Bueno, la gente quiere hacerse rica y no lo disimula. Yo mismo, sin ir más lejos, no tendría inconveniente alguno en mudarme a vivir al depósito del Tío Gilito, y todas las mañanas, darme un refrescante chapuzón entre sus trillones de monedas.
El problema es que la condenada lotería no termina de ser la solución. La de veces que les habré dicho a los niños del colegio de San Ildefonso que cuando saquen la bolita canten mi número y, nada, los muy cabezas huecas siempre lo dicen confundido. Cosas de esta educación ramplona de hoy en día en la que no se repite curso ni adrede.
Y por otras vías… Pues como que no. De hecho hace falta o tener mucho talento o ser muy hijo de la gran p… Y yo ni de lo uno ni de lo otro ando muy sobrado.
No obstante la estrategia esta clara, y, en las últimas fechas, los ejemplos nos llueven del cielo.
Pongamos por caso los tan comentados enriquecimientos relámpago de los ejecutivos de las instituciones financieras que recientemente se declararon en quiebra.
Lo primero es acreditar eso de lo que hablábamos antes, un enorme talento (para los negocios, las ventas, o para lo que sea), y una vez conquistada la plaza, sacar de dentro a la verdadera víbora que uno es, que entonces se echa el plan a rodar.
El procedimiento a seguir sería tan sencillo como hacerle un nuevo contrato blindado a toda la junta directiva, no olvidando que el propio ha de ser el más jugoso, y posteriormente hundir la empresa. Así de fácil.
Y sin más, a cobrar las millonarias indemnizaciones… Tan ricamente.
Es lo que los franceses llaman Le parachute doré (El paracaídas de oro), y al que un tal Alain Souchon le ha dedicado una simpática coplilla verbenera, que por lo visto, entusiasma a nuestros vecinos del otro lado de los pirineos.
¿Para que preocuparse de las miles de familias que se quedarán sin sustento? Tumbado en una playa de las Bahamas, y con varios sirvientes al lado prestos a saciarte todos los antojos, eso es pecata minuta.
Además los males y rasgaduras de la conciencia cicatrizan mucho más pronto de lo que uno se imagina.
Y sin embargo decía San Mateo en los evangelios, muy altisonante: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Pues parece que en lo que llevamos andado, desde el siglo I hasta aquí, no ha calado muy hondo el mensaje.
Pero como ya decía al principio, la integridad y el recto proceder son un lastre muy pesado. La garantía total de no comerse un rosco.
Aunque no todo en esta vida es el dinero, ciertamente, y muchas veces lo que se paga con el propio sudor, acaba a la postre resultándonos más grato y enriquecedor.
Y hablando del asunto, y como esta vez este blog pone tanto énfasis en el valor tan extraordinario de lo inmaterial, os remito a este video de You Tube que encontré de chiripa, en el que Almudena Cid, la gran gimnasta olímpica española, nos desnuda su alma. Es solo el alma, no os emocionéis.
El problema es que la condenada lotería no termina de ser la solución. La de veces que les habré dicho a los niños del colegio de San Ildefonso que cuando saquen la bolita canten mi número y, nada, los muy cabezas huecas siempre lo dicen confundido. Cosas de esta educación ramplona de hoy en día en la que no se repite curso ni adrede.
Y por otras vías… Pues como que no. De hecho hace falta o tener mucho talento o ser muy hijo de la gran p… Y yo ni de lo uno ni de lo otro ando muy sobrado.
No obstante la estrategia esta clara, y, en las últimas fechas, los ejemplos nos llueven del cielo.
Pongamos por caso los tan comentados enriquecimientos relámpago de los ejecutivos de las instituciones financieras que recientemente se declararon en quiebra.
Lo primero es acreditar eso de lo que hablábamos antes, un enorme talento (para los negocios, las ventas, o para lo que sea), y una vez conquistada la plaza, sacar de dentro a la verdadera víbora que uno es, que entonces se echa el plan a rodar.
El procedimiento a seguir sería tan sencillo como hacerle un nuevo contrato blindado a toda la junta directiva, no olvidando que el propio ha de ser el más jugoso, y posteriormente hundir la empresa. Así de fácil.
Y sin más, a cobrar las millonarias indemnizaciones… Tan ricamente.
Es lo que los franceses llaman Le parachute doré (El paracaídas de oro), y al que un tal Alain Souchon le ha dedicado una simpática coplilla verbenera, que por lo visto, entusiasma a nuestros vecinos del otro lado de los pirineos.
¿Para que preocuparse de las miles de familias que se quedarán sin sustento? Tumbado en una playa de las Bahamas, y con varios sirvientes al lado prestos a saciarte todos los antojos, eso es pecata minuta.
Además los males y rasgaduras de la conciencia cicatrizan mucho más pronto de lo que uno se imagina.
Y sin embargo decía San Mateo en los evangelios, muy altisonante: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Pues parece que en lo que llevamos andado, desde el siglo I hasta aquí, no ha calado muy hondo el mensaje.
Pero como ya decía al principio, la integridad y el recto proceder son un lastre muy pesado. La garantía total de no comerse un rosco.
Aunque no todo en esta vida es el dinero, ciertamente, y muchas veces lo que se paga con el propio sudor, acaba a la postre resultándonos más grato y enriquecedor.
Y hablando del asunto, y como esta vez este blog pone tanto énfasis en el valor tan extraordinario de lo inmaterial, os remito a este video de You Tube que encontré de chiripa, en el que Almudena Cid, la gran gimnasta olímpica española, nos desnuda su alma. Es solo el alma, no os emocionéis.