El ejército estadounidense ha desembarcado de nuevo en las playas, rememorando su pasado en Normandía. Pero esta vez no es en Europa, ni para luchar contra enemigos de carne y hueso (que no sé si esto se puede aplicar a los nazis, pero en fin…), sino en las costas de la Luisiana, en el propio hall de su casa, y contra un enemigo en principio menos mortífero, pero al que por desgracia no se puede vencer, porque como vulgarmente se suele decir, nos tiene agarrados por donde más duele.
Esto, claro está, nos ha recordado a muchos la catástrofe del Prestige en nuestro propio litoral, y la entonces célebre palabra “chapapote” ha vuelto a ponerse de actualidad.
Una palabra que fue la sensación de aquellos meses. Exportada a toda España y parte del extranjero, como el marisco, el pulpo o los vinos de las Rías Baixas, con igual o parecido éxito.
Lo triste del asunto es que, me barrunto yo, no será el último neologismo que nos tendremos que inventar para definir a esta nuevas calamidades que, evisceradas de nuestro febril progreso tecnológico, amenazan con seguir complicando, y todavía en mucha mayor medida, el futuro del planeta.
Parecía que de hecho, con la crisis de por medio, y otros problemas de más importancia requiriendo toda nuestra atención, nos habíamos olvidado un poco de mirar por la naturaleza. Pero es que en realidad, en el mismo retroceso de la actividad económica, casi se podía entrever el bálsamo de una tregua. Las grúas iban una por una desapareciendo del horizonte de nuestros pueblos y ciudades, dejando de vomitar cemento enfermizamente por todas las esquinas. Los todoterrenos, los 4x4 estilo Hummer y demás compañía, heridos de muerte en su glotonería, se veían obligados a despejar el camino, y como gigantes con pies de barro que eran, añadían su nombre a los de la mítica lista de experimentos fallidos de la ingeniería, tipo Titanic o Hindenburg.
En espera ya tan sólo de fosilizarse plácidamente en salones de museos, o bajo la mirada nostálgica de los coleccionistas de antigüedades, como esqueletos inertes, sin apenas otro sustento que el de las desorbitadas fantasías de ambición y poder, a las que en su día dieron vida, ahora extintas.
Pues sí, amigos. Incluso cuando los reflujos de la codicia humana se hallan en bajamar, también es posible encontrarse con que las aguas vienen negras. La Tierra sigue siendo sometida a perforaciones malsanas y adictivas, en una especie de acupuntura diabólica muy similar en su concepto a la del cenobita sadomasoquista de Hellraiser. Todas ellas en la búsqueda desesperada de un recurso cada vez más escaso. Un recurso este, el petróleo, que, cuando definitivamente se agote, dejará a toda nuestra civilización sin el combustible con el que alimentar sus fuegos fatuos, embarrancada, presa del pánico y de la histeria, en su incorregible ansia por asfaltarse la inteligencia y el buen gusto.
No será entonces el cataclismo que muchos vaticinan, sino tal vez, el esperado momento del reencuentro con nuestra verdadera esencia. La oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor adaptado a nuestras necesidades reales. Y acostumbrarnos de nuevo, como los navegantes de antaño, a escoger y enhebrar los vientos favorables. Esos que nos habrán de llevar a buen puerto, aquel de cuya guía cuidaron siempre las estrellas… Tal vez, para cuando seamos capaces de volver a verlas brillar en la oscuridad de la noche.
Pero hasta entonces, aún queda mucha porquería que recoger de las orillas de este sufrido mar que nos rodea, experto en tempestades y naufragios.
Es nuestro sino.
Esto, claro está, nos ha recordado a muchos la catástrofe del Prestige en nuestro propio litoral, y la entonces célebre palabra “chapapote” ha vuelto a ponerse de actualidad.
Una palabra que fue la sensación de aquellos meses. Exportada a toda España y parte del extranjero, como el marisco, el pulpo o los vinos de las Rías Baixas, con igual o parecido éxito.
Lo triste del asunto es que, me barrunto yo, no será el último neologismo que nos tendremos que inventar para definir a esta nuevas calamidades que, evisceradas de nuestro febril progreso tecnológico, amenazan con seguir complicando, y todavía en mucha mayor medida, el futuro del planeta.
Parecía que de hecho, con la crisis de por medio, y otros problemas de más importancia requiriendo toda nuestra atención, nos habíamos olvidado un poco de mirar por la naturaleza. Pero es que en realidad, en el mismo retroceso de la actividad económica, casi se podía entrever el bálsamo de una tregua. Las grúas iban una por una desapareciendo del horizonte de nuestros pueblos y ciudades, dejando de vomitar cemento enfermizamente por todas las esquinas. Los todoterrenos, los 4x4 estilo Hummer y demás compañía, heridos de muerte en su glotonería, se veían obligados a despejar el camino, y como gigantes con pies de barro que eran, añadían su nombre a los de la mítica lista de experimentos fallidos de la ingeniería, tipo Titanic o Hindenburg.
En espera ya tan sólo de fosilizarse plácidamente en salones de museos, o bajo la mirada nostálgica de los coleccionistas de antigüedades, como esqueletos inertes, sin apenas otro sustento que el de las desorbitadas fantasías de ambición y poder, a las que en su día dieron vida, ahora extintas.
