Esto ya lo intuyeron los grandes pensadores de todos los tiempos, no hay peor loco que el que cree estar completamente cuerdo.
Pero la locura, en realidad no es en sí perniciosa sino cuando
los actos que de ella emanan lo son por sí mismos. Vamos, que un chiflado
cualquiera, coge un pincel y es un genio, pero este mismo señor pasa
automáticamente a la condición de psicópata, si lo que le da es por la
motosierra.
Esta dualidad, locos iluminados-locos de pesadilla, alimenta
la ya de por sí esquiva noción del término locura, y hace que cualquier
desorden mental, por pequeño que sea, lleve implícita la posibilidad, y la
propensión, a un desbarajuste mayor.
Porque toda pequeña chaladura, por sana y anecdótica que
finja ser, lleva siempre en su seno el germen del caos y del fuego purificador,
el deseo de autorrealización al más alto nivel. Nadie sabía mejor de esto que
Nerón, el emperador romano que pasó de artista a pirómano, y que, no es cosa
independiente, odiaba sin recato a los cristianos, verdaderos monopolizadores
del concepto de locura llevado al extremo. Demasiado prestos siempre al
martirio, predicando a todas horas la renuncia a los placeres mundanales. O
demasiado locos o demasiado cuerdos. En cualquier caso, unos peligrosos
agitadores de conciencias. Y, por otra parte, rivales muy duros para alguien
que tenía la necesidad patológica de concentrar sobre su persona toda la
atención del mundo.
Todas las religiones, ya que las hemos mencionado, son una
oda a la irracionalidad. Esto es un hecho palmario, y es por eso que tantísima
gente las considera el mayor y más perjudicial de los desatinos. Pero curiosamente,
tomadas en pequeñas dosis, cumplen una valiosísima función homeopática,
reforzando al organismo, a su sistema inmunitario, (ahora hablando no del sistema
físico, glóbulos blancos y demás, sino del puramente psíquico; no del hardware,
sino del software), contra sus males endógenos, los que se originan en su
propia sala de máquinas, y que son comparativamente mucho más virulentos.
Así, las paranoias colectivas son la mejor protección que
existe contra las individuales. Creencias y credos, política y más allá, son
las mejores tomas de tierra que existen para los saltos de tensión en el
suministro eléctrico de las sinapsis neuronales.
El gran problema se come al pequeño, y esto, en el caso que
nos ocupa de las enfermedades mentales, se cumple a machamartillo.
Si uno teme al infierno, si teme a la cartilla de
racionamiento o al paredón, difícilmente se puede dejar intimidar por una
vulgar y corriente crisis de ansiedad.
Uno capaz de ejercer en tu mente lo que en términos de
ciencia computacional, y por analogía simple, se denominaría un “ataque de
fuerza bruta”.
Pongamos el ejemplo de un programa informático que hemos
descargado de la red en nuestro sistema, y que para que funcione correctamente,
y poder empezar a trabajar con él, necesitamos una clave, una contraseña, que
nos permita acceder al menú. Algunos aquí pensarán: La vida misma.
De hecho, esto no es otra cosa que una extrapolación al día
a día del ser humano.
Un ser humano inmerso en su permanente lucha por descifrar
las claves que regulan su entorno, las que le abren las puertas que desea o
necesita franquear, para poder seguir adelante con su proyecto vital.
Pues bien. Si desconocemos esta clave, y nos es perentorio
el obtenerla a toda costa, el único remedio es lanzar el referido ataque de
fuerza bruta.
Mediante este procedimiento toda la potencia operacional del
sistema, y con ella todos sus recursos, son dedicados a alcanzar este objetivo.
No importa el volumen de tiempo y energía que se consuma en el proceso. No
importa que el plan, con su simpleza, con su recurrencia en bucle, arruine
todas las otras potencialidades de que se disponía en el momento en el que se
decidió implementar.
Esta gran campaña militar del intelecto, no es locura
creativa en absoluto, es locura de matar moscas a cañonazos, pero sana al
individuo, o lo que es lo mismo, impide que enferme. Dicho de otro modo, lo
vivifica, como vivifica una buena poda a un árbol que languidece bajo el peso
de todas sus ramas marchitas.
Fuego purificador, o formatear de vez en cuando el disco
duro, léase el de carne y hueso. Elegid la metáfora más de vuestro gusto, pero
la clave que se busca, la tan anhelada contraseña que conduce al siguiente
nivel, yace más allá de la comprensión de un ente inteligente y, por más que
nos repugne la sola idea de condescender en ello, del mantenimiento de un
enfoque racional.
Fuerza bruta, esa es la clave. Temor al palo gordo, a la
gran calamidad, a un infortunio más allá de todo pensamiento sereno. Un algo
tan sumamente horrendo que eclipse a todo lo demás… Y los problemas, esos
pequeños problemillas que te daban tan mala vida, se convierten en un juego de
niños.
1 comentario:
:)
Salud
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