lunes, 27 de julio de 2009

La luna: Historia de una ilusión óptica


No suelo ver la tele, es más, la desdeño sin ningún remordimiento de conciencia. Ni me enseña, ni me entretiene, ni me dice contenta hasta el programa que viene, sobre todo desde la desaparición del libro gordo de Petete.
Sin embargo el pasado lunes sí me dio por encenderla, y curiosamente, después de tantos años, por fin encontré algo que suscitara mi interés. Se trataba, de Jesús Hermida, nada más y nada menos, conduciendo un documental-homenaje al 40 aniversario de la llegada del hombre a la luna, y he de decir, que pese a lo muy trillado del tema, me gustó.
Me gustaron las imágenes que se emitieron, gran parte de ellas desconocidas para mí, y me resultaron también interesantes las opiniones de los personajes famosos invitados. Dicho sea de paso, lo de famosos, aquí despojado del sentido peyorativo que habitualmente le solemos dar.
No obstante, la intervención de David Cantero, el presentador del telediario del fin de semana en TVE, me resultó en exceso reiterativa y artificiosa. Su defensa enconada de la autenticidad del relato o “verdad oficial” en el que se apoya la Odisea Lunar, pese a refutar uno por uno los argumentos habituales de quienes la ponen en duda, en ningún momento abandonó el lado pueril de la cuestión, para, cuando no, directamente obviar aquellas pruebas en contrario que precisamente son las que más sospechas levantan.
Solo por poner un ejemplo: Se habló mucho de por qué la bandera americana ondeaba y por qué no. Solemne memez, pues en la luna no hay aire, pero es que en un estudio cinematográfico tampoco cabría imaginar las supuestas rachas de viento que la pudieran agitar.
Se mencionó la mala calidad de la imagen, etc, etc…
Quedó, pues, muy bien desmontada la teoría de la falsificación de la historia, refiriéndose a sus detractores como meros aficionados al siempre entretenido pasatiempo de buscarle los tres pies al gato.
No se dijo palabra, en cambio, y aquí viene lo realmente intrigante, a los estudios serios que en su día la Universidad de Ítaca, en Long Island, hizo sobre el asunto, curiosamente una de las pocas en todos los EE.UU. que se autofinancian y no reciben donaciones ni estatales, ni gubernamentales, ni de corporaciones privadas. En ellos se ponía de manifiesto, para abreviar, la imposibilidad de que ninguna sonda o cuerpo metálico hueco, como la cápsula espacial, pudiera entrar en la órbita lunar sin sufrir considerables deformaciones, lo que habría creado físuras en el fuselaje, y por efecto del vacío, acabado de inmediato con las vidas de sus tripulantes. Sencillamente el momento angular de la rotación lunar y el remanente de la gravedad terrestre, siete veces superior a la que en forma de mareas percibimos nosotros aquí por efecto de la luna, en lugar de anularse en el momento de la entrada en fase, como erróneamente se predijo, y aún hoy interesadamente se sostiene, obligaría por el contrario a una maniobra de reposicionamiento a más de 5000kms/h, y en menos de entre 30 y 45 segundos, para la cual es evidente que el habitáculo no estaba diseñado.
En cuanto a los astronautas, Armstrong y Aldrin, que fueron los que - siempre hipotéticamente - dieron el paseo lunar, poco más se supo de ellos después de consumada la función. Su desaparición de la vida pública fue, y siempre estuvo rodeada de un halo de misterio e incluso de santidad, difícilmente explicable para los tiempos que corren. Tiempos de sobreabundancia informativa y en los que, a cualquier evento que tiene lugar, por insulso que sea, se le exprime todo el jugo. Podrían haber hecho fortuna vendiendo su experiencia del acontecimiento, pero no lo hicieron. ¿Por qué? ¿Acaso por que no lo necesitaban? ¿Acaso alguien puso en sus manos la suficiente cantidad de dinero para que se desvanecieran sin dejar rastro? Sólo preguntas.
