sábado, 3 de enero de 2009

El Fondo de la Cuestión


No sé si estará relacionado o no; será quizás porque tantos bienintencionados deseos de paz, mantecados y polvorones, me han llenado un poco de más el buche, y es sabido que los grandes atracones siempre degeneran en grandes pesadillas, pero hoy sin saber porqué me he puesto de pronto a recordar mis miedos infantiles.
Y la verdad es que echo un poco de menos esa otrora capacidad intrínseca para el susto y la impresionabilidad, aquellas facultades innatas para rumiar el canguelo durante meses, tan características de mi niñez.
Entonces las películas tenían otra clase de impacto sobre mí muy diferente del actual. No sé en que momento empezó en mí el sainete maniaco-artístico de querer imitarlas, y su observación analítica, pero creo que en ese punto algo muy querido, y al mismo tiempo muy odiado, se apagó dentro de mí.
No he olvidado, aún así, los espeluznantes efectos secundarios que las películas de vampiros solían tener en mis terrores nocturnos, engordándolos más y más con cada nueva entrega del género que se cruzaba por delante de mis ojos.
Y me viene precisamente a la memoria una en particular. Una en la que los “buenos”, en una escena final escalofriante, entraban al cementerio y, cripta por cripta, iban levantando las lápidas para asestar estacazos en el corazón a todos y cada uno de sus moradores. Al final, no pasaban uno solo de aquellos blanquecinos fiambres sin dejarlo bien entibado contra el respaldo del féretro, pero, ya fuera de la pantalla, yo siempre me quedaba con la duda de que alguno de ellos, más cuco y más vivillo que el resto, se les hubiera escapado.
Todo eso se diluyó andando el tiempo, y por desgracia preocupaciones de otra calaña, si cabe más hedionda, estreses y fobias variadas, corrieron raudas a ocupar el trono vacante. El fracaso, la fatalidad, el ridículo, los exámenes de septiembre… se convirtieron en los nuevos niños malos del correccional.
Quiero creer que todo esto es ya agua pasada, y que los años han ido echando capa tras capa de sedimentos en esta región pantanosa de mi conciencia, pero sería faltar a la verdad hablar de extinción total. Los miedos infantiles son como las cucarachas. Si te despiertas de noche y vas al baño, existe una probabilidad muy elevada de toparte con alguna. Y puedes matar media docena a escobazos, que siempre habrá nuevas que vengan a reemplazarlas.
De hecho, por todos lados nos siguen inoculando miedos diversos en el torrente sanguíneo, y muchas veces ni nos damos cuenta de cómo influyen en nuestra propia percepción de la realidad. Miedo a las crisis, a los colapsos económicos, al terrorismo y las guerras… A las nuevas enfermedades resultantes de mutaciones virales horripilantes…
Nuestra alma, asediada desde frentes tan diversos, no tiene punto de recogimiento.
Si bien hay una película, que exactamente no recuerdo su título ni protagonistas, que ha atravesado todo este océano de tiempo indeleble, culebreando por entre las sucesivas metamorfosis de mis temores fisiológicos.
La vi siendo un chaval, y estoy seguro de que me seguiría aterrorizando de la misma manera ahora como adulto.
Trataba esta de un submarino alemán, que alcanzado por un torpedo aliado, se iba a pique sin remedio. No eran propiamente los nazis los que se iban al fondo más estremecedor de las tinieblas, no, sino simplemente soldados alemanes derrotados, pobres diablos arrastrados por una suerte esquiva, y a los que implacablemente, el argumento reservaba un desenlace infernal. Así, su envoltura metálica, improvisado ataúd de latón, con cada pie que se hundía, se iba volviendo más y más vulnerable a la presión, y en última instancia ya solo remitía a elegir entre la asfixia por agotamiento del oxígeno interior, o el aplastamiento de la nave al más puro estilo del papel de aluminio.
Como se ve, el horror en su vertiente más opresora… Luego no creo que sean necesarias más explicaciones para justificar su longeva pervivencia entre mis más inveterados recuerdos.
Pero puede que ello se deba también, al hecho de que las profundidades abisales continúan hoy en día siendo una de las últimas fronteras del conocimiento. No en vano, solo cinco países han conseguido enviar sus batiscafos a explorar las fosas del pacífico, y lo mismo se sabe, muy poco en comparación con otras regiones del planeta, acerca de las dorsales oceánicas, alrededor de las cuales gira todo el modelo geológico de placas tectónicas. Están por tanto, muchas de esas incógnitas todavía envueltas en un muy sugerente halo de misterio.
…Que, a propósito, ¡se me olvidaba mencionar otro de los miedos más comunes de la gente! ¡El miedo horrendo a los terremotos! Tampoco es que sea de quitar el sueño, pero curiosamente nadie piensa en que nada parecido pueda sucederle, en su país, en su ciudad, hasta que un buen día la casa comienza a dar brincos.
En cualquier caso, el pasar por estos malos ratos de vez en cuando no es perjudicial en absoluto, e incluso a la larga se revela como algo indispensable para que la vida cobre un sentido y merezca la pena. Sin ellos, la lectura de esta que nos arrojaría un medidor virtual, sería equiparable a la de un encefalograma plano.
Como dice Roy Batty, en Blade Runner, en este video que generosamente patrocinó la "desaparecida" marca de cintas TDK, intentando convencernos de lo importante que es conservar nuestros recuerdos (a ser posible en soporte magnético), y que se coronó en una de las obras maestras del séptimo arte: “Es toda una experiencia vivir con miedo”

