viernes, 24 de diciembre de 2010

Locura Navideña Transitoria


Empecemos por decirnos las verdades. Aquellos que reniegan de la Navidad, cual Mister Scrooge, y que afirman odiarla con todas sus fuerzas, es porque antes, en un tiempo remoto y pretérito, la amaron apasionadamente y a calzón quitado, sin recato ni censuras, apurándola hasta los posos.
Sí, no es infrecuente que un amor despendolado se transforme, merced a un brutal desengaño, en un odio visceral y engangrenado. Más aún, yo diría que es el pan nuestro de cada día.
Con todo, y después de haber dicho lo dicho, no sería justo que yo me situase por encima de fieles e infieles, en una atalaya moral, desde la cual arrojar mis juicios sobre el resto del orbe mundial, cual ollas de aceite hirviendo.
Porque sí, amigos míos, yo también fui una víctima de la Navidad. Comprobar que los reyes magos eran mis padres, y que por tanto, en virtud de sus limitaciones pecuniarias, jamás podrían traerme todos los scalextrix, todos los airgamboys, todos los exin-castillos, todos los Super-humores, y todos los balones de reglamento que había en mi cartera de pedidos, supuso una enorme frustración. Vamos, que si no la mayor, de entre las más grandes.
Si bien, y pese a que ha transcurrido tiempo suficiente ya desde que recibí la fatal noticia, de sobra para haberlo asumido, yo, en mi empecinamiento vital, todavía sigo creyendo en ellos, y todas las noches a esa creencia me sigo encomendando cuando les solicito que alguna Navidad, aunque solo sea una, me dejen debajo de la almohada un yate parecido al de Roman Abramovich.
Es posible que muchos os riáis de alguien que, con su edad, todavía se habla con los monarcas de Oriente, alguien que, para ser más exactos, llama a su línea novecientos y les cuenta entre excitado y contrito sus penurias existenciales. Pero es que en el fondo, he de admitir que estos señores, sus altezas de las mil y una noches, han cumplido con lo que se les encargaba. De hecho, ahí está el yate, debajo de la almohada, y ahí seguirá, con toda probabilidad, por los siglos de los siglos, amén.

Naturalmente, como habéis podido comprobar tras leer estas líneas, yo no odio la Navidad, ni muchísimo menos. Es más, siendo, como soy, un eterno escritor en ciernes, no puedo por menos sino admirar la bella factura de un cuento que está bien contado. Yo, como tantos otros que tenemos el vicio de sentarnos a teclear en un ordenador cuando estamos aburridos, sabemos de buena tinta lo mucho que eso cuesta. Es por tanto casi una obligación, el tener un reconocimiento para con su autor o autores, sea o no esta una obra coral, que en cualquier caso no está sujeta a derechos relativos a la propiedad intelectual, pues como los anuncios de colonia, fue ideada para vender embelesadoras fragancias.

Otra de las complicaciones que estas fiestas suelen llevar aparejadas son las temidas, y temibles, reuniones familiares. Encontrarse de pronto encarcelado en torno a una mesa con gran parte de sus genes, o cuando menos de una muestra representativa, expuestos a un escrutinio directo y desapasionado, sume muchas veces a uno en la desolación más absoluta.
Pero hemos de ser realistas. Lo que uno tiene delante no son sino los mismos ingredientes de los que se halla compuesto, si acaso mezclados de una manera un poco diferente y con el adorno de una ramita de perejil. Si estos son unos zafios, unos fantasmas, unos patanes, unos impresentables, unos plastas o unos amargados, la seguridad de que uno mismo también lo pueda ser adquiere proporciones cósmicas. O eso, o que nuestras madres hubieran mantenido en el pasado una relación con el butanero más allá de la simple y sana camaradería. Lo que tampoco es en absoluto deseable.

En cualquier caso, ya provenga nuestra sangre del palacio de Buckhingham, o del pozo del tío Raimundo, está el prurito que todos albergamos dentro de nuestro ser más rancio, en unos más desarrollado que en otros, de llegar a convertirnos algún día en los pares de Belén Esteban, o sea de ganar dinero sin darle un palo al agua. En este caso por medio del único pelotazo considerado santo y cabal en la sociedad de nuestros días, a través del Gordo de navidad.
Es lógico pues que para muchos, saber que sus ilusiones habrán de demorarse un año más, condicione muy mucho su percepción del asunto, y hasta dé al traste con toda la gana de festejos y alharacas.

Unas fiestas cuyo efecto más pernicioso, no lo olvidemos, es lo mucho que tiran del bolsillo. Ni que decir tiene pues que entre los detractores más recalcitrantes de la Navidad ocupan un lugar preeminente los tacaños. En efecto, la racanería y las compras navideñas se llevan a matar.
Muchos de estos, de hecho, son los niños que en el pasado recibían con júbilo y entusiasmo sus regalos, que sin embargo no han terminado de encajar que, con los años, los términos se han invertido, y que ahora son ellos los que han de aportar la financiación de la broma.

