Opciones hay muchas, desde luego, pero acertar con la ideal no es nada fácil.
Cierto es que no hay que estrujarse mucho los sesos. A fin de cuentas, los regalos navideños no cumplen sino la función, más que otra cosa, de honrar al agasajado demostrándole nuestra cercanía y estimación, y generalmente este dispone de solvencia económica, por sí mismo suficiente, para comprarse aquello que más le gusta o necesita: Ya sea ropa de marca, caprichos gastronómicos o cachivaches tecnológicos de última generación. Por lo que con arrancarle una sonrisa, el objetivo se dará por conseguido.
Sin embargo cambia mucho la cosa con los niños. O, parecidamente, a la hora de premiarse uno mismo por haber aguantado, de una pieza, un año enterito cuajado de achaques físicos, reprimendas y monsergas profesionales, ensoñaciones artísticas regresando del frente en una bolsa de plástico y los siempre ineluctables jamacucos emocionales.
En estos casos acertar es la premisa fundamental, y con la simple aproximación no habremos hecho nada meritorio.
Ello implica, naturalmente, estar dispuestos a desembolsar una importante cantidad de divisas, no bastando con ir una sola vez al cajero. Y aquí es donde surge la disyuntiva.
Los niños, y sobre todo los adolescentes, que por lo común miden el afecto de sus padres a través de nada complejas fórmulas, solo se sienten queridos si, lo que se encuentan bajo el árbol de navidad, es mejor y más chachi piruli que lo que Papa Noel les ha dejado a sus vecinitos. Y si sus juguetes no sirven para convertirles en los críos más populares de la urbanización de adosados, entonces el fracaso escolar del verano subsiguiente estará garantizado.
La cuestión no es tema baladí, ya está visto, y no se trata aquí por tanto de meter la cabeza en un hoyo como las avestruces. No queda pues más remedio que afrontarla.
¿Y qué es lo que los niños quieren?
Pues lo que las mujeres, lo que está más de moda.
Es el caso del juguetito que se parodia en la ilustración, el cual ha sido - casi diría yo que noche y día - anunciado y promocionado a base de demostraciones prácticas en los centros comerciales de medio mundo.
Pero no se apure. La mecánica es abrumadoramente simple. Es coger el "invento" este, que es como un vulgar mando a distancia multiusos de compatibilidad universal, y en la pantalla, unos muñequitos teledirigidos en sintonía con los escorzos propios, corren, saltan, hacen aspavientos, se zurran y persiguen a una pelotita por usted. Todo casi sin esfuerzo por su parte, o mejor aún, siguiendo la Ley del Mínimo Esfuerzo. De forma que, sin haberlo pretendido, sin ser esa la intención, vemos cumplido uno de nuestros anhelos más ancestrales como integrantes de la raza humana. Hemos hecho realidad el sueño mítico de defenestrar los antipáticos 1º y 2º principios de la Termodinámica.
¿Será posible por fin jugar sin cansarnos, y darnos de guantazos sin que a nadie se le mueva un diente, la mandíbula, o medio lado de la cara, o que haya que rebozarle de arriba a abajo en mercromina?
¿Se acabarán las guerras y los deportes violentos...?
¿¿¿Adiós por fin a la violencia???
Resta no obstante por ver lo que tarda en salir la versión "X" o "3R" del chintófano de marras, como ya ha pasado anteriormente con sus hermanos mayores, no tan desinhibidos en lo que a la frontera entre lo virtual y lo real se refiere.
¿Se lo pedirán este también los "nenes" a los Reyes Magos?
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