lunes, 29 de marzo de 2010

Leyendas Arturianas


Hubo un tiempo en que el conocimiento del mundo sólo tenía un propósito: Servir a Dios.
Un tiempo en que el hombre y su sometimiento a las leyes de la naturaleza, estaba regido por su propio temor a lo desconocido. Un tiempo, en definitiva, donde los acontecimientos de la vida, ignorados e incomprensibles, abrían un enorme abanico de posibilidades a las supersticiones, a las mitologías, a la magia.
Cuando me propuse abordar este tema de las leyendas del medievo, una duda me asaltó. ¿Seré capaz de extraerle algún provecho humorístico a una época de la historia que vivía obsesionada, tal que si ese fuese su deseo último, con el advenimiento del fin del mundo? ¿Una época que “ora et labora” vivía bajo el yugo asfixiante de la cruz y de la espada?
Ardua tarea.

No obstante, lo primero que pensé cuando releí el título de esta entrada, ya me tranquilizó a ese respecto.
Un pensamiento este, que fue no sino fruto de una interpretación literalmente viciada.
En lugar de “Leyendas Arturianas” (de la época del rey Arturo, se entiende, en la Inglaterra medieval), mi cerebro prefirió no aventurarse tan lejos, e interesadamente tomó la primera r por una s, componiéndoselas como de Leyendas Asturianas, de las Asturias del verde noroeste ibérico. Todo ello en un rapto fugaz del intelecto.
Posiblemente sea más cómodo pensar en Fernando Alonso, ese piloto ovetense de Fórmula 1 que realiza gestas victoriosas sobre su montura de cuatro ruedas, y que son glosadas de forma casi unánime en los medios de comunicación de nuestro país, o, desde una perspectiva todavía más doméstica si cabe, en la fabada, la sidra o ese anís de la Asturiana, asimismo de resonancias legendarias, y a cuyas cualidades también podemos conferir propiedades mágicas.
Por desgracia una vez superado el malentendido, o más bien, la querencia natural hacia el desatino que impone la pereza, ya sea para bien o para mal, nos vemos obligados a rectificar la senda trazada. Un andar descuidado en el que, como ya se ha visto, uno mismo se puede extraviar, a poco que se lo pida la desgana, el tedio, o la escasez de horas de sueño.

Lo cual, sin embargo nos devuelve al mismo punto en el cual, sólo un par de párrafos más arriba, ya nos habíamos quedado atascados.
Retornamos pues a la pregunta de antes: ¿Se le puede sacar algún jugo, por la vía de lo hilarante a un mundo de misterio, de leyendas, de magos y brujas, de batracios, que no son tales, sino seres encantados bajo cuya apariencia subsiste un príncipe azul, y con cuyo encantamiento han de malvivir en espera del beso reparador de una bella princesa? ¿Se puede uno cachondear de un hombrecillo sin oficio ni beneficio, de un auténtico paria, que viola la lógica aplastante de su fatal destino, descuajando una espada de una piedra, rompiendo un pertinaz y ancestral hechizo, y convirtiéndose por medio de ello en rey?
¡Esta es una historia que el alma humana absorbe por todos los poros de su piel con pasión y apetito arrebatadores! ¡Es el tránsito directo, por el camino más corto, de la miseria hacia la gloria! ¡El non plus ultra del pelotazo!
No puedo por tanto sino considerarlo como un truco vil, es decir, una más de las muchas trampas que acechan al intelecto en los relatos de las grandes proezas.
Muy típico, por otra parte, de nuestra condición, de exagerar los propios logros personales, los méritos contraídos, y toda la épica que los envuelve. De como en el juego del parchís, comer una y contar veinte.
Un campo este de la novelación de la realidad donde todo es posible, y que es una práctica que sigue vigente hoy en día, gozando de una salud inmejorable, por lo que muy raramente llegará en algún momento a extinguirse.
Y es que nadie está libre de haber atildado su singular e incomparable odisea íntima.
Todos hemos soñado con ser Ricardo Corazón de León, y resueltamente nos hemos transmutado en trovadores de sus/nuestras innumerables hazañas, absolutamente todas ellas memorables, en las cruzadas contra Saladino, para admiración y disfrute de nuestro rendido auditorio.
Pero dejando de lado lo que de inventado tengamos cada uno:
¿Se puede vivir en paz con la propia conciencia despreciando toda creencia en lo sobrenatural?
¿Podemos querernos a nosotros mismos aceptando que nuestra dotación en cuanto a bellezas, talentos, riquezas u honores, es muy inferior a lo que recomiendan los más reputados cuentos de hadas?
En fin, preguntas que no es sano hacerse, y menos aún contestarse.
Los cuentos, las leyendas y las rimas solo son herramientas de la mente para aliviar aquellos instintos, inconfesables en su mayor parte, que se encontraran entumecidos, o atrofiados por la reiteración de insatisfacciones.
Uno, a través de la identificación con el protagonista, se expurga por un momento de sus limitaciones y cortapisas vitales.
Evacua sus calamidades y reveses, y mira hacia otro lado.
No importa cuanto tenga la leyenda de disparatada, de absurda, de moralmente reprobable. De cínica.
Al fin y al cabo sólo se trata de pasar de siervo a rey, por arte de birlibirloque, con la afrenta que ello representa para con la justicia terrenal y lo insolidario que resulta.
Y eso por no hablar de aquel caldero lleno de monedas de oro, el cual hipotéticamente se hallaría enterrado allí donde el arco iris entrecruzara su curvatura con la de la madre Tierra. Nuevamente un caso flagrante de codicia desmedida, recompensada.
Historias que fomentan las pretensiones fatuas.
Algo apenas desligado, por mostrar un ejemplo sangrante, del encabezonamiento de entonces en la búsqueda de la piedra filosofal. Para desconsuelo y abandono de un estudio y una ciencia más edificantes.
Todos estos, cuentos increíbles, desde luego, y si se me apura, no surgidos de la rumorología popular, sino probablemente mistificados adrede. Burdas alegorías de un universo fantasmagórico que, por si no fuera bastante con lo ya expuesto, alcanzan su culmen en la referida al elixir de la eterna juventud.
Aquí, el afán de hacer lo blanco, negro, llevado a su paroxismo.
En cualquier caso, las gentes de aquella época, confío yo, no debieron ser tan tontas, ni tan crédulas. Quiero pensar que se debieron parecer más a nosotros. Más prácticos en cuanto a sus expectativas, no tan ingenuos, desengañados de curanderos y astrólogos.
Y todo ello, por más que nunca dispusieran de la opción de rebatir, con los hechos, y apoyados en la fuerza y en la certeza que brinda el conocimiento, a tanto embaucador, a tanto rufián, a tanta majadería.