Collins, por su parte, gran adepto de la ufología, el tercero en discordia y que ocupó el papel más oscuro de la trama, no pudiendo poner sus pies sobre el satélite, sería paradójicamente él más fácil de contentar. La NASA , a su regreso, consintió en que contara la inverosímil historia de un OVNI. Un objeto no identificado que únicamente él habría avistado por la escotilla de la nave, y del que nadie más tuvo noticia, ni tampoco se volvería a hablar, salvo en muy contadas ocasiones.
Por supuesto hubo quien llegó a afirmar que las secuencias de la superficie lunar eran una filmación realizada por Stanley Kubrick, pero de nuevo se trataba de una forma de desacreditar esa posibilidad asociándola con algo rocambolesco y rebuscado. Más propio de freaks, que de gente común y capaz de razonar serenamente.
De hecho, la propia NASA se encargó del montaje y no necesitó de ningún estudio en Hollywood para llevarla a cabo. Se sirvió perfectamente de un polideportivo semiabandonado a las afueras de Middletown en New Jersey.
El ordenanza del centro, que sí pudo tener acceso a lo que estaba ocurriendo, no pudo sin embargo entenderlo hasta pasados varios meses, fecha en la que se efectuó el lanzamiento de la nave Apollo 11 desde Cabo Cañaveral. Ninguno de quienes le prestaron su oído, incluidos sus familiares, le creyeron cuando les contó su versión en retrospectiva de lo que había presenciado. A fin de cuentas era un hombre bastante mayor y aquejado de una fuerte afición por la bebida. No hubo, pues, necesidad siquiera de quemar pólvora alguna para deshacerse de él.
En cuanto a los muchos técnicos de la sala de control en Tierra, recordar simplemente que sólo tres de ellos estaban a cargo de la fase final del vuelo, más en concreto la relativa al descenso, retorno y recogida del Eagle (el módulo lunar), curiosamente la misma que más tarde se pondría en tela de juicio. Ni Carmichael, ni Jobs, ni Mancuso, que era así como se llamaban, eran empleados veteranos de la NASA, tampoco estaban casados ni tenían familia, y al mes siguiente, todos - los tres - se habían mudado de sus residencias o apartamentos misteriosamente. ¿Tal vez en excursión vitalicia a algún islote paradisíaco de las Bahamas?
Para los soviéticos, por supuesto, la gran derrota que supuso verse superados en la carrera espacial por los americanos, levantó muchas ampollas, pero nada comparado a lo frustrante que les resultaría no poder refutarla, aún cuando sabían de primera mano que todo se trataba de una mascarada de proporciones astronómicas.
Sus receptores de radio, incapaces de ubicar señales provenientes de más allá de las órbitas más exteriores de nuestra atmósfera, poco pudieron hacer para dar testimonio del suceso. Todo intento por seguir el rumbo del Eagle fue en vano, pues no se disponía entonces de la tecnología adecuada. Algo que, ironías de la vida, si se podría haber llevado a cabo simplemente con el GPS de un teléfono celular de hoy en día. Sin virguerías, el de uno normal y corriente.
Pues bien, todo esto que os acabo de contar no son más que una sarta de trolas que me he inventado para mayor goce de mis juguetonas y maliciosas neuronas.
La verdad oficial, manque les pese a muchos, suele ser siempre la válida, y todas las demás historias de confabulaciones y conspiraciones en la sombra, no suelen pasar de material de desecho para novelas por entregas, y revistas de pseudociencia y/o fenómenos paranormales.
La verdad es como el agua en las manos. Así de escurridiza. Cualquier intento por retener su versión adulterada no prospera en el tiempo, y desde luego, en lo que atañe a la conquista de la Luna, de ningún modo y con lo que se sabe, habría perdurado a lo largo de estos 40 años.
El sueño de alcanzarla, de hacerla nuestra, se cumplió. Y eso es tal vez lo peor de todos los sueños, que un buen día (o mejor diría un mal día) se pueden hacer realidad.
Fue posarse en ella, ver que allí no había nada que mereciera la pena, y venirse de vuelta, para nunca más regresar.
Con todo, y pese a haber sido irremediablemente desmitificada 4 décadas atrás, yo aún sigo sintiendo un leve estremecimiento cuando la veo asomarse por las noches en el horizonte, o tras unos jirones de niebla, o cuando me saluda cariñosa los amaneceres, como despidiéndome camino del trabajo. Ella es y seguirá siendo sinónimo de la pureza y la blancura que espera por nosotros, la que no se avergüenza de su condición solitaria, y que se encuentra allí donde solo es posible alcanzarla con la punta de los sueños.

