miércoles, 30 de noviembre de 2011

El blanco adelgaza


Sí, amigos. Hasta ahora yo pensaba que no, que era al revés, que era el negro el que adelgazaba, y que en cambio el blanco engordaba cosa mala, pero no… Al final va a resultar que las cosas no son tan sencillas.
Digo esto porque un comité de expertos apoyados en estudios geológicos y datos empíricos provenientes de radares instalados en submarinos y satélites, afirman que el espesor del hielo acumulado en los polos se encuentra ahora mismo en su mínimo histórico e histérico, esto es, desde que se tiene noticia, y que a este paso, bien podría derretirse por completo en unas pocas décadas.
Y cuanto menos hielo, más radiación engulle el planeta, poniéndose más y más calentorro.
Terrible catástrofe, a la que es muy difícil verle la vis cómica.
Si acaso, nos enfrentaríamos a una más de tantas paradojas de la vida, por cuanto que a medida que la capa de hielo adelgaza, nos vamos quedando sin casquete.
Pues sí, los pasos antaño permanentemente helados del Ártico están, a día de hoy, abiertos de par en par para la navegación comercial. Hecho inaudito y de gran significación.
Para las personas con una mínima conciencia ecológica son malas noticias, para otros, no tanto.
De hecho, Rusia, Noruega, Canadá, por mencionar sólo unos pocos, se frotan las manos, mientras preparan su marina mercante para contaminar, más y mejor, zonas que hasta ahora se hallaban en estado virgen.
Pero este no es el único drama que afecta a aquel globo terráqueo que nos hicieron aprendernos de niños. Sí hoy por ejemplo, intentásemos con un atlas en la mano de nuestros tiempos de estudiantes, localizar sobre el terreno el mar de Aral o el lago Chad, iríamos, con perdón, de cráneo.
El primero, sacrificado al riego del cultivo extensivo del algodón por las dictaduras soviéticas y post-soviéticas del Asia central. El otro, tres cuartos de lo mismo, a cargo una vez más de gobiernos irresponsables de estados fallidos. Y en cuanto al mar Muerto, mejor no hablar. Va camino también de hacer honor a su nombre. Y es que, urbanizar todos los asentamientos de los territorios ocupados, no sólo tiene un coste político.
Veo pues a una muchedumbre voluntariosa armarse con balas de paja, e improvisar con ellas colchones sobre las vías del tren, y ya sólo pienso en una cosa: Convoy de residuos tóxicos o radiactivos al canto, dirigiéndose con paso firme a defecar lo que contienen sus tripas cerca de colegios y hospitales.
Es así de triste.
Pero volviendo al tema del hielo, sobre el que los científicos aseguran haberse traspasado el punto de no retorno… ¿Le importará esto algo al nuevo Zar de todas las Rusias, el sr. Putin, que en realidad de nuevo no tiene un pelo (ni de nuevo ni de viejo, también es verdad)? Y más aún, ¿Le importará realmente un pimiento, o al menos medio, esto de proteger al planeta, de no poner nuestra casa hecha un vertedero, a alguno de los recién, y flamantemente, estrenados mandamases de nuestra vieja Europa, empezando por el nuestro, y sus célebres hilillos de plastilina?
Pues bien, mi opinión, es que a este último debería… Debería importarle y mucho, tan patriota que se suele considerar.
Porque si bien a los rusos una subidita de temperaturas no les vendría nada mal - ¡y no tendrán ganas ni nada de hacer a un lado la manta a cuadros! – nosotros, de seguir así las cosas, nos vamos por el contrario a asar como pollos.
Pero claro, difícilmente podremos presionar a otros cuando aquí, en nuestro mismo suelo patrio, contaminamos y despilfarramos la energía a calzón quitado, sin ningún recato.
De hecho antes había en la península ibérica cuatro estaciones, primavera, verano, otoño e invierno, y ahora sólo hay dos, calefacción o aire acondicionado.
En fin, que hablando de mantas, creo yo que sería bueno reaccionar al problema con tiempo, y no que, en llegado el momento, tener que liarnos la ídem a la cabeza, sacar el colchón al patio y ponernos a dormir sobre la vía muerta de esta civilización incívica, derrochadora y glotona.
Una civilización que apesta ya, dicho así, sin tener que esperar a más. Y aquí me refiero principalmente a esos que sólo empezarían a preocuparse de verás por la desaparición de los polos, si estos fueran de marca Ralph Lauren.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Cuestiones intemporales



