Gentes que caminan en estricta soledad
por las calles, oscuras aún, en dirección a lugares en los que
preferirían no estar, y que sin embargo tienen el poder coercitivo
de arrebatarlos de ese medio amniótico que es la cama de cada uno,
minutos antes, e incluso peor todavía, minutos después, de sonar el
despertador.
No es difícil aventurar lo que esas
sombras irán rumiando en su lento pero mecánico deambular.
Raramente otra cosa que pensamientos amargos y desilusionados.
Conflictos sin resolver, e irresolubles. Comparaciones con la buena
fortuna aparente de otros, allegados o no, y deseos más bien poco realistas de un vuelco radical a ese trantrán de infelicidad
puntual.
Puntual, y sin embargo, enormemente
masiva. Cual agujero negro ubicado en el centro de una galaxia
espiral, rodeada de puntitos luminosos que sin ser estrellas, las
imitan bastante bien. Porque todo es ficticio, fantasmagórico, y a la vez
trágicamente verídico. Esa luz soberbia y dominante de los semáforos. Más
tenue, pero resolutiva, la de las farolas. Incómoda de ver, la de
los vehículos en movimiento...
En este universo las únicas que no
brillan con luz propia, son nuestras ideas, y menos mal, porque como
ya dije, a esas horas son sólo secreciones apestosas del alma, tanto
o más que las fisiológicas, las cuales conviene purgar, y
deshacerse de ellas, en la más absoluta intimidad.