El grifo del crédito está cerrado y las turbinas del mundo no funcionan.
O si lo hacen es a empellones y con desgana.
Y es que todo iba a pedir de boca cuando de pronto, de la noche a la mañana, nos hemos encontrado viviendo dentro un gigantesco castillo de naipes, de ladrillo y hormigón, que se nos viene encima, como si de un seísmo a cámara lenta se tratase.
Un buen día un broker de la bolsa neoyorquina descubrió que tenía un agujero en un bolsillo, y uno detrás de otro, todos los banqueros del orbe globalizado se sumaron a la estampida en busca de aguja e hilo.
Fue entonces cuando todo el mundo empezó a sospechar de todo el mundo, y se arruinó la confianza. Eso que dicen que es imprescindible para los negocios.
Y hoy es el día que ya no se puede uno fiar ni de su propia sombra.
Ese comercial, por ejemplo, que viene a ofrecerte un trato y que te va a estrechar la mano… ¿Cómo sabes tú, a ciencia cierta, que se la ha lavado después de la última visita que hizo a los urinarios? ¿Cómo sabes que no te pegará la gripe porcina, esa pandemia de nuevo cuño todavía en fase de experimentación?
Antes todos soñábamos con nuestro pepino de coche, tropecientos caballos, chalet en la costa, y piscina climatizada en la que poder hacer unos cuantos largos a nuestras anchas. Hoy todo eso es ya humo de pajas. Y aún por ende, hemos de dar gracias (los afortunados que en su día éramos más bien desafortunados), a que no se hayan convertido en nuestra pesadilla.
Recapitulando: El cerdito roto, y enfermo. La cartera con el escudo serigrafiado del Real Madrid borroso y devaluándose jornada tras jornada de liga… Y sobre todo después de esta última, en que lo hace a pasos (o tal vez coces) agigantados (Ver video)
¿Qué nos queda pues? ¿La buena literatura? ¿El buen cine? ¿Internet?
Todo eso está bien pero no soluciona el problema de que los poderes fácticos nos quieren cortar la luz y el agua. Nos quieren convertir en lombrices de tierra. Seres tan especializados en la tarea ímproba de reciclar, que seamos capaces de ingerir nuestros propios detritus. Tierra en vías de descomposición transformada en tierra regulgitada, para que nuestros descendientes no tengan que emigrar a Alfa Centauri, donde según tengo entendido hay un problema grave con el tema de la asimilación de los organismos vivos foráneos.
Como ya habéis comprobado me he permitido trivializar un poquito sobre el asunto. Con muy poco tacto esta vez. Así que si no os ha complacido, arrojadlo a un punto limpio.
O bien, rebatidlo. Enfrentaos a esta visión apocalíptica del futuro, y aferraos con uñas y dientes a una lucha dialéctica en la arena de las teorías conspirativas.
Eso sí, cualquier cosa menos caer en la desesperación y perder los pepeles.
Sí, los pepeles. Lo he escrito adrede. Los pepeles.
O si lo hacen es a empellones y con desgana.
Y es que todo iba a pedir de boca cuando de pronto, de la noche a la mañana, nos hemos encontrado viviendo dentro un gigantesco castillo de naipes, de ladrillo y hormigón, que se nos viene encima, como si de un seísmo a cámara lenta se tratase.
Un buen día un broker de la bolsa neoyorquina descubrió que tenía un agujero en un bolsillo, y uno detrás de otro, todos los banqueros del orbe globalizado se sumaron a la estampida en busca de aguja e hilo.
Fue entonces cuando todo el mundo empezó a sospechar de todo el mundo, y se arruinó la confianza. Eso que dicen que es imprescindible para los negocios.
Y hoy es el día que ya no se puede uno fiar ni de su propia sombra.
Ese comercial, por ejemplo, que viene a ofrecerte un trato y que te va a estrechar la mano… ¿Cómo sabes tú, a ciencia cierta, que se la ha lavado después de la última visita que hizo a los urinarios? ¿Cómo sabes que no te pegará la gripe porcina, esa pandemia de nuevo cuño todavía en fase de experimentación?
Antes todos soñábamos con nuestro pepino de coche, tropecientos caballos, chalet en la costa, y piscina climatizada en la que poder hacer unos cuantos largos a nuestras anchas. Hoy todo eso es ya humo de pajas. Y aún por ende, hemos de dar gracias (los afortunados que en su día éramos más bien desafortunados), a que no se hayan convertido en nuestra pesadilla.
Recapitulando: El cerdito roto, y enfermo. La cartera con el escudo serigrafiado del Real Madrid borroso y devaluándose jornada tras jornada de liga… Y sobre todo después de esta última, en que lo hace a pasos (o tal vez coces) agigantados (Ver video)
¿Qué nos queda pues? ¿La buena literatura? ¿El buen cine? ¿Internet?
Todo eso está bien pero no soluciona el problema de que los poderes fácticos nos quieren cortar la luz y el agua. Nos quieren convertir en lombrices de tierra. Seres tan especializados en la tarea ímproba de reciclar, que seamos capaces de ingerir nuestros propios detritus. Tierra en vías de descomposición transformada en tierra regulgitada, para que nuestros descendientes no tengan que emigrar a Alfa Centauri, donde según tengo entendido hay un problema grave con el tema de la asimilación de los organismos vivos foráneos.
Como ya habéis comprobado me he permitido trivializar un poquito sobre el asunto. Con muy poco tacto esta vez. Así que si no os ha complacido, arrojadlo a un punto limpio.
O bien, rebatidlo. Enfrentaos a esta visión apocalíptica del futuro, y aferraos con uñas y dientes a una lucha dialéctica en la arena de las teorías conspirativas.
Eso sí, cualquier cosa menos caer en la desesperación y perder los pepeles.
Sí, los pepeles. Lo he escrito adrede. Los pepeles.