Pero no vamos a meter a todo el mundo en el mismo saco, pues es cierto que si todo es una gran mentira, únicamente concebida con la finalidad de elevar el consumismo al grado de religión, aquellos que no comulgan con ruedas de molino, están en su perfecto derecho de sentirse burlados y estafados, y de propagarlo a los cuatro vientos. No obstante, para estos, generalmente espíritus libres y que no renuncian a su visión romántica de la vida, recordarles que no todo está perdido. Que aún hay una oportunidad de chinchar al malo de la película, y de plantarse, contra todo pronóstico, en el mismísimo final feliz.
No tienen más que echar la vista a su alrededor, para comprobar que, la posibilidad de convertir a la Navidad en algo real, existe. De hecho, millones de personas en el mundo, la mayor parte de ellas niños, pasarán estos días en el más absoluto olvido y abandono, sin nadie que se moleste en ni tan siquiera regalarles un muñeco de trapo. Como veis, recuperar la ilusión de antaño, requiere tan solo de un pequeño esfuerzo.
Yo, por mi parte ya lo he hecho, comprando el bolígrafo solidario que anuncia Iniesta por la tele, y con el que he escrito parte de este texto.
Claro que a mi me lo ha colado, no porque un servidor sea mejor ni peor persona, sino por el simple hecho de haber colado el gol de la final del mundial. Para qué nos vamos a engañar.
Voy ahora a dármelas de altruista y benefactor, al estilo magnate podrido de millones, cuando la realidad es que he actuado por puro borreguismo.

Pero volvamos al tema y terminemos diciendo, ya por último, que si estas fechas levantan sarpullidos por alguna razón concreta, por encima de todas las demás, es por esa costumbre malsana de marcarse objetivos y hacerse propósitos de año nuevo que, con el paso de los meses, y salvo raras excepciones, suelen convertirse en pesados fardos con los que cargar, cual costaleros de semana santa, y de los que, en verdad, todo intento de expiación se acaba haciendo insuficiente.

Pero nuevamente, y pues este post podría pecar en exceso de beato y meapilas, me atreveré a animaros a que tampoco renunciéis a ello.
Si vuestra idea para el 2011 es beneficiaros a la vecinita del quinto, o al uniformado que monta guardia a las puertas del palacio de Justicia, o desvalijar la caja fuerte de la empresa y largaros, en régimen de indefinidos, a las Bahamas... ¡Adelante!
Pensad en la huelga de los controladores aéreos, y jugad vuestras bazas sin complejos de ninguna clase. No dudéis de que si lo dejáis correr, luego puede ser demasiado tarde. ¿A ver por qué van a ser ellos los únicos en este país que vivan del chantaje?
No en vano, el otro día en un pueblo de la provincia de Ourense - o no me acuerdo si en la de Pontevedra - los operarios del matadero municipal anunciaron una huelga parecida, con el sacrificio de los pavos de Navidad como arma negociadora, y no les debió ir tan mal.
A fin de cuentas, el ejemplo a seguir esta claro, y el mensaje ha calado.

Y así hemos llegado al final del post, y del 2010. Desearos por fin a todos los asiduos de este blog: Merce, Arancha, Nefertiti, Lola (Fiebre), Ester, Eva, Natalí, Chinaski, Jimmy, Álvaro, Juanjo, Tomás, Genín, Eric, Lagarto, Miguel, Tordón, y todos cuantos me honráis con vuestra amistad ciberespacial de una forma más ocasional - que espero así no dejarme a nadie en el tintero – un espléndido año 2011, y que paséis una agradable Navidad en compañía de vuestros seres queridos. Deseo que hago extensible a todos los autores de los otros blogs por los que también suelo pulular.

Zampémonos los turrones tranquilamente y olvidémonos por un tiempo de los problemas. La navidad, no es una imposición cerrada y excluyente, sino que por el contrario, es una experiencia voluntaria y tiene hueco de sobra para acogernos a todos. Y al que opine lo contrario le invito a que vea este videoclip, del año de la pera, de Bony M. Así se convencerá de que las peculiaridades del gusto en el vestir, la polémica sobre los idiomas vernáculos, las orientaciones sexuales difusas y multicolores, y el espíritu navideño, aunque parezca mentira, se pueden compatibilizar perfectamente.

¡¡¡Feliz Navidad!!!

7 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

Feliz Navidad. Y feliz 2011, que hace mucha falta...

Eva Vázquez dijo...

Feliz Navidad

Verónica dijo...

Llego hasta aquí saltando desde otro blog en el que te habían citado, y, sorpresa, me encuentro con este pedazo de disertación sobre la navidad y sus efectos colaterales.

Voy a quedarme por aquí un ratito, dando una vuelta, si te parece bien y me das permiso, claro.

(Es lo bueno que tiene este mundo: puedes aceptar la callada como respuesta).

Sue dijo...

Feliz navidad entonces Food.
A mi la navidad me gusta cuando nos reunimos toda la familia y no discutimos. Ha sido así este año, así que mi cuento de navidad se ha cumplido con creces (y con un montón de regalos de Santa!).

Aunque en el fondo me entristezca (no sé bien por qué) me gusta saber que cada año estas fechas son una excusa para reunirnos.

Un abrazo.

Merce dijo...

Muchísimas gracias amigo Food.

Feliz Navidad para ti también.

(Me encantaban y me encantan los superhumores; los míos los ha heredado mi hijo que se ha convertido también en un seguidor impenitente de Mortadelo)

Besos.

Anónimo dijo...

F&DD, soy una coleccionista de tus frases, ya lo sabes.

Me encanta ésta del final: la navidad no es una imposición sino una experiencia voluntaria. Parece difícil de creer en un mundo sembrado de luces navideñas y anuncios de turrones, pero supongo que es como todo en la vida: la libertad existe para aquel que la quiera ejercer.

Un beso enorme, que disfrutes mucho las fiestas que te queden rodeado de tus genes queridos (y de otros desconocidos, que también hay que mejorar la raza), y que para el año que viene, termines un libro de relatos que se disputen las editoriales más prestigiosas de habla hispana.

Ah, y gracias por citarme. ¡Me ha encantado verme en un texto tuyo!

Juanjo Montoliu dijo...

Espero que hayan sido buenas. Como te decía antes, o después, es bueno celebrar.

Y lo mejor de todo, celebrar con quien te apetece.

Por otra parte, muy lúcidas tus reflexiones. Imagino que fueron antes del champán.