sábado, 29 de septiembre de 2012

Falta de sintonía



¡Cómo está el patio!
Las chicas de la sincronizada, ellas que parecían todas tan obedientes, tan modositas y educaditas, con esas caritas de niñas buenas que se gastaban en la piscina, se nos aparecen de pronto en los medios de comunicación, llenas de piercings y tattos, pintarrajeadas como monas y abonadas al look “enfant terrible”, para, ¡oh, sorpresa! poner a la “profe” a caer de un burro.

Contándonos, con todo lujo de detalles, los métodos y argumentos que esa señora, Anna Tarrés, entrenadora al parecer de alto nivel, empleaba para disciplinarlas.

No tiene desperdicio la carta en la que exponen su queja, pero, ¿realmente es para escandalizarse?
En un mundo cada vez más competitivo, donde se exprime sin recato al ciudadano de a pie, al contribuyente de medio pelo, para satisfacer la codicia de unos cuantos privilegiados, oligarcas y ricachones, ¿tiene sentido ponerse así por cuatro chorradas que la jefa del cotarro piscinil, reina de colchonetas y corcheras, diría, muchas veces sin pensar, a lo largo y ancho de los años, a su cohorte de sirenitas?

Será que el cloro, o la ausencia de él, afecta al sistema nervioso, pero a mi todo esto me parece excesivo.

Creo que habiendo en juego medallas y fama mundial, jugosos contratos de publicidad y televisión, estas chicas han de ser conscientes de que no siempre los mimos y las buenas maneras pueden prevalecer.
De hecho este no es el mismo caso de un asalariado cualquiera que acude a su trabajo con la única intención de ganarse los garbanzos.
En el mundo del deporte profesional, donde la exigencia es máxima, el dolor físico, y el desgaste psicológico de los atletas, por fuerza, también lo han de ser.

Por eso me parece insólito que hayan reaccionado de esa manera ante lo que no serían sino sólo menudencias.

Y además dudo de que esta clase de técnicas para espolear el orgullo de los atletas, y así mejorar su rendimiento, no se apliquen a salva sea la mano, en todos, o casi todos, los ámbitos y categorías del deporte de competición, de los infantiles a los absolutos.
Es más, yo recuerdo de mi época de alevín, cuando entrenaba en un equipo de fútbol, las toneladas de apelativos cariñosos que nos deparaba a todos el entrenador cuando remoloneábamos: caguetas, inválidos, pajilleros, etc… Y que lo único que nos provocaban era la risa.
El verdadero disgusto, o daño moral si se prefiere llamarlo así, en aquellas épocas “felices” de nuestra pubertad era la suplencia, o incluso, peor aún, el no ser convocado para los partidos.

Por eso que aconsejo a estas imberbes jovencitas, tan súbitamente desinhibidas, de que no abunden demasiado en sus críticas, y no quieran hacer pasar por una negrera a la luz de los acontecimientos a su preparadora física. Podría resultar al final de todo un gran esparaván, y un espectáculo frívolo, como si se quejaran de vicio, o tuvieran mono de la atención mediática, a mi juicio merecida, pero en cualquier caso desmesurada, que se les concedió durante las olimpiadas. Y más con la que está cayendo fuera, y la de protestas, estas sí, verdaderamente dramáticas, que se están sucediendo, día si, día también, al pie de la calle.

Muchos podrían buscarles las semejanzas con otros que se han internado alegremente por vericuetos parecidos, como aquel diputado del congreso, Guillermo Collarte, pepero y para más inri vecino de mi ciudad, que llegó a afirmar, en un rapto de “sinceridad”, que pese a su sueldo de 5100 € las pasaba canutas y no le daba para llegar a fin de mes.

Un poco de por favor, hombre.