Está el mundo patas arriba, y como que ya hace algún tiempo que se me han ido quitando las ganas de arreglarlo.
Sí, amigos blogueros. Quiera uno o no, el desánimo ha hecho mella en mí.
Pensaba yo que no, que era inmune a esa clase de comportamientos derrotistas, pero bien se ha visto que todo era no otra cosa que vanas ilusiones.
Me autoengañaba pensando que algún día, estos escritos que de vez en cuando plasmo en mi blog, se beneficiarían de algún efecto mariposa, y algún sumo dignatario mundial, autoridad monetaria, o consejo de rabinos, me haría llamar para discutir conmigo las soluciones al problema global del mundo.
Pero ya lo veis. No ha sido así. Ellos, los politicuchos del tres al cuarto, se empeñan en hacer debates cara a cara, intrascendentes desde mi punto de vista, y todo lo relacionado con Food&Drugs, con las opiniones que vierto en este, mi humilde pero inmodesto (cuando le da por ahí) blog, son excluidas por completo de los temas a tratar.
Se siente uno como un microbio. Esa es la verdad.
Pero tampoco puedo decir que me haya cogido por sorpresa. El número de lectores y visitantes disminuye día a día, y, o bien es a causa de que publico poco, y la gente ya ni se toma la molestia de pasarse por aquí, o que me he vuelto un pelmazo insufrible, obsesionado con colocar por bemoles, y a contracorriente, mis soporíferos tostones, como si de la deuda soberana de un país mediterráneo se tratara.
Siendo, desde luego, perfectamente plausible, que se den ambos fenómenos simultáneamente. Eso también puede ser.
Por eso hoy, he decidido cambiar el chip. Sí, ya lo creo que sí.
En esta ocasión dejaré a un lado mis presuntamente sabias reflexiones, o esos elevados y profilácticos ideales de los que me suelo jactar, para - no me creáis si no queréis - hundirme en el fango y ponerme a chapotear en él como hacen los grandes traficantes de Telebasura.
Algunos, no satisfechos con las explicaciones que ya os he dado, os seguiréis preguntando, naturalmente, el por qué. Y es que razones hay muchas, y sería largo e innecesario ponerme aquí a enumerarlas, pero por si acaso, como nexo común de todas ellas, digamos que he identificado mi principal problema en la ausencia, en una ausencia total y manifiesta, de cercanía con respecto a los problemas más perentorios y acuciantes de todo lector o lectora de blogs.
Alguien que lee blogs, eso está claro, no busca artículos de opinión similares a los de los periódicos. En absoluto. Para eso se conecta a la web de alguno de ellos, y ya los tiene, todos cuantos quiera, a su disposición. Mucho más interesantes, mejor documentados, y, también, no me cabe la menor duda de ello, mejor escritos.

Luego, ¿Qué desea encontrarse aquí, ese alguien que vaga sin rumbo por la red?
¿Qué es lo que su espíritu inquebrantable le demanda? ¿Cual es el tan ansiado fruto que su carácter indomable le impele a explorar?
Pues bien, un internauta curtido en mil blogs, experto en descifrar las más inextricables bitácoras personales, lo que necesita es que le digan aquello que la gente omite, por pudor, miedo o ignorancia, o por que le conviene, acerca de los misterios de la vida.
Para ser más escuetos: Lo que todos callan y de lo que nadie suelta prenda.
Sí, los lectores serían felices si yo les contase cómo triunfar en la vida, en los negocios, en el amor… Sobre todo en el amor.
Vendrían como moscas si yo, de la noche a la mañana me convirtiera en un grandísimo motivador, y/o facilitador - que es ahora así como se les llama - que les sirviese de guía en sus atribuladas existencias de eternos aspirantes a algo. A ese algo que no siendo nada a la vez lo es todo.
Conocedor de todas las fórmulas y remedios infalibles.
Pero, por desgracia, amigos míos, ¿un ciego guiando a otros ciegos?… Como que no.

