Vivimos en un mundo en el que en ocasiones, sólo en contadas
ocasiones, tenemos la suerte de recrearnos con su belleza natural. Antaño tan
presente, y hoy completamente alejada de nosotros. Y ello siempre en
contraposición con la sobreabundancia y el bombardeo de propaganda con la que
se cacarean e inflan las virtudes de las cosas artificiales.
Así, y sólo así, es que hemos llegado al absurdo de
encontrarnos en los supermercados con naranjas peladas y embaladas en estuches
de polietileno. En mi opinión, la cuadratura de la estupidez humana.
Desde luego que esto es lo que nos merecemos, en nuestro
afán por cambiarlo todo (supuestamente para mejor), y adaptarlo al estándar del
capricho y el confort momentáneo.
Llevamos siglos haciéndonos la vida más sencilla, teóricamente,
a base de ir limpiando de nuestro entorno inmediato todo aquello que nos remita
a la naturaleza tal cual, y por ahora, se supone que la cosa funciona aparentemente
bien… ¿Sucederá en cambio que llegue el día en que esta desconexión sea
total, se revele entonces como nefasta,
y no haya ya manera de dar marcha atrás?
Por suerte para nosotros, la naturaleza no piensa, no
siente, ni se enfurece con nuestra actitud, ni está por tomarse revanchas (al
menos no definitivas). Pero a veces sí que se echa en falta una buena colleja
por su parte.
Un pequeño toque de atención. Un decir “Esto se ha acabado,
amigos”, y retirar de la circulación, qué se yo, por ejemplo las flores, o las
nubes, o los arroyos, o el blanco impoluto de la nieve. Que de pronto
recibiéramos un servicio de segunda, y no la fórmula Premium de la que
disfrutamos ahora. Quizás entonces aprenderíamos a valorar todo eso que ni se
compra ni se vende, ni se puede envolver en papel de regalo, ni cabe debajo de
un arbolito de plástico made in la Cochinchina.
1 comentario:
Po zi...
Menos mal que si estamos conscientes de todo lo que dices, no estamos tan graves ¿No? :)
Salud
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