El dibujo de hoy, cómo algunos habréis ya advertido, es una recreación libre de la celebrada obra del pintor galo de estilo neoclásico Jacques-Louis David, La muerte de Marat, la cual, basada en hechos reales, se convirtió en un referente, nada más ni nada menos, que del agitado periodo de la Revolución Francesa.
Todo un personaje el tal Marat. Os lo digo yo. Conspirador, agitador de masas, delator de contrarrevolucionarios (acusica barrabás, al infierno te irás), pero también ferviente estudioso de la medicina y de la ciencia, lo que por otro lado no le impidió, inclementemente, arrastrar a la guillotina al insigne químico Antoine Lavoisier, autor de la ley de la conservación de la masa.
(Desde luego la suya se conservó después del afeitado - la masa, me refiero, aunque también la ley - por más que en su enunciación definitiva terminara albergando ciertos elementos inconexos.)
Pero olvidémonos por ahora de Lavoisier.
Otra característica de Marat era el padecer una enfermedad de la piel que le obligaba a pasar gran parte del día a remojo - al parecer lo único que le proporcionaba alivio – y por tanto a escribir metido en la bañera.
¿Cuantos de nosotros - eh amigos lectores, y sobre todo blogueros - tan aficionados que somos a darle a la tecla, no nos habremos llevado de vez en cuando el portátil a algún lugar inverosímil, emulando a este señor?
Como veis un individuo bastante pintoresco, del que si queréis saber más, aquí os dejo un enlace directo a la Wikipedia.
Pero, volviendo de las oscuras cavernas del pasado…
Seamos serios, la historia no fue una asignatura en la que, moi [muá:], de crío, particularmente sobresaliera. ¿A qué viene entonces que ahora, ya pasada de largo mi etapa formativa en la ha tiempo difunta EGB (Educación General Básica), me ponga a perorar sobre los temas y lecciones que en su día no me dio la gana de estudiar?
Muy fácil. Principalmente porque ahora ya nadie va a examinarme, (un punto bastante importante), y segundo porque ha tenido que ser a estas alturas - pero así ha sido - cuando he descubierto que el adentrarme por sus túneles y laberintos me resulta una aventura de lo más apasionante, un viaje a lo desconocido del que nunca estoy seguro a donde me va a llevar, y, desde luego ya en ningún caso, un pesado fardo de apuntes y libros que memorizar de pe a pa.
Y es que querámoslo o no, las circunstancias de la vida, (no olvidemos que según Ortega y Gasset estas venían siendo algo así como la mantequilla en la tostada del Yo) importan y mucho, siendo capaces de cambiar por completo nuestras opiniones, nuestras preferencias y hasta el modo de entendernos a nosotros mismos.
No en vano nuestra propia intrahistoria es terriblemente dependiente de ambos factores, en el sentido de que, no hay nada de lo que nos suceda, que podamos sujetar a premisas simples y de fácil manejo. Cómodamente reproducibles en el tiempo.
Igual que el que uno sea asesinado a traición, nada tiene que ver con el hecho de que le guste escribir en sitios raros.
Una cosa esta última que yo, de niño, tenía si bien bastante dificultad en comprender. Porque cuando era pequeño y veía la maravillosa serie de dibujos animados Érase una vez el hombre, esta, la del asesinato de Marat, había sido una de las escenas que más me había impactado. Y por entonces, sin ningún género de dudas, yo asociaba directamente el hecho de que al señor del turbante lo hubieran cosido a cuchilladas, con la manía que este tenía de hacer cosas inadecuadas en lugares que no venían a cuento.
Pasarse todo el día metido en la bañera, sumido en sus disquisiciones, era para mí, condenado como estaba a los cinco minutos del tiempo máximo del agua caliente de la ducha, un pecado y de los gordos.
Con esto pues quiero decir, que, nos guste o no, somos entes en permanente estado de transformación. Para bien o para mal.
Donde dije digo, y donde digo Diego.
Y quizás sea por ello que tratemos de buscar en el arte, tanto en su disfrute como en su elaboración, esa condición de inmutable que como organismos vivos que nacen crecen, se reproducen y mueren, nos está humanamente vedada.
Ni falta que hace, por otra parte, hablar de la obsesión de muchos artistas por alcanzar la inmortalidad a través de sus obras. Algo de lo que no haré escarnio, pero que, no deja de ser un magro consuelo para quienes no han tenido éxito en vida, ya sea justificada o injustificadamente.
Puede también, abundando en el tema, que algunos se hayan suicidado para atraer la atención sobre sus trabajos - no me extrañaría nada – pero me basta recordar a aquel sueco que delante de la tele se comió un pedazo de su propio culo, para demostrar que cierta clase de imbecilidad supina no es privativa de los artistas.
Otras veces, cuando uno se convierte en artista de éxito, y se pone de moda lo que hace, luego, sencillamente, ya no es capaz de regresar a la anónima vida de un don nadie corriente y moliente, y salta por la ventana a la mínima que intuye que todo su mundo de oropeles, su país de las maravillas, no era más que una ilusión.
De hecho en este enlace del blog Carlos Tigre sin tiempo, hay una historia muy trágica al respecto y que lo ilustra bastante bien.
En fin, que se puede entregar una vida al arte, lo mismo que al circo, o a batir records Guiness, y eso no nos garantizará ni un ápice de éxito, ni muchísimo menos de felicidad, pero al menos, tendremos algo con lo que entretenernos durante nuestros ratos de ocio… Algo que de salida a nuestra creatividad.
