseado su género, su muestrario de usos y costumbres viciosas, por todo el orbe planetario, expandiéndose más allá de lo que solían ser sus tradicionales caladeros.
Y sin embargo, sus intereses gozan del amparo de una mano en la sombra.
La mano que mece la cuna es la mano que controla el mundo, decía la película. En este caso una de las normales. Una de tantas que fueron de disco duro en disco duro, antes de ser definitivamente enviadas a la papelera de reciclaje.
Pero es a esos otros, a los beneficiarios del otro cine, el que sí genera dividendos, a quienes han venido a salvar una vez más las porras y los perros.
No. No están aquí para proteger la libertad de pensamiento, ni mucho menos para fomentarla, sino más exactamente, para contribuir a reducirla a su mínima expresión.
De modo que el holocausto cultural proseguirá, y sin visos de remisión.
Y mientras tanto, nuestros impuestos seguirán usándose para lo de siempre, para mantenernos pobres y sumisos, sin perjuicio de que en este caso concreto, contribuyan asimismo a asegurar y proteger el ciclo reproductivo de la basura.
¡¡¡Y el que no esté de acuerdo, a la hoguera!!!
(o a la propia basura, que con tiempo y en cantidad suficiente, ella misma cual bonzo, se autocombustiona)