La India, un país inmenso, excesivo, inaprensible. Un bazar
de etnias, lenguas y religiones, desperdigadas por un escenario gigantesco, que
sin embargo, tal es su prolijidad, hasta se les queda, se nos quedaría, pequeño.
Sin duda es un lugar de contrastes. Un palacio de níveos mármoles
con incrustaciones de lapisazulí, en medio del basurero más hediondo. Tal es
así que, entre dioses y ratas, apenas hay diferencia, pero al nivel de los
humanos, en cambio, toda una jerarquía de castas tiene lugar, siendo estas
categorías estancas, impermeables e inamovibles por y para la eternidad.
La India no sería lo que es sin estas y otras muchas
contradicciones. Para superarlas, ellos apelan al karma, a la espiritualidad, y
desde luego, que difícilmente se atisba otro remedio. Dejar hacer a la entropía
del universo, parece ser la única fórmula científicamente satisfactoria, en
medio de un caos capaz de lo mejor y de lo peor.
¿Quién, en este mundo, puede sentirse indiferente a todo un
subcontinente, tan rico, y a la vez tan pobre? Pues, para ser sinceros, casi
todos nosotros.
De hecho me cuesta imaginar un país más paria en el mundo.
Uno en el que la relación tamaño/influencia, arroje unos valores más parcos y
decepcionantes. Lo cierto es que desde el punto de vista occidental, que es el
que impera hoy en día, la India y sus habitantes cuentan poco, por no decir absolutamente
nada.
Su cultura, su historia y sus tradiciones se contemplan como
rarezas fascinantes, ante las que una mirada más profusa, más alambicada,
podría arrastrar nuestra inteligencia a la borrachera. Un extraordinario
eclipse de sol al que, si bien, no conviene mirar demasiado directamente.
Seguramente todo en esta región del mapa es un desafío a los
sentidos, y tanto más aún a la mente, que se siente desbordada. Y quizás un
fuego en exceso abrasador para el que solo busca una buena lumbre en la que
cobijarse.
Un turista de viaje por sus calles y caminos siempre tendrá
la desasosegante sensación de que se está perdiendo el noventainueve por ciento
de lo que deseaba ver y sentir. De ahí que los sabios y filósofos de esa tierra
siempre coincidieran en una máxima inmutable: No desees.
Pero claro, esto, para occidentales como nosotros, a los que
tan poco nos gusta aburrirnos, nos suena a chino. No hay duda de que nos
equivocamos.
Mirar a la india con otros ojos es obligatorio para todos
aquellos que crean, o deseen creer, en existencias fecundas más allá de la
monotonía.
1 comentario:
Y esa cultura que siempre me ha llamado la atención, tienen obsesión -o necesidad- de defecar en las calles, les encanta ponerse en cuclillas en la vía del tren, o en el borde de las aceras, uno al lado del otro para defecar, tan tranquilos, en mitad de la calle. Mi hija trabajó cuatro años en Bombay, creo que ahora se dice Mumbay, es profesora, ahora está en Osaka,y un dia conversando, le decía una cursi, que en cuanto se aterrizaba en India ya se olía a especias, y otra persona le dijo, no, lo que tu hueles no son especias, es mierda, India huele a mierda...
Salud
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