Que no todo se reduzca en esta vida, a hacer pajaritas de papel en horario de oficina.
Todo un personaje el tal Marat. Os lo digo yo. Conspirador, agitador de masas, delator de contrarrevolucionarios (acusica barrabás, al infierno te irás), pero también ferviente estudioso de la medicina y de la ciencia, lo que por otro lado no le impidió, inclementemente, arrastrar a la guillotina al insigne químico Antoine Lavoisier, autor de la ley de la conservación de la masa.
(Desde luego la suya se conservó después del afeitado - la masa, me refiero, aunque también la ley - por más que en su enunciación definitiva terminara albergando ciertos elementos inconexos.)
Pero olvidémonos por ahora de Lavoisier.
Otra característica de Marat era el padecer una enfermedad de la piel que le obligaba a pasar gran parte del día a remojo - al parecer lo único que le proporcionaba alivio – y por tanto a escribir metido en la bañera.
¿Cuantos de nosotros - eh amigos lectores, y sobre todo blogueros - tan aficionados que somos a darle a la tecla, no nos habremos llevado de vez en cuando el portátil a algún lugar inverosímil, emulando a este señor?
Como veis un individuo bastante pintoresco, del que si queréis saber más, aquí os dejo un enlace directo a la Wikipedia.
Pero, volviendo de las oscuras cavernas del pasado…
Seamos serios, la historia no fue una asignatura en la que, moi [muá:], de crío, particularmente sobresaliera. ¿A qué viene entonces que ahora, ya pasada de largo mi etapa formativa en la ha tiempo difunta EGB (Educación General Básica), me ponga a perorar sobre los temas y lecciones que en su día no me dio la gana de estudiar?
Muy fácil. Principalmente porque ahora ya nadie va a examinarme, (un punto bastante importante), y segundo porque ha tenido que ser a estas alturas - pero así ha sido - cuando he descubierto que el adentrarme por sus túneles y laberintos me resulta una aventura de lo más apasionante, un viaje a lo desconocido del que nunca estoy seguro a donde me va a llevar, y, desde luego ya en ningún caso, un pesado fardo de apuntes y libros que memorizar de pe a pa.
Y es que querámoslo o no, las circunstancias de la vida, (no olvidemos que según Ortega y Gasset estas venían siendo algo así como la mantequilla en la tostada del Yo) importan y mucho, siendo capaces de cambiar por completo nuestras opiniones, nuestras preferencias y hasta el modo de entendernos a nosotros mismos.
No en vano nuestra propia intrahistoria es terriblemente dependiente de ambos factores, en el sentido de que, no hay nada de lo que nos suceda, que podamos sujetar a premisas simples y de fácil manejo. Cómodamente reproducibles en el tiempo.
Igual que el que uno sea asesinado a traición, nada tiene que ver con el hecho de que le guste escribir en sitios raros.
Una cosa esta última que yo, de niño, tenía si bien bastante dificultad en comprender. Porque cuando era pequeño y veía la maravillosa serie de dibujos animados Érase una vez el hombre, esta, la del asesinato de Marat, había sido una de las escenas que más me había impactado. Y por entonces, sin ningún género de dudas, yo asociaba directamente el hecho de que al señor del turbante lo hubieran cosido a cuchilladas, con la manía que este tenía de hacer cosas inadecuadas en lugares que no venían a cuento.
Pasarse todo el día metido en la bañera, sumido en sus disquisiciones, era para mí, condenado como estaba a los cinco minutos del tiempo máximo del agua caliente de la ducha, un pecado y de los gordos.
Con esto pues quiero decir, que, nos guste o no, somos entes en permanente estado de transformación. Para bien o para mal.
Donde dije digo, y donde digo Diego.
Y quizás sea por ello que tratemos de buscar en el arte, tanto en su disfrute como en su elaboración, esa condición de inmutable que como organismos vivos que nacen crecen, se reproducen y mueren, nos está humanamente vedada.
Ni falta que hace, por otra parte, hablar de la obsesión de muchos artistas por alcanzar la inmortalidad a través de sus obras. Algo de lo que no haré escarnio, pero que, no deja de ser un magro consuelo para quienes no han tenido éxito en vida, ya sea justificada o injustificadamente.
Puede también, abundando en el tema, que algunos se hayan suicidado para atraer la atención sobre sus trabajos - no me extrañaría nada – pero me basta recordar a aquel sueco que delante de la tele se comió un pedazo de su propio culo, para demostrar que cierta clase de imbecilidad supina no es privativa de los artistas.
Otras veces, cuando uno se convierte en artista de éxito, y se pone de moda lo que hace, luego, sencillamente, ya no es capaz de regresar a la anónima vida de un don nadie corriente y moliente, y salta por la ventana a la mínima que intuye que todo su mundo de oropeles, su país de las maravillas, no era más que una ilusión.
De hecho en este enlace del blog Carlos Tigre sin tiempo, hay una historia muy trágica al respecto y que lo ilustra bastante bien.
En fin, que se puede entregar una vida al arte, lo mismo que al circo, o a batir records Guiness, y eso no nos garantizará ni un ápice de éxito, ni muchísimo menos de felicidad, pero al menos, tendremos algo con lo que entretenernos durante nuestros ratos de ocio… Algo que de salida a nuestra creatividad.
Que no todo se reduzca en esta vida, a hacer pajaritas de papel en horario de oficina.