Hay millones de trillones de estrellas en el universo que no aparecen en los programas de telerealidad y ahí siguen, tan frescas. ¿Les importa a ellas lo que les sucede a los famosillos y triunfitos de este arrabalero globo terraqueo nuestro? Ni lo más mínimo.
Y aún así, hay quien cree que los potenciales efectos dañinos de esta programación son reales, y que ejercen un influencia cierta, de índole idiotizante, en el subconsciente colectivo.
La vulgaridad, la propia palabra lo define, es de lo más vulgar que pueda haber. Y lo contrario es intentar darle la vuelta a la tortilla, por la mera apetencia de hacerlo.
¿Qué tiene de malo entonces que la gente se entretenga viendo bazofia enlatada? Al fin y al cabo - por buscarle un símil - el bolsillo no da siempre para pagarse una ración de percebes, o de cigalas de las rías, y la merluza a la vizcaína todos los días sería una dieta pelín masoquista... ¿Por qué no reconocer de una vez que, de cuando en cuando, meterse una hamburguesa entre pecho y espalda no le viene nada mal al organismo?
No obstante y por si las moscas... Menos ver televisión y más leer. (Cómics, lo ideal)
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