P.D.: Por si acaso, para una mejor comprensión de la mentalidad imperante en la época, recomiendo visitar este enlace de la Wikipedia dedicado al cuadro de Hyeronimus Bosch (El Bosco). El carro de Heno.
Si bien lo contrario, mantener una percepción fantasiosa, como en Excalibur, sea probablemente más goloso. :-)

13 comentarios:

Genín dijo...

Pues es curioso, pero a mi esa época nunca me atrajo, ni los libros ni las películas con esa temática, a lo mejor es que presiento que me hubieran quemado en la hoguera por ateo o vete tu a saber que le llamarían a no tragar, a la rebeldía...
Salud

Jimmy dijo...

Lo que es la imaginación. Las historias de grandes héroes imposibles siempre han servido de valvula de escape.
Yo mismamente, después de ir al cine y ver la misma película de el bueno buenísimo que se lleva a la buena buenísima llevándose por delante al malo malísimo y de paso salva el mundo, me siento mucho mejor y me hace pensar en positivo, al menos durante un corto espacio de tiempo.

Eva dijo...

Estas historias siempre me han gustado... pero narradas ... no explicadas en libros de texto...
Salut!!!

Alvaro en OZ dijo...

A mi esa época me atrae, pero con sus bemoles. O sea, nunca me he tragado como lo pintan en las pelis....siempre que escucho que alguien dice "me hubiese encantado vivir en la edad media" le recuerdo lo del feudalismo, vasallaje, enfermedades, oscurantismo, castillos húmedos y fríos, inexistencia de libros, caza de brujas y todo eso.
No era una bonita época, eh?

Saludos !!

Merce dijo...

Siempre he dicho que si pusieran a mi disposición una máquina del tiempo me dedicaría a viajar por toda la edad media.(lo malo es cómo debía oler)

Un beso.

Fiebre dijo...

Bajo mi humilde opinión, las gentes de esa época tenían los mismos deseos, ilusiones, aspiraciones y creencias que nosotros...solo que no existía Belén Esteban.
(O como dice Angel Martín, la mujer que se hizo famosa por conocer la chorra de un torero)

El espíritu es es el mismo, nos atraen las gestas; pero se ha perdido en cultura espiritual y ganado en materalismo.

Lena yau dijo...

ah...me encantó esta entrada...

(Estoy segura de que El Bosco cenó percebes, se puso morao, vamos!, antes de pintar el Jardín de las delicias...)

Un abrazo!

Miguel Baquero dijo...

Yo creo que en aquella época eran más ignorantes, eso seguro; más ingenuos, desde luego, porque no habían visto más mundo que el de su aldea, y más crédulos. Así los querían, desde luego, para que fueran más sumisos y manejables, pero aun así se levantaban y muchos fueron a la hoguera, muestra de que el ser humano, pese a todo, nunca se ha chupado el dedo

El Gran Surmano dijo...

Escribe usted de una forma muy singular. ¿Ha considerado usted una carrera como escayolista?

Anónimo dijo...

Hola!!!

Saludos
jejeje me dio mucha risa la imagencita, que se le olvidan las llaves XD

Como cambian los tiempos, los grandes caballeros de la antiguedad ahora solo sirven para hacer cuentos... o ellos tambien fueron cuento??

Sale cuidate mucho

byE

Insisto... dijo...

Soy tan pretenciosa,que en la epoca medieval solo hubiese vivido para gozar de tanto vestido sofisticado :D independiente de bañarme con agua fría joojjo

Extenso tu texto,pero muy interesante por tu dedicación ;)



cariñussssssssssssssss!!toy bien ;)

Natura dijo...

No me había puesto a pensar en eso francamente pero ahora que lo hago creo que no me hubiera gustado vivir en una época en la que no hubiese agua potable.

Y como decían por arriba, también creo que hubiera terminado en la hoguera por irreverente, je.

Un saludote :)

Alexiev dijo...

Buen sentido del humor...

Saludos...

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