Hay dos tipos de niños: Los que cuando van al mercadillo con sus papás, y pasan delante del puesto de los pollitos, no paran de llorar hasta que su padre les compra uno, y los que lloran delante del puesto de las escopetas de balines.
Aplicando la lógica, uno podría pensar que la historia acabará con el juguete de los segundos haciendo blanco en el juguete de los primeros. Pero no necesariamente siempre es así.
Por lo general esos pollitos que tanto llanto causaron, y que suscitaron vivas promesas de cuidados y limpieza, suelen morir de inanición y sepultados de mierda, antes de concluir la semana. Ni siquiera tienen el privilegio de recibir el tiro de gracia que acortaría su agonía.
Sin embargo, en ambos casos existe un denominador común, y este es el tremendo desprecio que en nuestra sociedad existe por la vida animal.
Admitamos que los otros seres vivos constituyen nuestra fuente de alimento, pero más allá de lo estrictamente imprescindible… ¿Qué necesidad hay de producirles sufrimientos gratuitos y de todo tipo, en el nombre de las tradiciones y/o los mal llamados deportes de aventura?
Posiblemente sea cierto que el ser humano se encuentre en la cúspide de la cadena trófica, y que evolutivamente hablando seamos el no va más, pero eso no nos da derecho a maltratar a nuestros otros compañeros de viaje.
Ellos también se han ganado el derecho a disfrutar de este hermoso planeta. Quizás tan solo por su multiplicidad de formas y tamaños, de comportamientos y rituales, y de hábitats que pueblan, llenándolos de colorido con su presencia.
Lamentablemente, cada vez parecemos ser menos los que opinamos así, y más los que se llenan de gozo abatiéndolos a perdigonadas.
Para mí la caza se puede envolver en estupendas excusas, y nunca faltará el argumento con el que justificarla, pero alguien que se enaltece de regar de plomo nuestros campos, nuestros humedales y nuestra madre naturaleza, es ante todo un enfermo. O dicho más rápidamente, alguien que se divierte matando.
Por otra parte, pretender curarse los complejos alardeando del número de presas que uno se ha echado al cinto, es un esfuerzo baldío. La grandeza o intrascendencia de las personas se mide enfrentándose a los grandes retos, aquellos que le exigen a uno mirar de cara a sus miedos y pavores, y no, desde luego, vaciándoles los sesos a balinazos a unas pobres pollitos de feria indefensos.
Ya que se menciona en el dibujo, dejo un enlace a la página del Seprona, pero hay cientos de asociaciones y ONG’s muy recomendables, Greenpeace la más famosa, o Adena WWF, para aquellos que se sientan parte indisociable de la naturaleza y orgullosos súbditos del reino animal.
Aplicando la lógica, uno podría pensar que la historia acabará con el juguete de los segundos haciendo blanco en el juguete de los primeros. Pero no necesariamente siempre es así.
Por lo general esos pollitos que tanto llanto causaron, y que suscitaron vivas promesas de cuidados y limpieza, suelen morir de inanición y sepultados de mierda, antes de concluir la semana. Ni siquiera tienen el privilegio de recibir el tiro de gracia que acortaría su agonía.
Sin embargo, en ambos casos existe un denominador común, y este es el tremendo desprecio que en nuestra sociedad existe por la vida animal.
Admitamos que los otros seres vivos constituyen nuestra fuente de alimento, pero más allá de lo estrictamente imprescindible… ¿Qué necesidad hay de producirles sufrimientos gratuitos y de todo tipo, en el nombre de las tradiciones y/o los mal llamados deportes de aventura?
Posiblemente sea cierto que el ser humano se encuentre en la cúspide de la cadena trófica, y que evolutivamente hablando seamos el no va más, pero eso no nos da derecho a maltratar a nuestros otros compañeros de viaje.
Ellos también se han ganado el derecho a disfrutar de este hermoso planeta. Quizás tan solo por su multiplicidad de formas y tamaños, de comportamientos y rituales, y de hábitats que pueblan, llenándolos de colorido con su presencia.
Lamentablemente, cada vez parecemos ser menos los que opinamos así, y más los que se llenan de gozo abatiéndolos a perdigonadas.
Para mí la caza se puede envolver en estupendas excusas, y nunca faltará el argumento con el que justificarla, pero alguien que se enaltece de regar de plomo nuestros campos, nuestros humedales y nuestra madre naturaleza, es ante todo un enfermo. O dicho más rápidamente, alguien que se divierte matando.
Por otra parte, pretender curarse los complejos alardeando del número de presas que uno se ha echado al cinto, es un esfuerzo baldío. La grandeza o intrascendencia de las personas se mide enfrentándose a los grandes retos, aquellos que le exigen a uno mirar de cara a sus miedos y pavores, y no, desde luego, vaciándoles los sesos a balinazos a unas pobres pollitos de feria indefensos.
Ya que se menciona en el dibujo, dejo un enlace a la página del Seprona, pero hay cientos de asociaciones y ONG’s muy recomendables, Greenpeace la más famosa, o Adena WWF, para aquellos que se sientan parte indisociable de la naturaleza y orgullosos súbditos del reino animal.
2 comentarios:
Entiendo la caza. Ojalá todos cazásemos y no tuviésemos la comodidad de comprar los animales (que han vivido hacinados y en condiciones pésimas en granjas) ya muertos, pelados y troceados. Sería muy didáctico matarlos nosotros mismos, ver el final de la vida del animal, y sufrir con ellos su último aliento.
Aunque no me cuadra eso de... deporte? La caza es un deporte?
Mi opción es clara: VEGETARIANISMO.
Me gustaron las ilustraciones del blog: los atuendos de los cazadores están clavaitos!
Gracias por pasarte por mi blog y por tus comentarios.
Un saludo.
pues...tema que siempre suscita debate..partidarios y oponentes..en mi caso, entiendo la caza bien regulada, siempre y cuando se cumpla lo de la sostenibilidad del ecosistema, sé que no siempre es así, que las vedas se las saltan a la torera, que no debe ser cazar por cazar, por meros trofeos..sino por esto otro.
un bico!
Publicar un comentario