sábado, 15 de octubre de 2011

Guantazo que te crió


Ahora que tanto se habla acerca de la escuela pública, me viene precisamente a la memoria una frase con la que uno de nuestros maestros - maestros de los de antes, nada de educadores, ni de enseñantes, ni de eufemismos en vinagre - nos solía a mí, y a mis compañeros, fustigar a diario: Dos no se pelean si uno no quiere.

El buen hombre, que tenía tanto de filósofo, como de maltratador, tan pronto nos venía con esas imprecaciones pacifistas y pseudoreligiosas, como nos arreaba un buen regletazo en los nudillos.
Pero no había odio, simplemente un sano afán por acabar con las peleas de los recreos. Unas peleas que les costaban muchos pantalones raídos, muchas gafas rotas, y muchas coderas, a nuestros sufridos, y poco adinerados, padres.
Y eso, como ha quedado claro, aunque para ello hubiera de incurrir en una palmaria contradicción, haciendo loa de la no violencia, y al mismo tiempo recurriendo a ella para imponer su autoridad. Si bien, él se limitaba simplemente a cumplir, funcionarialmente, con la tarea que se le había encomendado, y para la que usaba indistintamente tanto del crucifijo como de la espada.

Por eso que ni entonces, ni ahora, he llegado a verle mucho sentido a la frase. Si acaso, siempre me pareció un sucedáneo cutre de su pariente más famosa, la de poner la otra mejilla. Extremo este, al que, os lo puedo asegurar, los niños de mi colegio, no le concedíamos la menor importancia.

El caso es que, se mire por donde se mire, la frase de mi maestro – por más bienintencionada y cargada de sabiduría que fuera - jamás hizo fortuna. Digámoslo sin más historias, nunca fue caballo ganador.
El desencuentro, los malentendidos, o sencillamente el choque de intereses, entre dos o más seres humanos, se siguen dirimiendo, en mayor o menor medida, por la vía de la patada en el bajo vientre. Siendo algo que, ni a corto, ni a largo plazo, tiene visos de cambiar

Y es que, seamos realistas, la lucha como tal, el choque puro y duro de cornamentas, es en el fondo una constante en todas y cada una de las especies que componen el reino animal. Leones, tigres, perros, gatos - sí, y hasta incluso las mismísimas palomas - tarde o temprano tienen sus más y sus menos. Por lo que, a este respecto, sería absurdo considerar a los seres humanos un mundo aparte.
Ni siquiera los vegetales, los árboles y las plantas, aunque no seamos capaces sino tan sólo de intuirlo, se libran de disputarse entre ellos cada centímetro cuadrado de exposición a la luz solar, cada mililitro de agua, cada gramo de maloliente y putrefacto abono natural.

El esquema se repite pues hasta la saciedad y de forma completamente autógena. Así, el líder de la manada impone su mando sobre los miembros más débiles y enfermizos, a base de mantener una permanente riña de baja intensidad, en lo que no serían sino pequeños rifirrafes rutinarios.
Todo ello muy cuidadosamente planificado, y siempre con la idea presente de beneficiarse de las propiedades de la hormesis. Un punto este – ver enlace - sobre el que conviene reflexionar. Además de disuadir con ello a otros potenciales contendientes, estos sí, ya no seleccionados al gusto del consumidor, y por lo tanto capaces de representar una amenaza más seria.
Se conseguirían, por tanto, innumerables réditos de semejante campaña, por no hablar de las energías ahorradas, muy necesarias estas a la hora de ocuparse de esos otros asuntos de vital importancia para la supervivencia, cuyo buen desempeño radica notablemente en la capacidad del individuo de situarlos, lo más al margen posible, del devenir de las hostilidades.
No perderse uno en mil batallas, como la España del siglo de Oro, el imperio otomano, o las huestes napoleónicas, sino más bien imitar a las modernas superpotencias… Esa es la clave del éxito.
Escoger a una víctima, de entre las muchas que pululan sin rumbo por el mundo, que tenga además la propiedad de disponer de una alta visibilidad, y acto seguido lanzarse a por ella a cuchillo, y arrasarla, reducirla a polvo, igualar su autoestima a la de un mondadientes usado, asegurándose bien, que entretanto - eso es esencial - los reporteros de las más importantes agencias de información se hartan de tomar instantáneas, de hacer primeros planos de las vísceras destripadas y de los miembros amputados.
No otra cosa que para puntual conocimiento de parroquianos e infieles, y, a mayores, formateado de sus conciencias.
Todo ello muy higienizante y con un coste relativamente bajo.