P.D.: Por supuesto, mi reconocimiento para David Cantero, por su apasionada al igual que ilustradora defensa de la lógica y el método científico, en y desde un medio como el suyo, el televisivo, de siempre tan predispuesto a optar por el camino fácil de lo simplón y chabacano.
Afortunadamente a veces no todo se reduce a leer el “teleprompter” como robots parlanchines, y hay hueco para la profesionalidad de verdad.
Resumiendo, gracias por poner las cosas en su sitio.

martes, 14 de julio de 2009

La loca carrera del mundo


Citius, altius, fortius. Este latinajo, como todo buen deportista debería saber, es el lema que el barón Pierre de Coubertin, fundador del movimiento olímpico, acuñó en su día para reivindicar el propósito elevado, y la pureza moral, del redescubrimiento que él solito se sacó de la manga de los juegos de la Grecia clásica. Más lejos, más alto, más fuerte.
Nobles ideales, desde luego. Alentados si bien, en el corazón de este ilustre personaje, por las mentes de la por entonces declinante y aburrida aristocracia europea, para quienes de pronto las guerras y sus gloriosas batallas, como las napoleónicas, habían dejado de ser fantásticas aventuras en las que hacer ondear sus pendones y demás heráldica de rancio abolengo, cantadas y contadas por la voz de los trovadores y la pluma de los novelistas. Unos conflictos que, de la noche a la mañana, y sin poder hacer nada por evitarlo, pasaron a convertirse en sucias trincheras desde las que el nuevo reporterismo gráfico y escrito relataba su verdadero fondo de miseria. La nueva prosa, en la que el barro ensangrentado por la metralla se había convertido en protagonista principal, entendían ellos que ya no era el escenario ideal para resolver sus versallescas disputas.
Es curioso, sin embargo, que este invento concebido en principio con tal fin, el de alejar a las clases de sangre azul de todo contacto, aún figurativo, con la roja, ha acabado, transcurrido un siglo, enloqueciendo de pasión a esas clases plebeyas, a esa turba de la que en principio iba a servir como elemento diferenciador. Y es que de bien nacidos es ser agradecidos, como dicen en mi pueblo. Aquellas generaciones a las que apartó para siempre de su trágico destino bajo el fuego de mortero y el gas mostaza, la nuestra, le pagamos con un amor incondicional ese enorme favor, y ello aún a pesar de llevar alojado en su espíritu el estigma de esa concepción de tan elevada cuna.
Llama la atención, pues, que lo que los coetáneos del tal barón francés querían eludir a toda costa, la plebe, y sus groseras costumbres, ahora devenida en su principal beneficiaria, se subiese al carro sin pedir permiso y sin pensárselo un momento. Y así, poco a poco se fuera asimismo incardinando masivamente, y cual virus patógeno, adueñándose del que desde entonces no sería ya nunca más un entretenimiento de elites, sino el circo máximo del populacho.
La carcasa de ideales sublimes, único vestigio de su pasado nobiliario, se mantendría eso sí, en pie, pero ello no impediría que su carácter, filosófico en origen, fermentase con el tiempo, y por efecto de su vulnerable condición, se transmutara en algo que, con cada día transcurrido, se irá asemejando cada vez más a una religión. Una religión con su propia liturgia, su omnipotente jerarquía, e incluso sus sagrados templos. Que, en cierto modo, arrastra el baldón de no contar con un dios, pero que en contrapartida ofrece ídolos en abundancia a los que adorar.
Véase a este respecto la presentación de Cristiano Ronaldo en el Santiago Bernabeu, pinchando aquí.
Sea como sea, se vista o no a la mona de seda, el olimpismo, o el deporte en general, que vienen siendo palos de la misma madera, nunca podrán esconder, ni aún recubriéndola del más fastuoso oropel, físico o metafísico, su verdadera genealogía puramente animal.