Pues sí, amigos. Incluso cuando los reflujos de la codicia humana se hallan en bajamar, también es posible encontrarse con que las aguas vienen negras. La Tierra sigue siendo sometida a perforaciones malsanas y adictivas, en una especie de acupuntura diabólica muy similar en su concepto a la del cenobita sadomasoquista de Hellraiser. Todas ellas en la búsqueda desesperada de un recurso cada vez más escaso. Un recurso este, el petróleo, que, cuando definitivamente se agote, dejará a toda nuestra civilización sin el combustible con el que alimentar sus fuegos fatuos, embarrancada, presa del pánico y de la histeria, en su incorregible ansia por asfaltarse la inteligencia y el buen gusto.
No será entonces el cataclismo que muchos vaticinan, sino tal vez, el esperado momento del reencuentro con nuestra verdadera esencia. La oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor adaptado a nuestras necesidades reales. Y acostumbrarnos de nuevo, como los navegantes de antaño, a escoger y enhebrar los vientos favorables. Esos que nos habrán de llevar a buen puerto, aquel de cuya guía cuidaron siempre las estrellas… Tal vez, para cuando seamos capaces de volver a verlas brillar en la oscuridad de la noche.
Pero hasta entonces, aún queda mucha porquería que recoger de las orillas de este sufrido mar que nos rodea, experto en tempestades y naufragios.
Es nuestro sino.
15 comentarios:
Estimado Foods
La entrada de hoy es un grito de SOS hacia el planeta.
No te falta razon en los planteamientos que haces. Es, salvando las distancias, como si te toca un premio a la loteria y te dedicas a dilapidarlo hasta que se acaba el dinero.
Disiento en el final que planteas. Tampoco espero una apocalipsis (a no ser que a algún pirado le de por pulsar el botón rojo ese, Mas bien pienso que a medida que los recursos naturales se vayan agotando o sean insuficientes, los que ahora los gestionan y manejan los hilos, nos tendran preparada una alternativa, que obviamente seguiran manejando los mismos y pagando los otros mismos, osea nosotros.
No creo que dejen morir de inanicion a la gallina de los huevos de oro
Un abrazo
Tiene que haber un término medio. Ése en el que seamos capaces de utilizar los recursos que necesitamos sin cargarnos nuestra tierra...
Los USA lo tienen peor, fijate que salen diariamente 800.000 litros llevan ya mas de 15 dias, saca cuentas, o mejor no, porque es que todavía sigue sin arreglar el tema, de todas maneras me has hecho pensar las cosas desde un punto de vista distinto, y es que a o mejor la crisis mundial nos va a ayudar, pararemos de echar tanta mierda a la atmósfera ya que producimos menos, entre tanto parece que van a morir de hambre mil millones de seres, se dice pronto, así que a lo mejor la cosa se va arreglando casi sola...
Joder, que desastreeeeeeee!!!
Salud
Ahhh me encanto la imagen
bien tiernecilla
^^
Y dejame decirte... Tienes toooda la razon
:P
Sale me retiro, cuidate mucho
byE
He echado un poco de menos reacciones más explosivas y vehementes contra esta nueva catastrofe ecológica
Hay mucha porquería por recoger... Y pocas ganas de hacerlo.
Saludos.
supongo que los Estados deberían ser más restricitivos con las normas de seguridad y responsabilidad en estos casos. El tema es que eso aumentaría los costes de explotación y, por consiguiente, la energía nos saldría más cara a los cosumidores. ¿Y seríamos capaces los consumidores, que tan ecologistas nos sentimos en momentos como éste, de asumir un aumento del precio de la energía?
Salud!
Tú sabes que yo tengo de ecologista lo mismo que de monja. Pero entre todos me estais reconvirtiendo.
Tú con tus post, y el último Reverte con un artículo sobre las almadrabas del atún francamente aplastante.
Estamos en manos del gran capital y cuando hay intereses económicos de los poderosos por medio, el gobierno de turno, sea del color que sea...ni chista.
Quiero agradecerte tu comentario
:-)
Saludos
Afortunadamente pocas cosas como esta pasan.
excelente hermano Food And Drugs.
abrazos
Lo de la acupuntura geodésica recuerdo habérselo leído a Jorge Baradit, escritor de sci-fi chileno, en un novela Ygdrasil, una novela de ciber-chamanismo que dejó mis sesos en el techo de mi habitación. ¿Será tanta sci-fi, o realmente estamos haciendo una mala acupuntura planetaria?
Saludos !!
Excellent post!
Hola, soy nuevo, atraído por tu seductor nombre... Te dejo un saludo y un a pequeña reflexión motivada por tu nota. Creo que sea como sea, el problema ecológico será permenente. Tendremos que actuar como los diabéticos crónicos. Pero comparto la idea de que tener que responsabilizarnos en cada decisión puede acarrear cosas buenas. Nuevos paradigmas, relaciones menos opresoras, un poquito más de simptía hacia las otras especies.
Un abrazo.
Y seguiremos planteándonos como terminará esta relación entre el ser humano y el planeta.... Qué maja la familia de mantas!
Me alegra volver a visitarte, después de una larga ausencia sin apenas tener tiempo para el blog.
Besos,
E.
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