Por lo pronto las autoridades lo han dejado caer como quien no quiere la cosa.
Será voluntariamente aceptada, como se solía decir antaño de la comunión, y nunca más allá de unos límites considerados prudenciales. Eso sí, revisables quinquenalmente, por si acaso.
Así que, en principio, aquellos que disfrutan de trabajos socialmente bien reputados (médicos, abogados, directivos de empresa, etc...), con despachos amplios y lujosos, amén de primas y honorarios mastodónticos, se podrán ya por fin honrosamente consagrar al deber moral de estirar su vida laboral. Todo por el bien de la comunidad. Mientras que los de fuerza bruta, estrés galopante y productividad a destajo, continuarán a lomos de los jóvenes. Esa juventud tan escasa, y cada vez más mal educada y malacostumbrada, que dicen por ahí...
No parece pues que, así planteado, vaya a solucionarnos mucho la papepleta la cuestión esta de prorrogar lo improrrogable. De hecho, más bien apunta a todo lo contrario.
Sea lo que sea al final, los que seguimos en la brecha, ya bastante habremos hecho llegando a los 65 con salud. Porque al paso que vamos...
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