Sí, así es. Esta vez me he propuesto la insensata tarea (qué digo tarea, el desafío) de abordar la siempre peliaguda cuestión del amor. Ahí es nada. Pero por si con esto fuero poco, en su modalidad más inaprensible, es decir, la del amor inter-internautas.
Para ello, pues, como ya habréis podido constatar no eludiré el darle cuantas patadas al diccionario sean precisas. La claridad y la concisión son las dos máximas por las que me rijo a la hora de redactar mis desvaríos, pero del mismo modo aseguro que me despojaré de ellas sin ningún miramiento, si por causa de tener que atenerme a sus reglas, dejo escapar alguna nebulosa idea, que solamente así, y nunca por interacción directa, pueda ser expresada.
Y es que esta es una premisa fundamental para comprender los flujos emocionales en internet.
Todo aquel, de hecho, que trate de plasmar en papel, o de tomar una fotografía de lo que cree que existe más allá de la pantalla de su monitor, se topará sin remedio con el sonido huérfano del caos, con el zumbido de lo no inteligible.
Todos los grandes consumidores de algo, en este caso internet, al final acaban haciéndose depositarios de su filosofía. Es como el que acude diariamente a desayunar a una cafetería en la que toda su clientela son chóferes de camiones. Al cabo de unos meses, si no antes, en sus sueños, cruzará las planicies del medio oeste americano al volante del diablo sobre ruedas.
Y es que todos somos susceptibles al desenfreno melodioso de lo que pulula por nuestra imaginación. Y a este respecto, internet, y más en particular, la blogosfera, son el territorio sagrado de lo mundanal, pero también de lo inimaginable. Un pozo sin fondo, donde hasta las más caprichosas formas en las que las introspecciones se manifiestan, encuentran su eco.
Lógicamente, este toma y daca que a veces se entabla entre usuarios, (blogueros, foreros, chateadores compulsivos saben bien de lo que hablo) produce hermosas sinfonías, que en su dar palos de ciego, describen sin embargo presencias a veces muy reales, y paisajes de una gran proximidad al tacto.
Y el amor, que es un sentimiento nacido para ser libre, enseguida bulle por lanzarse a explorarlos.
Nadie en su sano juicio es tan necio, de hecho, de tomar a broma sus arrebatos.
En realidad, es muy difícil no dejarse encandilar por este atavismo del alma, que bruñido en la más tierna infancia, anhela poseer todo aquello por lo que se siente deslumbrado.
Si bien, yo no recomendaría a nadie imbuirse de un excesivo aventurerismo en este terreno, a todas luces opaco, de la red. Es como querer rozar con la yema de los dedos la hermosa imagen de lo que se refleja en la superficie de un lago. Al menor contacto, las ondas provocadas la engullirían implacablemente, y la deformarían hasta dejarla irreconocible.
Algunas cosas, por más que nos pese, solo se pueden disfrutar con ese sexto sentido que, quienes lo cultivan con dedicación, han en cambio aceptado de antemano que jamás rendirá sus frutos.
Aún así, con esto y con todo, nadie nos puede acusar jamás de intentar amalgamar una supuesta debilidad por los romances inverosímiles, con nuestra en todo caso irrenunciable libertad de fantaseo, o de pintar la realidad de color de rosa, si es que se prefiere expresar de esta forma.
A fin de cuentas, en cierta manera, esta es la madre del cordero, como si dijéramos… La reivindicación de nuestro universal e inalienable derecho al pataleo.
Para ello, pues, como ya habréis podido constatar no eludiré el darle cuantas patadas al diccionario sean precisas. La claridad y la concisión son las dos máximas por las que me rijo a la hora de redactar mis desvaríos, pero del mismo modo aseguro que me despojaré de ellas sin ningún miramiento, si por causa de tener que atenerme a sus reglas, dejo escapar alguna nebulosa idea, que solamente así, y nunca por interacción directa, pueda ser expresada.
Y es que esta es una premisa fundamental para comprender los flujos emocionales en internet.
Todo aquel, de hecho, que trate de plasmar en papel, o de tomar una fotografía de lo que cree que existe más allá de la pantalla de su monitor, se topará sin remedio con el sonido huérfano del caos, con el zumbido de lo no inteligible.
Todos los grandes consumidores de algo, en este caso internet, al final acaban haciéndose depositarios de su filosofía. Es como el que acude diariamente a desayunar a una cafetería en la que toda su clientela son chóferes de camiones. Al cabo de unos meses, si no antes, en sus sueños, cruzará las planicies del medio oeste americano al volante del diablo sobre ruedas.
Y es que todos somos susceptibles al desenfreno melodioso de lo que pulula por nuestra imaginación. Y a este respecto, internet, y más en particular, la blogosfera, son el territorio sagrado de lo mundanal, pero también de lo inimaginable. Un pozo sin fondo, donde hasta las más caprichosas formas en las que las introspecciones se manifiestan, encuentran su eco.
Lógicamente, este toma y daca que a veces se entabla entre usuarios, (blogueros, foreros, chateadores compulsivos saben bien de lo que hablo) produce hermosas sinfonías, que en su dar palos de ciego, describen sin embargo presencias a veces muy reales, y paisajes de una gran proximidad al tacto.
Y el amor, que es un sentimiento nacido para ser libre, enseguida bulle por lanzarse a explorarlos.
Nadie en su sano juicio es tan necio, de hecho, de tomar a broma sus arrebatos.
En realidad, es muy difícil no dejarse encandilar por este atavismo del alma, que bruñido en la más tierna infancia, anhela poseer todo aquello por lo que se siente deslumbrado.
Si bien, yo no recomendaría a nadie imbuirse de un excesivo aventurerismo en este terreno, a todas luces opaco, de la red. Es como querer rozar con la yema de los dedos la hermosa imagen de lo que se refleja en la superficie de un lago. Al menor contacto, las ondas provocadas la engullirían implacablemente, y la deformarían hasta dejarla irreconocible.
Algunas cosas, por más que nos pese, solo se pueden disfrutar con ese sexto sentido que, quienes lo cultivan con dedicación, han en cambio aceptado de antemano que jamás rendirá sus frutos.
Aún así, con esto y con todo, nadie nos puede acusar jamás de intentar amalgamar una supuesta debilidad por los romances inverosímiles, con nuestra en todo caso irrenunciable libertad de fantaseo, o de pintar la realidad de color de rosa, si es que se prefiere expresar de esta forma.
A fin de cuentas, en cierta manera, esta es la madre del cordero, como si dijéramos… La reivindicación de nuestro universal e inalienable derecho al pataleo.
Sea por lo civil o por lo penal.