La competición es el motor de la vida, el Santo Grial de su eterna renovación. Una especie de seguro que garantiza la impoluta regeneración, con cada ciclo, de sus mecanismos y sistemas operativos, en todas sus formas y manifestaciones. Es el meollo de la cuestión. Y no tiene nada de aristocrático, ni de divino, y hasta si se me apura, ni de humano (en un sentido estricto).
Para empezar, una de las premisas básicas de la selección natural es que los machos mejor dotados han de competir entre sí por las hembras reproductoras más saludables. Esta realidad, palpable en el día a día de nuestras existencias, y no hacen falta pruebas de laboratorio que la refrenden, es la que le da todo el crédito a la teoría de la evolución, y por ende, desmonta y anula toda esa otra patochada sonrojante centrada en aquello que se ha dado en denominar como “Creacionismo o Diseño Inteligente”.
La competición entre las especies, entre las diversas razas de que se componen, y entre los miembros del género masculino y femenino de que constan, cada cual en su estilo, es lo que mueve el mundo. Y poder ofrecerle un territorio habitable y un suministro regular de alimento a la siguiente generación es el exponente y la consumación de ese triunfo.
Nosotros, los seres humanos, como parte integrante del reino animal también competimos a todas horas y sin descanso. En absoluto con menor entusiasmo, fervor, o desesperación del que emplearía un veloz caballo de carreras, o una tortuga. Paradójicamente esta, con toda su lentitud a cuestas.
Así la crisis mundial que hemos sufrido a lo largo de todo este año es una muestra de lo que digo. ¿Cómo y cuando se originó?, empezaríamos por preguntarnos.
¿No resulta, de hecho, bastante llamativa la circunstancia de que su inicio coincidiese con los juegos olímpicos de Pekín, en los que la nueva China, autoerigida en superpotencia, hiciese una tan extraordinaria demostración de músculo ante el mundo?
Algunos pensarán que lo que hizo que los mercados mundiales se constiparan fueron las hipotecas basura, o una concatenación de estafas que el capital-riesgo, incomprensiblemente débil, no pudo resistir sin caer enfermo. Pero eso ha existido siempre y a nadie se le han caído los anillos. Eso que todos dicen lo está llevando a mal traer, se halla en su propia esencia. Véase si no este fragmento genial de la película “Un día en las carreras” de los Hermanos Marx.
Lo que realmente sucedió, opino yo, y de paso aprovecho para pedir disculpas por el vicio que tengo de sentar cátedra, es que el dominio estadounidense del último medio siglo, al verse amenazado, temiéndose lo peor, que en este caso sería el verse sobrepasado por la emergente y superpoblada nación oriental (el ejército más numeroso del mundo), sufrió un ataque de pánico. A la bolsa de Wall Street se le encogió el brazo, los inversores retiraron los fondos de allí donde los habían inyectado, y los millonarios de medio mundo echaron a correr en línea recta hacia a los paraísos fiscales. Países comodín en los que tu nacionalidad, y la de tu dinero, se diluye sin que nadie haga preguntas, y desde los que, una vez superado el trance, estos podrían volver de nuevo a apostar a caballo ganador.
Ocurre, si bien, que la verdadera aberración en todo este juego globalizado de intereses políticos, y su consiguiente mercadeo de influencias geoestratégicas, ha sido la idea absurda de los mandatarios chinos de hacer con su obsoleta y apolillada retórica comunista, y diseños de economía tecnológico-recreativa prestados del capitalismo más salvaje e inhumano, un matrimonio de conveniencia que ha acabado resultando de lo más tóxico e ineficaz que se pueda imaginar para el planeta en su conjunto. Y lo peor aún está por venir. Este video da una idea solo del comienzo.
El Capitunismo, la resultante - el hijo - de tan funesta unión, capitalismo y comunismo, ha heredado de cada uno de sus progenitores sus cromosomas más abyectos, los que menor valor le podían aportar. Oportunismo capitidisminuido.
Tratar de crear de nuevo un imperio totalitario en pleno siglo XXI, al estilo de esos otros muchos de tan infausto recuerdo, la Alemania nazi, la propia España de los tiempos de la Inquisición, y en la que nunca se ponía el sol, solo es posible haciendo trampas.
