Cada vez que un pedigüeño me asalta por la calle, mano extendida, una duda filosófica se apodera de mí. No lo puedo evitar.
La secuencia de pensamientos, siempre en el mismo orden (si acaso con ligeras variaciones), sería tal que así:
Soy buena persona, luego he de darle algo.
Sí le doy algo es porque me he dejado camelar y me han vendido la moto. Me han hecho creérme que soy una buena persona, cuando en realidad no es así, sino que soy simplemente un organismo viviente más, solo un poco más sofisticado que una bacteria o una rata, con la que comparto el 99% de mis genes. Y eso es por lo que pago. Por la sensación momentanea de tenerme a mí mismo por un ser angelical y bondadoso, impartidor de justicia social, en este mundo inmundo.
Pero, quieto parado, que aún hay más.
Inconscientemente, mantengo en la situación de precariedad al mendigo, perpetuando esa relación asimétrica tan grata a mi ego.
Y por otro lado no hay que desdeñar el factor cobardía. Entregando un pequeño tributo, que varía en función de lo que me intimide el sujeto, evito el desagradable supuesto de verle forzado a arrebatarme la cartera, contenido y continente, a punta de navaja.
Hay más casos, claro está. Están las motivaciones libidinosas. El querer congraciarse, aunque sea de forma testimonial, con individuos del sexo opuesto cuyas carestías no se extienden a su atractivo físico. Un ejemplo de ello, a mayor escala, serían las caravanas de solteros en dirección a paises económicamente insolventes, como Cuba, Tailandia, Rumania, Ucrania, etc... , que a tantas y tantas historias de "amor" han servido de escenario.
Después está también el vínculo de "compensación", muy en la misma línea, por el que un supuesto ser superior en las alturas se haría cargo de su retribución efectiva, ya sea bien como depósito de valor en el más allá, bien de forma terrenal en las circunstancias apropiadas. Anticipadamente convenidas mediante rezos y otras formas de plegarias.
De forma que, llegado a este punto, hay que admitir que la cuestión moral no es baladí.
¿Soy en esencia generoso, y eso forma parte de mi condición, sean cuales sean las consecuencias que se deriven de ello? ¿Soy un primo que financia las siestas y borracheras de gandules desocupados? ¿Soy una rata que exhibe su catadura "de los domingos", que protege y delimita su confortable status dentro de la manada?
En cualquier caso. Siempre es mejor poner un poco de calderilla en la mano del mendigo de la esquina, que mucho ceros en la cuenta corriente de una rimbombante ONG. A poco que se investigue, afincada en las islas Caimán.
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