domingo, 3 de noviembre de 2013

Mortal de necesidad


Ha pasado el Halloween y con él, el uno de noviembre, día de todos los santos.
En México (gracias hermanos mexicanos por venir tan a menudo por aquí), las gentes se recogen por fin de los cementerios y regresan a sus hogares. Esta celebración tan enfática de las festividades de ultratumba, de raíces hondamente precolombinas y tan sólo nominalmente reconvertida al cristianismo, nos sorprende todavía un poco por estos lares, donde a la bicha preferimos ni mentarla, y a nuestro parecer por tanto, y desde nuestra perspectiva cultural, no deja de resultarnos algo macabra. Pero lo que es indiscutible es que, el cariño y el respeto por los seres queridos finados, está a años luz del que nosotros profesamos por los nuestros, con los cuales el compromiso es a todos los efectos muy inferior.
Aquí, por norma general, y siempre salvo contadas excepciones, lo que se estila es "El muerto al hoyo y el vivo al bollo" y sanseacabó.

Antaño, bien lo saben nuestras abuelas, el luto duraba meses e incluso años. Bueno, nuestras abuelas ya no saben nada, porque ya hace tiempo que nos dejaron... Pero ahí está la realidad, y si ahora mismo no hubiera escrito esto, probablemente ni me hubiera acordado de ellas.
Triste, muy triste... En fin, queridas abuelas, dondequiera que estéis - y por extensión a todos mis ancestros - que sepáis que os dedico mis dibujos. (A toro pasado no hay quien me supere.)

Pues eso, que cumpliendo la tradición, nos hemos comido los huesitos de santo, y no obstante un año más nos hemos resistido a disfrazarnos de monstruitos. Quizás ya la apariencia normal sea de por sí lo suficientemente tenebrosa y escalofriante, sobre todo a las siete de la mañana, cuando suena el despertador... O bien, que estas costumbres anglosajonas no terminan de calar en lo más intrincado de mis coordenadas mentales, más del terruño y que, como en esas comunidades indígenas a las que antes hacía mención, son netamente deudoras de los espíritus del pasado.

Vamos, que para ponerme 4 trapos raídos y una careta de cartón prefiero esperar al carnaval auténtico, al de aquí de toda la vida. Y donde esté un piliqueiro de Laza, un cigarrón de Verín o un pantalla de Xinzo, que se quite la calabaza seca esa de marras a la que le pintan ojos y boca, o los vivarachos esqueletos de las pesadillas de Tim Burton, cúlmen de los fetichismos de anoréxicas.
Con la Ruperta y el Atilano vamos bien servidos.
¿Que no sabéis quien es el Atilano? Ni falta que os hace.
Ya nos llegará a todos el momento de entendernos con él.
Este, que es muy cuco, sabe bien que al final, con nada más que un poco de paciencia y un toquecito por aquí de fatalidad, y otro por allá de ventoleras destempladas, todo el mundo le acaba abriendo los brazos de par en par.
Nadie como él para ganarse a la gente.
Y eso que es lo único que sabe hacer, pero lo borda.
Que sirvan pues estas fechas, y estas reflexiones - puestos a encontrarles alguna utilidad - como recordatorio de algo muy importante en nuestras vidas, que el tiempo vuela en caída libre, y que el instante tiene la misma fugacidad que las llamaradas del Hindenburg.
Carpe diem.