lunes, 29 de septiembre de 2008

Nos pilló el Otoño


Sí amigos, aquí está otra vez el otoño.
Mala época del año para hacer bromas.
La estación de por sí ya tiene mala fama, y no es para menos. Las hojas de los árboles se caen, dejándolos desprotegidos y sin dignidad, a merced de los fríos vientos, los días se acortan, y las noches sorprenden a niños y ancianos en los parques, que se ven impelidos a evacuarlos por la fuerza.
La luz natural pasa a convertirse en un bien devaluado y escaso, y en su declinar, pone al borde de la quiebra a nuestro ritual cotidiano de actividades al aire libre.
Salud y entretenimiento, dos grandes componentes de eso tan importante que llamamos el bienestar, o la felicidad, son así, de un plumazo, borradas de la agenda. O como mucho, reducidas a su mínima expresión.
Resumiendo, que todas esas diversiones y ansias de libertad de las que gozábamos, son de golpe y porrazo empujadas a ceder su protagonismo, por las buenas o por las malas, a la pertinaz y antipática rutina.
Y con ella todo pierde en brillantez, y todo se marchita.
El verde bosque que, no ha tanto, veíamos resplandecer orgulloso sobre las lomas de las montañas, y que bañado en luz hervía de vida, yugulado por la neblina, es ahora una sucesión de manchas ocres. Como si la naturaleza también pudiera oxidarse con el paso del tiempo.
O eso acaso dicen los poetas a la hora de componer sus metáforas: Que es el otoño la estación del año que más propiamente se corresponde con la vejez, y que la esperanza no le pertenece.
Así las cosas, y en estas circunstancias, en las que nada invita al optimismo, la opción más sensata parecería ser por tanto la de ausentarse por un tiempo.
Food and Drugs debería pues hacer como los osos e hibernar. Retirarse a una cueva y echarse a dormir, esperando a que de nuevo los ecos de la primavera acudiesen a su encuentro.
¡Pero no!
¡Qué diablos! ¡Pero si el otoño no es tan terrible, sino solo en apariencia!
Debajo de su rostro gris y apesadumbrado bulle un corazón incansable y el espíritu de un gran juerguista.
De hecho, es el mejor colega que uno se puede echar: Promete menos de lo que da y no alardea de sus virtudes.
Entonces ¿qué es lo que estamos esperando? ¡Qué se vayan a paseo los ortodoxos de la lírica! ¡Oídos sordos a los nostálgicos del cuclillo y sus monocordes serenatas campestres!
Hoy por hoy las flores más bellas se cultivan en invernaderos y están disponibles los 365 días del año.
No seamos rehenes de los mitos cosmogónicos que consideraban al sol el centro del universo, amo y señor de todo lo que, en su graciosa bondad, ahora y siempre reverendísimo, se le antojase iluminar.
El centro del universo se halla donde a uno mismo le de por mejor situarlo. Al fin y al cabo todos somos centros de universos ilimitados e inconmensurablemente fértiles.
Démosle entonces al sol unas vacaciones. Que se lleve sus cálidos rayos de oro por algún tiempo a otras latitudes.
No nos pasará nada por seguir nuestro curso entre penumbras. Al fin y al cabo siempre hemos hecho el camino a tientas y a ciegas. Y por otra parte, suele ser a media luz, y en los claroscuros del conocimiento, cuando tienen lugar los descubrimientos más fascinantes.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Esa gran incomprendida


Bueno seamos realistas y admitamos que las conferencias sobre asuntos de ciencias y artes no suelen tener el mismo tirón popular que un partido de fútbol de primera división.
No obstante, muchas veces creo yo que haríamos bien en prestar más atención a lo que esos señores de bata blanca, manos manchadas de tiza y aire aparentemente despistado nos tienen que decir. Posiblemente, nos ahorraríamos muchos sobresaltos.
El colmo, si bien, a mi entender, ha sido cuando a mediados de la pasada semana, y con motivo de la inauguración del nuevo acelerador de partículas en Suiza, aparecieron en los medios alarmas de todo tipo, presuntamente apoyadas en evidencias científicas, que vaticinaban el fin del mundo, y en general una serie de desenlaces cataclísmicos, como que por ejemplo el planeta, y trás de él el universo entero, serían engullidos en cuestión de un abrir y cerrar de ojos por un famélico agujero negro, no dejando rastro a su paso de ni tan siquiera una errática mota de caspa sideral.
Y yo pienso para mis adentros.... Si en efecto tal cosa fuera posible, y ese fuera mi convencimiento, ¿qué ganaría yo pregonándolo a los cuatro vientos, a última hora, y exponiéndome a quedar de tarado e inepto, y más aún de enemigo del progreso, en un ámbito como el científico donde eso se mira tanto?
Pues lo cierto es que hubo quien lo hizo, y mejor no voy a dar nombres porque soy de natural una persona bondadosa y poco amiga de los conflictos, y porque además ya supongo que a estas horas esa gente estará lo bastante arrepentida de haber hecho esas afirmaciones. Como si dijeramos, deseando que se los tragase la tierra (infructuosamente). Pero desde luego que un buen tirón de orejas se lo tendrían bien merecido.
En fin, aquí estamos (menos mal), y si no hemos viajado al centro del planeta, ni todavía a otra dimensión o plano inextricable del futuro espacio-temporal, preocupémonos al menos de no hacerlo tampoco al pasado, a los tiempos del Santo Oficio y, su sempiterno lacayo, el oscurantismo.