Si bien, enemigos y aliados pueden variar a lo largo del tiempo, no hay programas fijos, por lo que no conviene cebarse en la aplicación del castigo. Con una mano hay que dar la torta, y con la otra, el caramelo.

Siempre sin perder de vista que, la simplicidad en la fórmula para crear nuevos conflictos, no excluye en absoluto su inevitable porcentaje de riesgo. Si bien, un malentendido puede forzarse sin necesidad de grandes aspavientos. Y el repertorio de maniobras para ofender a alguien, sin que ello trascienda al público en general - sin que nadie te pueda acusar de ser el inductor - es abundante.
Al fin y al cabo, es absurdo pretender gustarle a todo el mundo.
La humanidad en conjunto ve las pequeñas refriegas entre sus componentes como un signo inequívoco de la vitalidad del grupo.
Por lo que nunca faltarán las cabezas pensantes que esgriman una justificación serena y razonada, extraída con mimo de lo más hondo de sus corazones, a cualquier intervención, armada o no, en defensa de lo que más convenga en cada momento.
Pero, repito, vendiéndolo todo con gran prosopopeya, llevando la motosierra de podar cabezas envuelta en un lucido y resplandeciente papel de regalo.

Caso por ejemplo del norte de Africa, y el brutal reemplazo que durante este último semestre se ha llevado a cabo en sus clases dirigentes, empezando por dictadores, cabecillas tribales y demás carroña afecta al poder. Todo ello a manos de las potencias extranjeras de toda la vida, temerosas, como de costumbre, de perder sus participaciones en los muy ventajosísimos negocios que por allí se ventilan.

Unas potencias, llamémosles Francia, Italia, Reino Unido, incluso nosotros, en calidad de micropotencia testimonial, que esta vez sí, se cuidan bien de predicar las bondades de la democratización universal, pero que en realidad se han lanzado en picado a proteger sus posiciones privilegiadas, y sus tratos de favor, en la puja, cada vez más a cara de perro, por las mieles del oro negro.
Eso si que es echar una mano al vecino… ¡Una mano al cuello!
Lo dicho. Es la eterna búsqueda del equilibrio hemodinámico aplicado a las operaciones bélicas. Poca sangre derramada, pero bien visible a los ojos del asustadizo espectador ocasional.
El homo pendencierus, como paradigma de lo recomendable y cimiento de la sociedad que funciona, la que no se anda por las ramas con utopías de difícil manejo, y costes inasumibles para las grandes fortunas.
La que no se achica, ni se le encoge ninguna tripa - ni muchísimo menos - con los misereres de indignados, blogueros o pequeños opinantes de voz afónica y filosofía no presencial.
Pero, dejémoslo aquí, pues cartografiar la locura y la maldad humana en toda su extensión, es más bien materia de estudio, a toro pasado, para los historiadores. La acción en tiempo real, abomina de los momentos de pausa y de las largas reflexiones. Sus objetivos son fortificaciones cochambrosas, como la de Bin Laden, bien localizadas sobre el terreno y fáciles de poner patas arriba, nada de grandilocuentes manifiestos a favor de una inverosímil paz mundial, ni de fastuosos castillos en el aire, más propios de los cuentos de hadas.

Búscate pues ya tu víctima propiciatoria ideal. No esperes más.
¿A santo de qué vas a ser tú el único (o única) que no se lo pueda permitir?
Hunde a tu prójimo, arráncale los ojos. Borra para siempre de su rostro esa estúpida expresión de felicidad ñoña. Be acid, my friend.
Una pequeña sinrazón que sirva para darnos la razón en todo lo demás. ¡Ese sí que es un buen negocio!
¡¡¡Es la actitud que triunfa!!!
¡Súmate a la estirpe de los elegidos!
¡Rompe con tu pasado bonachón, sesudo y mojigato!
¡Sé una pesadilla viviente para el pobre diablo de tu vecino!
Y que se le quiten, de una vez y para siempre, las ganas de faltarte al respeto.

Eso sí, por si algo no sale según lo esperado, y la víctima se transmuta en verdugo… Tampoco te lo tomes a la tremenda, ni te preocupes en exceso.
Hay a tu disposición ataúdes de todas las tallas y modelos… ¡Y tiradísimos de precio!
Arrieros somos…