Pero los tramposos, los muy viciosos, al no ser nunca capaces de parar, ni aún después de haber hecho saltar la banca, rara vez logran escaparse del casino con el dinero en sus bolsillos.
La insaciable economía china, una vez hubo debilitado casi hasta causarle la muerte a su animal huésped, al que parasitaba indecentemente, y echando mano de todas las ilegalidades, e injusticias sociales, que solamente el tercer mundo se da el lujo de permitirse, se encuentra un buen día con que, sin su rival, no es nadie ella tampoco. Es pues que todos los negocios multinacionales de cuya savia se nutría, se marchitarán al instante siguiente, y con ellos se vendrá abajo todo el tinglado, arrugado y caduco, en lo que sin lugar a dudas se podría calificar de mastodóntico efecto dominó.
Y lo gracioso del tema es que esto no es nuevo.
El miedo que nuestros vecinos del otro lado del Atlántico sienten por todo lo oriental es casi proverbial, siendo una constante que se repite una y otra vez. Primero fue el resurgir industrial de Japón (sirva aquí de ejemplo la película Black Rain de Ridley Scott, y especialmente la escena en la que se observan a lo lejos las humeantes chimeneas de las fábricas de Osaka, todo ello sazonado con la impresionante banda sonora de Hans Zimmer), luego que si la crisis financiera de los tigres asiáticos de 1997, otra vez achacada al estallido de una burbuja inmobiliaria y el caos derivado de la especulación…
A mi, por el contrario, más me suena a que, desde que la maquinaria de guerra americana se topó de bruces con Vietnam, todo viento enrarecido que procede de esa zona le enrojece la nariz, le pone el vello de punta y le revuelve los intestinos, para como de costumbre, acabar contagiándonos la indisposición a todos los demás.
Pero volvamos a lo mundano y a lo que nos atañe a nosotros, simples ciudadanos de a pie, que también nos enfrascamos en nuestras guerrillas cotidianas.
Esto es lo malo de la lucha por la preponderancia, el estrés que genera competir con los otros postulantes, y las derrotas que de vez en cuando toca encajar.
Pero la superación que ello entraña en uno mismo, es sin embargo algo hermoso. El efecto mismo de crecer y romper barreras es ya de por sí espectacular. Tanto en lo relativo a las personas, como en sus obras. Y si no, contemplad estas imágenes del sensacional film “Home” (minuto 25 aproximadamente / se puede llevar directamente el cursor a ese punto / gratis en You Tube toda la película) y decídme si no os parecen majestuosas: El rascacielos World Financial Center de Shangai superando en altura al Jin Mao Tower, que de pequeño no tiene precisamente nada. Hallándose ambos de hecho, de momento, entre los dos o tres más altos del mundo.
Unos límites que se han de tratar de rebasar, pero sin perder nunca de vista el contacto con la realidad. Sabiendo donde realmente se encuentran.
Para que no pase como tantas otras veces y tengamos más crisis como estas en que la codicia, y el ansia de poder, el afán de doblegar al rival, nos lleven al borde del abismo. Un buen jinete ha de saber cuando su caballo puede dar más de sí, y conducirle a la victoria, y cuando se expone a reventarlo, acabando con la vida del que a sus lomos le ahorraba penas y esfuerzos. Nunca se debe como hizo Marnie en la película Marnie, la ladrona, de Hitchcock, obligar a nuestra montura a ir más allá, a saltar un muro más alto de aquel para el que está capacitado.
En cierta manera, la humanidad, tan engreída, tan engolada, con su artificial civilización estructurada en forma de pirámide invertida, ha demostrado una vez más con esta crisis, de la que ahora Dios mediante parece que vamos resurgiendo, no ser menos frágil que Forio, el caballo de Marnie, al que con tan solo fracturarse una pata ya hubo que pegarle acto seguido el pistoletazo, el tiro de gracia.
Al pobre animal, que en teoría no tenía culpa de nada.
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P.D.: Me he tomado ciertas licencias para escribir esta historieta que deforman bastante la realidad. Si queréis saber más, y con conocimiento de causa, sobre la personalidad del Barón Pierre de Coubertin, os recomiendo leer aquí su biografía.