Perdón. Este era el video. Un lapsus.

8 comentarios:

Merce dijo...

A mí me dan miedo las cosas reales. y los animales, todos.

Prefiero pasar una noche en un castillo encantado, lleno de fantasmas, antes que estar cinco minutos al lado de algún animal. Claro que los fantasmas no existen.

Celeste Mandanici dijo...

Cómo que los fantasmas no existen? y Michael Jackson??? Oh, no lo era? Ni modo...

Yo, particularmente, le tengo HORROR a los pasillos (uds. creo que le llaman corredores). Y si es de noche, peor aún. Me pongo vieja y el terror sigue de pie cual soldado.

Interesante post. Sería muy bueno enterarnos de los miedos de cada uno.

Saludos.

Natura dijo...

Gran blog el tuyo, entretenidísimo.

Me hizo pensar en que en realidad soy bien aprensiva y muy poco arriesgada para ciertas cosas. No me tiraría, ni loca, de un bungie o cosa parecida. Le temo, incluso, a los juegos mecánicos. Pienso que me subo y justo se suelta el único tornillo que falla je, je.

Saludos.

Hurón dijo...

Yo le tengo miedo a los ventiladores de techo viejos que hacen demasiado ruido, los miro desconfiado desde lejos.
Saludo.

bornne dijo...

De pequeñaja tuve mucho miedo a la niña de "El exorcista" (enganché, de casualidad, la famosa escena de la cama, que estaban viendo mis padres).

Desde aquel momento y durante muchos años, dormí con la almohada encima de la cabeza hasta la altura de la nariz y las sábanas, hasta ese mismo punto (vamos, sólo me sobresalía la napia y por razones obvias que sino, ni eso). Me sentía como protegida, ya ves tú.

Más mayorcita quise ver la película y, sí, el miedo infantil a esa posesa desapareció pero, es curioso, todavía me duermo muchas veces con la naricilla al aire ¿?

Saludos

moderrunner dijo...

De vez en cuando me aterra pensar en algo que me pasó una noche, cuando volvía a casa. El coche no lo cerré. Había un borrachín durmiendo en el asiento de atrás. Se despertó y antes de salir con bastante lentitud, todo sea dicho,me pregunta la hora.

A veces me acuerdo y me entra aprensión por si me he dejado otra vez el coche sin cerrar.

Helena dijo...

Que bueno! me he pasado de visita y ya se que volveré. ¡Me gusta tu blog! y tu estilo....
Por cierto me pasa como a ti, yo recuerdo esa peli, pero no recuerdo el titulo, en fin seguro que en mi caso, son cosas de la edad. Un besote.

Breuil dijo...

En ocasiones tengo miedo a la oscuridad, sobre todo cuando es excesivamente silenciosa. Me entran ganas de gritar...
:)