viernes, 23 de noviembre de 2007

Naúfraga




Otra pregunta que formulamos en este blog tan analítico:


¿Hubiera sido posible rodar la película "Naúfrago" de Robert Zemeckis si en lugar de llevar ese por título, este fuera el de "Naúfraga", es decir, si la protagonizara una mujer?


No parece, desde luego, que las convenciones sociales den tanto de sí.


Y sin embargo una mujer hecha y derecha, con los "esos" bien puestos, perfectamente podría tener las mismas probabilidades de supervivencia en una isla desierta, e ignorada en los mapas, que el más experimentado de los hombres. O sea, muy escasas.


Conste que el film hollywoodiense es a mi parecer todo un tratado de en lo que ultimamente se han convertido las películas del otro lado del atlántico. Una elaborada estructura melodramática la cual bien pudiera confundirse con la subliminal riada de anuncios publicitarios a los que da cobertura.


Todos los bienes de consumo de la sociedad yanqui copando desvergonzadamente los primeros planos y con los principales trazos del argumento rendidos a sus pies.


Lo bueno si acaso de Naúfrago es que no hay ese cinismo de otras ocasiones.


Tanto Fedex como Wilson promocionan sin complejos los productos que fabrican, y que en definitiva son los que financian los espectaculares efectos especiales (que si bien no nos libran de pagar el precio de la entrada).


Una obra totalmente prescindible y que no iría más allá del mero entretenimiento que proporciona a las cerca de dos horas que dura, de no ser por su banda sonora, marca de Alan Silvestri, y la archifamosa escena de Tom Hanks y el balón yéndosele con la marea. Esta última, de antología.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Gimnasia Mental


Esforzarse por obtener la perfección es algo inherente a todos los deportistas, pero más si cabe a las gimnastas, para quienes ya solo un 9'9 supone el fracaso.
Una meta muy loable esta de perseguir cimas míticas, sin duda, pero bien mirado también un poco agobiante.
Por fortuna, nosotros, los telespectadores, disfrutamos a partes iguales lo mismo con el espectáculo que las grandes campeonas ofrecen con sus ejercicios impecables, que con esa maza, aro o pelotita que se va al suelo pese al desesperado escorzo de su lanzadora.
No en balde es el drama servido en directo.
Contemplar esa sonrisa descompuesta, mantenida artificialmente con vida, cuando es de sobra sabido que meses enteros de entrenamientos, dietas y sacrificios se han ido de un plumazo a hacer gárgaras, es una de esas bajezas inconfesables con las que los seres humanos (¿seres humanos?) a veces nos regodeamos. Cual marranos que felices se revuelcan en el cieno de sus pocilgas.
Pero no es solo de gimnastas sino también de sedentarios convictos y confesos esta manía perfeccionista y sus efectos secundarios. Y he titulado por ello este artículo Gimnasia mental (aunque no tenga nada que ver con su acepción original) porque es cierto también el hecho de que a nuestra mente cada vez se le exije más, y la pobre, ya no da abasto. Una mania, la del perfeccionismo, que se retroalimenta del miedo al ridículo, del pavor a esa sonrisa congelada, a esa mueca envasada al vacío, para que la que nunca estamos preparados y que acecha siempre en la bifurcación entre el éxito y la ignominia, entre la corona de laureles y ese aro díscolo que se va rodando, haciendo eses, cual noche de borrachera amarga, hasta la mesa de los jueces.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Frío Polar



No seré yo quien a estas alturas vaya a cuestionar la realidad del cambio climático, que por desgracia amenaza con convertirse en un problema más gordo de lo que, en el fondo, supone la muerte por ahogamiento de unos cuantos osos polares, la licuefacción de esos bonitos glaciares de postal o la extinción de morsas y pingüinos. Los estudios cientificos son claros a este respecto. O dejamos de quemar combustibles fósiles a todo trapo, o el planeta entero se convertirá en una sauna irrespirable, donde los vahos eucalípticos se habrán sustituido por atmósferas altamente tóxicas y/o corrosivas, enemigas de la vida tal y como hoy la conocemos.

No obstante, tal parece que estos días de heladas, en que hasta los termómetros tiritan de frío, y en los que irracional y absurdamente llega uno a compadecerse incluso de las cosas inertes que han de aguantar estoicamente el tipo, se habla un poco menos del tema, y da la impresión de que se llega a obviar completamente. ¿No es verdad?

En fin, bienvenido sea pues el crudo invierno... ¡Pero mientras no flaqueen los radiadores!




jueves, 8 de noviembre de 2007

El significado de la Caridad


Cada vez que un pedigüeño me asalta por la calle, mano extendida, una duda filosófica se apodera de mí. No lo puedo evitar.
La secuencia de pensamientos, siempre en el mismo orden (si acaso con ligeras variaciones), sería tal que así:

Soy buena persona, luego he de darle algo.

Sí le doy algo es porque me he dejado camelar y me han vendido la moto. Me han hecho creérme que soy una buena persona, cuando en realidad no es así, sino que soy simplemente un organismo viviente más, solo un poco más sofisticado que una bacteria o una rata, con la que comparto el 99% de mis genes. Y eso es por lo que pago. Por la sensación momentanea de tenerme a mí mismo por un ser angelical y bondadoso, impartidor de justicia social, en este mundo inmundo.

Pero, quieto parado, que aún hay más.

Inconscientemente, mantengo en la situación de precariedad al mendigo, perpetuando esa relación asimétrica tan grata a mi ego.

Y por otro lado no hay que desdeñar el factor cobardía. Entregando un pequeño tributo, que varía en función de lo que me intimide el sujeto, evito el desagradable supuesto de verle forzado a arrebatarme la cartera, contenido y continente, a punta de navaja.

Hay más casos, claro está. Están las motivaciones libidinosas. El querer congraciarse, aunque sea de forma testimonial, con individuos del sexo opuesto cuyas carestías no se extienden a su atractivo físico. Un ejemplo de ello, a mayor escala, serían las caravanas de solteros en dirección a paises económicamente insolventes, como Cuba, Tailandia, Rumania, Ucrania, etc... , que a tantas y tantas historias de "amor" han servido de escenario.
Después está también el vínculo de "compensación", muy en la misma línea, por el que un supuesto ser superior en las alturas se haría cargo de su retribución efectiva, ya sea bien como depósito de valor en el más allá, bien de forma terrenal en las circunstancias apropiadas. Anticipadamente convenidas mediante rezos y otras formas de plegarias.

De forma que, llegado a este punto, hay que admitir que la cuestión moral no es baladí.

¿Soy en esencia generoso, y eso forma parte de mi condición, sean cuales sean las consecuencias que se deriven de ello? ¿Soy un primo que financia las siestas y borracheras de gandules desocupados? ¿Soy una rata que exhibe su catadura "de los domingos", que protege y delimita su confortable status dentro de la manada?

En cualquier caso. Siempre es mejor poner un poco de calderilla en la mano del mendigo de la esquina, que mucho ceros en la cuenta corriente de una rimbombante ONG. A poco que se investigue, afincada en las islas Caimán.