Es por eso que puedo aspirar a ofreceros como mucho, mi apoyo moral. El que mi esfuerzo por complaceros os sirva como consuelo. Pero mucho me temo que ni para eso sirvo. Mis palabras suelen ser, en su afán de revestirse de un cierto halo revisionista y desmitificador, más descorazonadoras que otra cosa.
La gente, cuando se va de esta, mi casa, mi humilde morada intelectual, lo suele hacer espantada.
Tanto poner los puntos sobre las íes, incluso a las que, como las griegas, bien podrían ir por el mundo sin necesidad de ellos, ha acabado por convertir mis peroratas, en no otra cosa que repulsivas cucharadas de aceite de ricino.
¡Con lo poco que me costaría hablar de chorradas intrascendentes! ¡De si menganito está colado por menganita, y se le ve a la legua, pero no tiene nada que hacer porque es un pobre mindundi, que no tiene donde caerse muerto, además de ser feo como él sólo…!
¡De si perenganita, que está todavía de buen ver, pero nadie quiere nada con ella porque tiene más ceros en el cuentakilómetros que el transiberiano…!
En fin, esas cosas escabrosas, que son típicas de las mentalidades más simples y previsibles.

¡¡¡Pero es que eso es lo que funciona!!!
¡¡¡Esa mierda es la que gusta!!!

No fue hace mucho, de hecho, que una tarde me vi pegado, con toda mi familia, frente al televisor. Todos abducidos, viendo el programa de una televisión autonómica - Canal Sur para más señas - en la que uno de esos presentadores repescados de los baratillos de las cadenas de ámbito nacional, Juan Imedio, hacía el gran milagro de juntar parejas de ancianos y ancianas, sin aparentemente nada en común aparte de la vejez, y escasamente poco proyecto de vida futura en el que escudarse, para, como ya digo, mágicamente, conducirlos por la, siempre sugestiva, senda del amor.

Mi blog, bien lo sé yo, debería ser como ese programa. Ofrecer esperanza, y reconfortar al extraviado… Insuflar calor humano, allí donde las sucesivas heladas de un invierno largo e interminable, han dejado las ramas de los árboles desmedradas y quebradizas.

Pero lo que subyace aquí es evidentemente un problema de personalidad. De la personalidad del autor, obviamente.
Más me valdría pues afrontar un cambio de actitud. Abandonar mis posiciones de escepticismo a ultranza, y yo mismo, sin esperar a convencer antes a nadie, lanzarme en picado a la conquista de un ámbito de existencia mucho más abierto, menos cínico, más ilusionador.
No juzgar. No juzgar a nada ni a nadie. Ni aún cuando venga de la mano de la Telebasura, mi gran Satán. Y mucho menos a quienes se dan el sí quiero, sea o no a través de un tubo de rayos catódicos.
Creer más en ese tipo de amores, por empalagosos que sean, como el que se profesaban, al arrullo de los gorgoritos de Celine Dion, Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en Titanic. Y no tanto jugar, tan infantilmente, a ser el iceberg - aquel cacho de hielo con tan mala leche - que hundió el “insumergible” trasatlántico.
Porque… ¿Qué mérito tiene?
A la hora de hacer el mal, de enjaretar barrabasadas al prójimo, todo el mundo tiene una puntería extraordinaria.

Por intentarlo pues nada se pierde, que dicen por ahí… O quizás, como mucho, sólo las ganas de volver a intentarlo.
Ya veremos qué sale del experimento. Y si no hay que llamar a los bomberos.